Opciones sobran, desde las que forman parte de un amplio mercado en incesante crecimiento como el Kindle hasta los que desafían la normativa y, por consiguiente, las ganancias del comercio electrónico a modo de distribución gratuita, filosofía de las descargas de libros cuyos derechos ya vencieron sin hacer a un lado las novedades editoriales lejanísimas al dominio público —sitios web que fungen como bibliotecas virtuales en la que infinidad de usuarios comparten vínculos a textos de cualquier tipo, o hashtags como #bibliotuit, cuya premisa es “compartir y liberar libros”, algunos de los cuales han sido escaneados por los usuarios porque son prácticamente inconseguibles—.
La literatura digital asigna al lector un papel protagónico: su lectura minuciosa, sus consiguientes especulaciones o fortuita repleta de lapsus, resulta de suma importancia para innovar las maneras narrativas. Algunos son meros intentos que se embotellan en su planteamiento y se ven rebasados por la misma metodología que utilizan.
La escritura colaborativa, cuyas apariciones más populares son el blog colectivo y el formato wiki, no escapa de la voz autoral —casi siempre dictatorial— que decide y restringe a quien pueda ser partícipe. La hiperficción explorativa imita a los libros-juego dirigidos a un mercado infantil y juvenil, en los que el autor tiene la primera y última palabra.
El lector, si bien no se acerca a un lugar preponderante en la narración, puede elegir el trayecto de lectura como en la PAEE (Primera Aventura Experimental y Extraña) creada a finales de los 90, que funciona a través de menús que generan una ficción conversacional. Gran parte de los blogs colaborativos tienen como antecedente los relatos en cadena que conocimos en nuestra infancia, y algunos han limitado las entradas firmadas por uno u otro autor.
Otros sitios web de colaboración son los de fanfiction, inmensos palimpsestos en línea —se estima que ocupa un tercio del contenido relacionado con libros en línea—, cuyos precursores son los latinos con sus plagios y adaptaciones. En algunas ocasiones, autores de best sellers se han acercado a sus noveles escritores-seguidores para alentarlos con su trabajo, aunque la mayoría ha condenado el uso ilegal de sus personajes y universo narrativo.
Las editoriales dominadas por las exigencias del mercado han salido a buscar la aguja en el pajar en estas páginas web: un ejemplo es la trilogía “Cincuenta sombras de Grey”, que parte de un fanfiction de “Crepúsculo”.
Este continuo de blognovelas, wikinovelas y expresiones similares, deudoras de lo que actualmente nos parecen someras páginas web como la ficción en línea “Twelve Blue” de Michael Joyce desarrollada en 1996, es superada por la hipermedia sustentada en instrumentos narrativos que no tienen cabida en libros impresos por la naturaleza del soporte: efectos visuales, sonoridad y todo procedimiento de interacción dentro de la Internet.
La estilística digital repiensa las figuras literarias como las hemos conocido, al cuestionarnos si la técnica puede más que lo que se escribe cuando un video grabado en un teléfono inteligente pasa a ser un personaje protagónico, un sonido releva a la acostumbrada descripción y un cliqueo sobre equis o ye se convierte en un cuento de nunca acabar.
El éxito de las tecnologías creativas radica en las cualidades tradicionales y digitales que se complementen mutuamente para que, al igual que la literatura pura y dura, nos puedan acercar al apotegma schopenhaueriano: “el mundo es mi imaginación”, sin hacer a un lado la reflexión sobre estos procesos colaborativos y su impacto en el mundo de papel y tinta.
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