Vivimos en plena era de los smartphones y no hay manera de negarlo: tan sólo en México, tener un smartphone ha hecho que el número de mexicanos con acceso a Internet incrementara hasta 71.3 millones —cuando en el 2017 el número rondaba los 64.7 millones—, pues hasta el 89.7 % de los usuarios se conectan a través de sus celulares.
La brecha del uso de estos celulares entre los entornos rurales y citadinos aún es amplia aunque poco a poco se ha ido acortando, es por ello que en estas fotos es posible encontrar retratos de refugiados nigerianos con smartphones o toda una serie de conexiones y cables para que los migrantes hondureños en la frontera entre México y Estados Unidos carguen sus celulares.
Si bien es un lugar común criticar las nuevas tecnologías y las costumbres que se desarrollan a partir de su uso, la realidad es que nuestra obsesión con estos dispositivos es real. Ya sea porque los utilizamos con un fin de esparcimiento (es decir para jugar o matar el tiempo); hacer denuncias en tiempo real, tal vez de abusos policiacos o ciudadanos; por mera vanidad, tomando selfies con amigos; o como medio de trabajo (hay tantísimos streams realizados desde dispositivos móviles que han iniciado las carreras ya sea de youtubers e influencers por igual), en muchos otros casos es una vía para que inmigrantes y refugiados puedan seguir los mapas y trazar rutas en los que pueden evadir a la policía, como es el caso de Reda Zerrouki, quien atraviesa la región de los Balcanes de Bosnia hacia Croacia y otros países de la Unión Europea.
Reda Zerrouki.
Sin importar el uso que se le esté dando a esta tecnología, algo muy cierto es que el panorama ha cambiado: por donde se le mire hay alguien con un celular en su mano. En conciertos, conferencias y ceremonias religiosas es posible apreciar un horizonte lleno de luces y pantallas encendidas tomando fotos o videos de dichos eventos, caras iluminadas en la oscuridad por la luz blanca de estos dispositivos.
Útil o no, nuestra obsesión con los celulares y el Internet debería tener cierto límite, en especial cuando interfiere con nuestro día a día —por ejemplo, el 48 % de los mexicanos preferiría renunciar a tener sexo que dejar de usar su celular por un mes— o cuando nuestro afán por tomarnos una selfie provoca una accidente, por ejemplo. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que en otras latitudes del mundo, la conectividad que estos dispositivos nos ofrece puede salvar más de una vida.
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