En una dificultad del psicoanálisis, Sigmund Freud lleva a términos del inconsciente el problema de cómo no ser el centro del mundo se convierte en un impedimento emocional. Aceptar que no somos el eje a partir del cual el Universo se mueve lacera nuestro amor propio. Aunque ya era una intuición de los filósofos pitagóricos, fue Nicolás Copérnico quien laceró el orgullo humano en en el siglo XVI, afirmando que la Tierra era mucho más pequeña que el Sol y se movía en derredor del mismo. Freud lo llamó “la ofensa cosmológica”.
Las otras dos ofensas fueron la teoría darwiniana de la evolución de las especies y por último, el descubrimiento sobre el inconsciente. Las tres golpearon duramente la soberbia humana. El hombre cae en la cuenta de que no está en un estatus privilegiado del Universo, admite que se es el resultado de miles de años de procesos biológicos —y que además no está separado de las demás especies como creía— y por último, que ni siquiera es dueño de lo que siente y piensa, pues la consciencia es sólo una parte pequeña a la que apenas llegan las noticias de lo que sucede en su interior.
La primera ofensa, sin embargo, desmonta por completo supuestos teleológicos que por milenios se creyeron ciertos. La humanidad no es la culminación perfecta de las manifestaciones de la existencia, sino un elemento radicalmente mínimo que cohabita con infinitos elementos más.
La inconmensurabilidad del Universo es un asunto que ocupa las mentes de todos los científicos. Miles de millones de constelaciones circundan a la nuestra, no hay aún entendimiento humano capaz de conocer qué hay más allá. Actualmente, sólo es posible ver a una distancia aproximada de 14 billones de años luz desde la Tierra, ridículamente poco para la vastedad del Cosmos.
El principio copernicano
El principio copernicano puso en tela de juicio todos los supuestos que hasta entonces se tenían: la Tierra dejó de ser no sólo el centro del Universo, también del Sistema Solar. Nuestro planeta sólo es uno de casi una decena que gira alrededor de un enorme astro del que depende por completo.
Este, a su vez, se encuentra dentro de una familia de miles de millones de estrellas que conforman la Vía Láctea, hasta ahora se ha encontrado 445 sistemas solares hermanos en la galaxia y año con año se descubren más. A su vez, esta es conjunto de un sinfín de otras galaxias que se encuentran en el supercúmulo de Virgo. Estas agrupaciones conforman macroestructuras mayores que a su vez forman otras y así hasta el infinito.
En el Universo no hay un “arriba” ni un “abajo” tampoco “derecha” o “izquierda. Cada ser humano es sólo una de las casi 8 mil millones de personas que habitan actualmente en el mundo. Sólo una de un billón de especies que hay en la Tierra y al mismo tiempo, la Tierra es sólo un planeta de tantos dentro de una estructura entre trillones.
Lo más probable es que Freud tuviera razón. Tan solo pensar lo insignificantes que somos nos genera un sentimiento que se acerca al rechazo. El principio copernicano resulta difícil de comprender, no por una complicación intelectual, sino emocional. Lacera directamente a nuestro narcicismo primario; sin embargo, es un principio científico.
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