En agosto de 2014 una tormenta azotó el mundo de los videojuegos. Todo inició con una entrada a un blog escrita por Eron Gjoni, en ésta describió una serie de alegaciones que acusaban a Zoe Quinn, una desarrolladora independiente, de haberle sido infiel con Nathan Grayson, escritor de Kotaku (una página de noticias enfocada en videojuegos). Los jugadores llevaron la polémica a las redes, aseguraron que el juego “Depression Quest”, creado por Quinn, solamente recibió críticas positivas por parte de Grayson debido a la relación sentimental con la creadora. El redactor en jefe de Kotaku salió en defensa del escritor, afirmó que el vínculo existía, pero que en ningún momento Grayson había reseñado el videojuego.
Las posturas fueron claras, por un lado, jugadores luchaban por la ética periodística en la crítica de videojuegos y por el otro lado, diversas personas criticaban al sexismo en la industria. Las discusiones rápidamente subieron de tono y la situación alcanzó un impacto nacional en Estados Unidos cuando comenzaron las amenazas de violación, de muerte e incluso de un tiroteo masivo en una conferencia universitaria. Toda esta controversia fue conocida como gamergate y mostró los problemas de progresismo y sexismo que tiene la industria de videojuegos; a dos años de este problema, un nuevo estudio intenta explicar la raíz de estas polémicas.
A través de un estudio, investigadores de la Universidad de Ohio han concluido que la empatía que tiene un adolescente hacia una mujer agredida se reduce cuando se identifica con un personaje machista y violento de un videojuego. La investigación fue realizada con 154 hombres y mujeres que tenían entre 15 y 20 años. Aleatoriamente se les dio a jugar tres opciones: el primero Grand Theft Auto (GTA), como muestra violenta y sexista, el segundo Half Life, que representa únicamente a la violencia y por último Pinball 3D, como control. Después de una sesión de juego de media hora a los adolescentes se les enseñaba una fotografía de una chica que había sido abusada físicamente.
Según el estudio, los jugadores varones que jugaron con el GTA tuvieron niveles más bajos de compasión con respecto a los demás: “La mayoría de las personas que vieran una foto así dirían que la chica tendría que estar aterrorizada. Pero los chicos que se identificaron mucho con sus personajes en el juego sexista y violento no sentían esa empatía por la víctima“.
Desde sus inicios, GTA ha estado envuelto en controversia al ofrecer un mundo abierto: los jugadores tienen la oportunidad de generar el caos que deseen, los crímenes van desde matar a una prostituta hasta asaltar una base militar para robar un tanque. Para muchos su quinta entrega fue un paso más allá al incluir la misión “By the Book”, en la cual el jugador tiene que torturar a una persona que se presenta como una amenaza para el FBI. Por si fuera poco, en numerosas ocasiones este videojuego ha sido acusado de provocar delitos en diversas partes del mundo.
Lo que parece apuntar la investigación es que una persona que esté en un contacto constante con GTA, a la larga puede llegar a perder la sensibilidad de la violencia hacia la mujer e inclusive podría ser participe de este hecho. Ante esta posible conclusión, es pertinente preguntarse sobre el papel que juegan los medios y el arte en la forma en que pensamos en la realidad. La música, la pintura, el cine y la literatura son reflejo de su tiempo y en numerosas ocasiones han retratado diversos escenarios que retratan agresiones hacia el sexo femenino. La mayoría de las veces, estas representaciones quedan cortas ante las torturas, mutilaciones, acosos y asesinatos que sufren las mujeres diariamente y que podemos ver sin restricción en cualquier medio de comunicación; ante eso sería pertinente preguntarnos: ¿Cómo reducen nuestra empatía esas noticias?
Sin duda, la investigación de la Universidad de Ohio es un estudio interesante que demuestra la forma en que pueden llegar a reducir la empatía de ciertas personas, pero también es una gran oportunidad para reflexionar el papel que juegan estos medios como reflejos de la sociedad en que vivimos.
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Referencia:
El País
