En el absurdo debate sobre la superioridad entre sexos, ningún argumento es tan convincente para mostrar la supremacía de un género sobre otro en una actividad específica, como el Estudio Mundial sobre el Homicidio de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDC). La evidencia estadística revela un secreto a voces que policías, investigadores, forenses y carceleros conocen por pura empiria:
Los hombres son infinitamente “mejores” para cometer crímenes. No sólo eso: parece que –a diferencia de las mujeres– cargan con un talento especial para asesinar.
La evidencia es abrumadora: A nivel global, cerca de 95% de los homicidas son hombres. En el caso de las víctimas, no es menos sorprendente que un 79 % corresponda al mismo sexo. A pesar de estos datos y el interés creciente de especialistas de diversas áreas del conocimiento sobre el tema, ni la psicología, criminología o la química han sido capaces de responder enteramente a la pregunta obligada: ¿Por qué los hombres cometen más crímenes que las mujeres?
Para la ONU, no existe un factor especial que justifique tal disparidad entre homicidios y género, sino una serie de motivos particulares que, combinados con el contexto adecuado, arrastran a muchos más hombres que mujeres a cometer un homicidio:
«Desde la disponibilidad de un arma (o la falta de ésta) hasta el uso de sustancias psicoactivas, que podrían actuar como “facilitadores” del homicidio, tales factores pueden determinar patrones y niveles de este delito».
Una posible explicación desde la psicología evolutiva alude a las diferencias entre la respuesta biológica de hombres y mujeres. A pesar de que resulta innegable que los hombres suelen actuar de forma más impulsiva y descontrolada que su contraparte femenina (motivo comúnmente explicado por una mayor concentración de testosterona) que resulta más sutil y calculadora, es peligroso e irresponsable asegurar que cada acción personal obedece sin más a la genética.
Es cierto que la mayoría de los asesinatos cometidos por hombres están ligados a situaciones relacionadas con conflictos como peleas entre pandillas o delincuentes, un contexto donde según, la testosterona cumple su función impulsando la competitividad y promoviendo una respuesta asociada a la violencia física. Todo ello con el potencial de convertirse en una escalada de distintos sujetos que puede llegar a provocar lesiones fatales. Sin embargo, la noción de la testosterona es ampliamente debatida y gracias a las distintas excepciones, no puede considerarse como un factor determinante.
En este caso, ahondar en los roles sociales y la construcción de cada género en las sociedades contemporáneas podría dar más luz sobre un debate tan controversial como poco atendido por programas sociales y gubernamentales, que consideran a todo sujeto de derecho ‘neutro’, cuando en realidad responde al género masculino.
Un sesgo importante en la información está en la invisibilización de los crímenes cometidos por mujeres por una perspectiva de género machista, a partir de la construcción de un discurso social que concibe a la mujer con una serie de valores morales que delinean su comportamiento y obligaciones.
Es altamente probable que ante la duda sobre la culpabilidad de un homicidio entre un hombre y una mujer, el primero sea incriminado con mucha más facilidad que la segunda, pues socialmente, el rol femenino responde a prácticas y virtudes que se alejan de la criminalidad, mientras la relación entre los estereotipos de hombre y criminal es estrecha.
Para alcanzar una conclusión más acabada, sólo queda estudiar más a fondo y en cada contexto cómo estos roles permean lo que la sociedad espera de cada sexo, además de tomar en cuenta otros factores relevantes, como la distribución desigual del ingreso y la riqueza y la noción de género.
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