Con la llegada de los años ochenta y las teorías de conspiración acerca de los extraterrestres, todo lo relacionado con la ciencia ficción era una mina de oro tanto para el cine, la literatura y casi cualquier cosa que se pudiera adaptar a ella. Además de los alienígenas otro punto en el que los espectadores determinaban si un trabajo era bueno, fue poniendo especial atención en aspectos como las técnicas que las criaturas espaciales utilizaban para comunicarse o manipular a los seres humanos.
Uno de estos recursos —probablemente el más aludido de todos ellos— es el control mental; aunque no se hizo famoso sólo por ser algo aparentemente imposible, sino por las diferentes maneras de ejecutarlo. Entre nuestras formas favoritas de control mental, sin duda alguna está el de las ondas telepáticas utilizadas incluso en cómics como Aquaman, pero el verdadero premio es sin duda para las criaturas que controlan a la raza humana a partir de esporas o huevecillos plantados estratégicamente en la comida.
En 1956 el director Don Siegel adaptó al cine la novela del estadounidense Jack Finney, The Body Snatchers, donde la comida es el origen principal de una invasión alienígena a partir del control mental y corporal de los seres humanos. Sin embargo, a pesar de que Invasion of the Body Snatchers es considerada una de las 10 mejores películas de terror y ciencia ficción en el Top 10 del American Film Institute, puede que los hechos allí relatados no sean del todo producto de la ficción.
El actor Kevin McCarthy junto con una de las esporas durante la filmación de Invasion of the Body Snatchers
La investigadora del Departamento de Fisiología Experimental de la Universidad de Oxford, Katerina Johnson, junto con Kevin Foster del Departamento de Zoología, de la misma institución, publicaron un artículo en la revista Nature Reviews Microbiology donde se revela que los seres humanos, incluso antes de que la ciencia ficción fuera concebida como tal, ya estábamos bajo los efectos del control mental. Sin embargo, nuestros verdugos no venían del espacio exterior, sino que siempre habían estado con nosotros… en realidad, dentro de nosotros.
Nuestros intestinos sirven como hogar para un sinfín de microorganismos que, literalmente, luchan unos contra otros por permanecer vivos dentro de nuestro cuerpo, especialmente en la flora intestinal. Bacterias como los lactobacillus y bifidobacterium utilizan mecanismos de “control mental” en los que es necesario producir sustancias parecidas a los neurotransmisores; mismas que al entrar en contacto con el nervio vago ─que conecta al estómago con el cerebro─ o bien tras causar ciertos ajustes hormonales, tienen la cualidad de hacernos más sociables.
¿Por qué le interesaría a las bacterias hacernos más extrovertidos? Sencillo, entre más gente comparta con nosotros un espacio específico, más probabilidades hay de que estos microorganismos puedan continuar con su ciclo de vida, o al menos esa es una de las teorías que sostiene la investigación de Johnson y Foster. Por otro lado, también consideraron la posibilidad de que se trate de un sistema de coexistencia en la que así como las bacterias dependen de nosotros para vivir, nosotros las necesitamos para que nuestros niveles hormonales y nuestra salud mental no se vean afectados a causa de un desequilibrio en la química de nuestros cuerpos.
«De la misma forma que la hipótesis de la higiene postula que la ausencia de microbiota obstaculiza el desarrollo del sistema inmunológico, proponemos que las presiones evolutivas han operado en nuestra especie de forma que dependemos de las bacterias intestinales para desarrollar una función cerebral normal y que un cambio en nuestro microbioma intestinal podría tener efectos sobre el comportamiento».
─ Katerina Johnson y Kevin Foster
Si las hemos tenido tanto tiempo dentro de nosotros, proponer ahora que el control mental se trata de un producto de la ciencia ficción es una completa burla sabiendo que, de una forma u otra, hemos sido parte de éste durante mucho tiempo, sólo que quienes lo ejercen no son seres espaciales o criaturas de otra dimensión, sino huéspedes que prácticamente nacieron con ─o dentro de─ nosotros.