Antes de su asesinato, el rostro de Osama Bin Laden aparecía en todos lados como una verdadera amenaza a nuestra seguridad. Pasó de ser un sujeto barbudo escondido en una cueva, a un turista encubierto dentro de un famoso casino en Manhattan o un vendedor de periódicos en Argentina; casi cada país tuvo su propia versión del líder de Al Qaeda. Sin embargo, tras anunciarse su muerte, el 2 de mayo de 2011, como resultado de un operativo por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos, los rumores acerca de una supuesta conspiración se volvieron más fuertes.
Si bien para algunas personas la muerte del terrorista fue un completo respiro para una paranoia que acabaría por fin, después de 10 años de incertidumbre; otros decidieron no creer en ello y se esforzaron en crear y defender teorías acerca de uno de los secretos mejor guardados de la Casa Blanca: el verdadero paradero de este líder criminal. Que si permanecía escondido en algún recóndito lugar del mundo. Que si el mismo gobierno estadounidense lo tenía protegido. Que si Obama había creado una farsa para aumentar su popularidad, en fin, la gente sólo creyó lo que en realidad quería escuchar.
Esta tendencia a poner en duda cualquier noticia que pretenda despejar algún acontecimiento importante, viene desde casi treinta años antes de los atentados del 9-11. Con los primeros rumores de que el planeta era monitoreado por una especie alienígena superior a la raza humana en tecnología y conocimiento.
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¿Estamos solos en el Universo?
Filósofos y científicos se han preguntado esto durante décadas y aunque las probabilidades de que la Tierra sea el único planeta con vida son muy remotas y el Universo se antoja como un lugar tan masivo como rebosante de vida; absolutamente todos han asegurado que es casi imposible que hayamos sido siquiera observados por seres de otra galaxia. Por otro lado, libros pseudocientíficos y hasta series de televisión como X-Files se empeñaron en hacer creer a la población que los alienígenas estaban entre nosotros; incluso ocupando puestos importantes en los gobiernos de todo el mundo.
Claro que al tener más difusión que la opinión científica, estas publicaciones y cintas llegan con más facilidad al público, que mezcla fantasía y realidad sin cuidado. ¿Por qué? Las teorías acerca de la presencia comprobada de estos visitantes intergalácticos a través de fotografías, videos o narraciones tienen mucho más peso (e interés del gran público) que cualquier ensayo bien estructurado.
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Dime lo que quieras escuchar y tendrás toda mi atención
En su libro Mistakes Were Made, But Not By Me (2007), los psicólogos Carol Tavris y Elliot Aronson, documentaron miles de casos en los que la gente prefería creer en sus propias convicciones antes que en documentos científicos. La conducta conocida como disonancia cognitiva, se define como la tensión que nace a partir de creer en dos cosas distintas al mismo tiempo; el cerebro evidentemente piensa que lo correcto es lo que ha estado analizando durante más tiempo, antes que darle una oportunidad al conocimiento recién adquirido.
Gracias a esta tendencia, una secta que en 1956 aseguraba haber tenido contacto con aliens dijo a sus seguidores que una nave extraterrestre llegaría a la Tierra. Al ver que su profecía fue fallida, comenzaron a generar nuevas teorías y fechas tentativas para este gran acontecimiento que terminó por nunca ocurrir; no obstante del fracaso, el grupo continúo llamando a muchas más personas ansiosas de estrechar la mano de E.T.
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Enfermos por los aliens
Aún sabiendo que las posibilidades de que el hombre mantenga contacto con una raza superior en los años siguientes son mínimas, las personas se aferran a creer en que esto será posible. Más allá de la disonancia cognitiva, es el sentimiento tan humano de no sentirse solo en el Universo lo que lo lleva frenéticamente a buscar respuestas a una pregunta que los científicos contestaron hace décadas.
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Pero ¿qué pasaría con la religión si hiciéramos contacto extraterrestre? Tal vez habría más ateos que creyentes en el mundo.