Sexo. Dos sílabas que tienen el poder de transportar a cualquiera hasta el sitio más íntimo de la memoria, espacio donde se guardan los recuerdos de aquellas experiencias que forjaron el significado personal de estas cuatro letras, entre un deseo febril y el tabú que acompaña a su práctica en la cultura occidental.
Desde que las primeras exploraciones del entorno –y el propio cuerpo– se transforman en motor de la curiosidad de cada niño, la moral en turno levanta una sutil pero infranqueable barrera en todo lo referente al sexo. Durante poco más de la primera decena de vida, cada infante encontrará trabas a su conocimiento siempre que éste lo dirija a una cuestión relacionada con el acto sexual.
Es hasta la adolescencia cuando el muro que separó al individuo del sexo se quiebra por fuerza de la naturaleza. Se trata de un descubrimiento en primera persona impulsado por estímulos y cambios fisiológicos, que empujan en busca de la información y práctica de aquello que la sociedad y los prejuicios con que carga, le negaron sistemáticamente o peor aún, tacharon de indecencia, pecado, ofensa a algún dios, desviación, fetiche o simplemente, perversión.
Ante tal desconcierto, distintas preguntas invaden la mente. ¿Cómo debe practicarse el sexo? ¿Cuál es el límite entre placer y depravación, entre las “buenas” prácticas y las que no lo son? Frente a una frustrante búsqueda de respuestas que sólo arroja juicios morales, nuevos trastornos mentales y un sinfín de complejos, la naturaleza podría tener la última palabra.
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Sexo animal: más allá de la reproducción
El sexo es un rasgo que compartimos con millones de organismos vivos en el planeta. Es el mecanismo producto de la evolución que contribuyó en definitiva a mantener y expandir las formas más complejas de vida en la Tierra. Por si fuera poco, se trata de una actividad placentera y benéfica para la salud en general, que se disfruta más mientras mayor sea el desarrollo cerebral de las especies que lo llevan a cabo.
Hace dos décadas se creía que los animales sólo tenían sexo con fines reproductivos; sin embargo, hoy todo apunta que en algunas especies de mamíferos desarrollados esta actividad también se realiza por mero placer. La práctica sexual más común entre animales que no contribuye a la concepción ocurre entre individuos del mismo sexo, seguida de interacciones entre adultos y especímenes que aún no alcanzan la madurez biológica necesaria para reproducirse.
De la misma forma, el sexo es común fuera del período de celo. Lo anterior es especialmente visible en algunas especies de primates, como los monos bonobos. Famosos por su agitada vida sexual, estos homínidos practican sexo oral y genital, acompañado de frotaciones tanto entre macho y hembra como entre individuos de sexo idéntico.
Estos actos parecen llevar consigo un componente social, de cohesión y resolución de conflictos. Los machos acostumbran frotar sus penes entre sí mientras se miran de frente como señal de empatía y método de reconciliación. Las hembras también sostienen encuentros cara a cara mientras frotan sus órganos sexuales externos.
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Homosexualidad, sexo oral y juguetes sexuales
Una de las premisas más comunes utilizada desde los lobbies y think-tanks más conservadores en contra de la legislación a favor de las parejas homosexuales, es la supuesta actitud contra natura de esta preferencia sexual. Nada más lejos de la realidad; desde hace al menos un siglo, la observación de encuentros entre especímenes animales del mismo sexo instauró la duda en la comunidad científica.
En 2009, el trabajo “Same-sex sexual behavior and evolution” del biólogo Nathan W. Bailey descubrió que con variaciones entre los distintos grupos del reino animal, la mayoría de las especies –desde moscas hasta delfines– presentan conductas homosexuales, que en algunos casos funcionan para la cohesión del grupo, pero en otros sin ningún otro motivo aparente que no sea el placer.
En el caso del sexo oral, distintas especies dan cuenta de esta práctica. Los murciélagos machos lamen la vagina de las hembras para alargar el acto sexual, además de funcionar como un acto de cortejo, según Ganapathy Marimuthu, experto en estas criaturas de la Universidad
Madurai Kamaraj de la India. Estas observaciones complementan registros previos de la práctica de hembras a machos y el sexo oral mutuo. Un caso similar ocurre entre ejemplares de osos que se turnan para recibir estimulación y especies como los zorros, hienas y leones.
En el apartado de la estimulación individual, la masturbación y los juguetes sexuales no son exclusivos de los humanos. Ejemplares de bonobos hembras utilizan palos, piedras y otras herramientas para frotar sobre su área genital, además de estimular más zonas erógenas en pareja, como los pezones. Otras prácticas conocidas y estudiadas están relacionadas con e
l sexo como medio de recompensa o para obtener alimento, el canibalismo sexual como mecanismo de reproducción en las mantis religiosas, la necrofilia en patos, el ataque de las arañas cangrejo a sus parejas u otras formas de copulación traumáticas y dolorosas entre insectos.
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Las prácticas sexuales animales están exentas de la moral y con una visión lo suficientemente científica, es posible abstraerlas del antropocentrismo y analizarlas, no desde el derrotero de la excentricidad y las perversiones, sino como un instinto natural que se construye a través de un intrincado proceso de experimentación, acierto y error, mismo del que somos producto y que compartimos con millones de especies mientras disfrutamos con pasión, nos entregamos ardiendo en deseo y en ocasiones, hacemos un momento único y especial alimentado de lo que llamamos amor.
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Referencias:
“Male Bats Caught Performing Oral Sex on Females”, LiveScience
“Same-sex sexual behavior and evolution”, NCBI
“They do What?! The Wilde Wild World of Animal Sex”, Scientific American