A veces, un relato mítico puede explicar más de la realidad que la misma evidencia histórica de un tiempo determinado. Las leyendas cargan con el estigma de no ser una fuente fiable para la construcción del relato del pasado; sin embargo, la tradición oral da cuenta del pensamiento, las preocupaciones, alegrías y el pulso de las personas que vivieron en otras épocas.
A partir de ellas, es posible inferir algunas de las condiciones materiales que alimentaron la parte más real de tales mitos. Tratándose de los miedos de la sociedad europea del siglo XVIII, una de las principales figuras tomó una forma que hoy resulta común para todo el mundo occidental. No obstante, durante mucho tiempo significó terror, desolación y muerte para todos quienes se cruzaran con uno de estos especímenes en su camino: los vampiros. ¿Cuál es el origen de esta criatura y la explicación científica detrás del mito?
Enfermedades y vampiros
La explicación científica detrás de estas míticas criaturas puede rastrearse históricamente a través de dos hechos: las enfermedades que azotaron Europa durante la Edad Media, cuya explicación se limitaba a culpar a entidades demoniacas que personificaban el mal y, en segundo término, la erupción del Monte Tambora, una catástrofe natural sin precedentes en la Edad Moderna.
Las plagas que proliferaron gracias a las paupérrimas condiciones de salubridad en el Medievo y su manifestación sintomática alimentaron todo tipo de relatos, que funcionaron a la perfección para afianzar la creencia en demonios y otros seres oscuros, portadores de estos males.
Una primer pista está en la peste negra, una pandemia fatal que arrasó con casi un tercio de la población europea durante el siglo XIV. En ocasiones,
los
enfermos eran enterrados en vida con la intención de evitar aún más contagios. Cuando se procedía a la exhumación y sus tumbas volvían a abrirse, era común encontrarlos con lesiones autoinfligidas y sangre. Este hecho podría haber encarnado la supuesta inmortalidad vampírica, causada por un estado medio entre la vida y la muerte, una capacidad innata que los conserva con un aspecto físico desgastado.
Otros padecimientos que pudieron haber inspirado la creación imaginaria de esta criatura son la anemia y la porfiria, condiciones médicas que provocan delgadez y una palidez característica en el enfermo. En estos tiempos, la falta de hierro solía ser combatida a través de la ingesta de sangre, líquido vital y alimento por antonomasia de un vampiro. Respecto a la porfiria, hoy se sabe que quienes sufren de este padecimiento comúnmente presentan fotosensibilidad, que puede resultar dolorosa e incluso molesta a nivel epidérmico, provocando que prefieran ocultarse de la luz solar para evitar daños.
El desastre natural que reforzó el mito
Aunado a la incomprendida naturaleza de tales padecimientos, que se mantuvo presente en las creencias populares durante siglos, la erupción del Monte Tambora en Indonesia en 1815 terminó por forjar definitivamente la figura moderna del vampiro: la enorme nube de partículas expulsadas del cráter tuvo una repercusión especial en el Hemisferio Norte, donde la alta concentración de azufre se mantuvo durante meses, creando un descenso significativo en la temperatura y una atenuación constante de la luz del Sol.
El desastre ambiental no sólo impactó en las cosechas, también en la percepción global sobre el mundo y durante el verano de 1816, Mary Shelley, John Polidori y otros escritores británicos que planeaban pasar una temporada de sol y relajación en la Villa Diodati (sitio de descanso veraniego de Lord Byron) sólo encontraron los grises estragos de la erupción del Tambora.
En este ambiente lúgubre, la producción literaria se inspiró en el clima lluvioso, frío e inclemente del Lago de Ginebra. En esos días de Junio no sólo nació “Frankenstein” (1816) de Mary Shelley, también “El Vampiro” (1819) de la pluma de Polidori, que recuperó la tradición medieval y germánica, publicada tres años más tarde, e introdujo las características de esta criatura que se haría completamente visible tres décadas después con “Drácula” (1897) de Bram Stoker.
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