El cielo estrellado oculta más misterios de los que se pueden ver a simple vista. La conexión entre los profundos conocimientos de astronomía de la cultura maya con sus construcciones y deidades es un hecho que aún hoy sigue causando asombro y maravilla por igual a astrónomos, arqueólogos y especialistas en la materia. Es conocido el misticismo que rodea a esta civilización y a sus saberes; sin embargo, un grupo de estrellas en particular se convirtió en una obsesión para los antiguos mayas.
Se trata de las Pléyades, un cúmulo estelar de cerca de mil estrellas localizado en la constelación de Tauro. En el Hemisferio Norte y todo México, es visible en las noches de otoño e invierno.
Para los antiguos pobladores de Centroamérica y el sureste de México, las Pléyades eran un elemento sagrado. Mirando al cielo en las noches estrelladas, los mayas encontraban signos que daban cuenta de que el ciclo vital se mantenía en pie: el tránsito de Venus sobre estas estrellas durante la primavera, era una señal de la llegada de Chikchan, representación de Kukulkán que a través del agitamiento de sus cascabeles indicaba la llegada de las lluvias y con ellas, el inicio de la estación agrícola, cuando el suelo era aún más fértil, simbolizando la vida y su representación en los frutos cultivados.
En el libro sagrado de los mayas quichés, el Popol Vuh, las Pléyades aparecen representadas bajo el nombre de “Motz” (montón) y la leyenda prehispánica afirma que su creación ocurrió cuando Zipacná, el caimán demonizado, asesinó a 400 guerreros. Al percatarse del hecho, Kukulkán, la serpiente emplumada, se apropió de sus espíritus y ascendió con ellos al cielo, creando todas sus estrellas.
Sin embargo, la influencia de las Pléyades no sólo se limitaba al mundo maya: en el centro de México, las culturas nahuas también consideraban a este cúmulo estelar como un presagio de vida y muerte, parte fundamental de su dualidad cosmogónica.
Los mexicas acostumbraban celebrar el Fuego Nuevo cada 52 años durante el cénit del cúmulo estelar, el punto exacto en que se ubicaban por encima de las cabezas de los observadores asentados en México-Tenochitlán. El acontecimiento era doblemente importante: también era una reafirmación de la vida, pues su llegada significaba que las distintas deidades habían consentido a los hombres vivir un ciclo más.
El tiempo de las tinieblas podía esperar al menos otros 52 años y el nacimiento cíclico del Sol (Huitzilopochtli) con su muerte diaria cada tarde, estaba asegurado. De forma similar a la tradición maya, estas estrellas también eran consideradas como una agrupación, asociada con los mercados, unidad económica angular y centro de comercio para todas las civilizaciones mesoamericanas.
También los teotihuacanos rendían culto a este grupo de estrellas: el centro ritual y edificio principal de la civilización nahua, la Pirámide del Sol, posee una orientación ubicada hacia el noroeste. Sus escalinatas apuntan precisamente en dirección al sitio del horizonte del que las Pléyades emergen durante Noviembre, cuando alcanzan el cénit desde Teotihuacán, el “lugar de los dioses”.
Si tienes un poco de suerte, durante las noches de otoño e invierno podrás ubicarla en las noches despejadas y sin Luna. Su resplandor es fácil de ver de reojo y si tienes buena vista, verás al menos a 7 estrellas en un conjunto que parte en línea recta desde el Cinturón de Orión y continúa en Tauro hasta llegar a ellas, y con un poco más de suerte, recordarás cómo nuestros antepasados miraban hacia ese punto con tanta curiosidad y expectación como tú.
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Milbrath, Susan, “Evidencias de agroastronomía entre los antiguos mayas”, Florida Museum of Natural History, 2015.
Tomasini, María Cecilia, “Astronomía, geometría y orden: el simbolismo cosmológico en la arquitectura precolombina”, Universidad de Palermo.