Las historias de “niños genio” que entran a la Universidad a una edad prematura mientras sus padres y maestros declaran no salir del asombro de sus capacidades acaparan cada vez más portadas. El test por excelencia, el que mide el cociente intelectual (CI) respalda esta supuesta genialidad pero… ¿qué tan certero resulta medir la inteligencia?
El caso más reciente es el de Ophelia Morgan-Dew, una niña de apenas 3 años que a su corta edad ostenta el honor de poseer uno de los cocientes intelectuales más altos de los que se tenga registro: 171 puntos, una cifra extraordinaria si se toma en cuenta que según esta métrica, la media oscila entre los 85 y 115 puntos.
Las comparaciones no se han hecho esperar, especialmente aquella que asegura, la pequeña Ophelia tiene un CI superior al de Albert Einstein por once puntos. La realidad es que resulta imposible equiparar el cociente intelectual de grandes pensadores considerados genios como Da Vinci, Newton o Einstein con el de Ophelia por una simple razón: se trata de una escala que data de principios del siglo XX y el concepto al que se refiere es tan amplio como sus distintas acepciones, lo que conduce a un problema aún mayor.
Los problemas del test de CI
La escala más utilizada para medir el IQ –conocida como Stanford-Brinet– fue creada en 1916 y se considera el estándar de las distintas pruebas de inteligencia que se aplican en la actualidad. A pesar de su popularidad y estandarización, la prueba es ampliamente discutida por especialistas.
La inteligencia es un concepto lleno de distintas acepciones y susceptible a la visión particular de cada individuo: alguien que hace trampa en un examen puede ser considerado inteligente por muchos dada su habilidad e ingenio para superar la prueba, pero la misma persona puede parecer tonta a ojos de otros, pues resultó incapaz de pasar el examen bajo las reglas establecidas.
¿Cómo se mide la inteligencia?
El problema radica en la visión limitada que se tiene sobre esta cualidad. La inteligencia suele asociarse enteramente con pruebas, desde exámenes, entrevistas de trabajo o cualquier intento de clasificación. El parámetro más famoso para intentar medir la inteligencia es el test de IQ (también llamado prueba de coeficiente intelectual).
Sin embargo, responder decenas de preguntas lógicas y matemáticas frente a una computadora no aporta ninguna evidencia de cómo se comportará el sujeto examinado en la realidad, el alcance de las decisiones que toma ni la forma en que interactúa con los demás y cómo esto influye en el resto de su vida.
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