No sólo se trata de una rana René triste filosofando y recordando; tampoco es Neil DeGrasse Tyson en una pose desafortunadamente cómica; y mucho menos debería considerarse que un meme es simplemente un perro chihuahua entrecerrando los ojos. A pesar de que los compartimos a diario, los memes tienen un trasfondo mucho más profundo y teórico del que solemos creer.
El primer sujeto en proponer la teoría memética fue Richard Dawkins, un neoevolucionista que basó su filosofía en postulados darwinistas para llevarlos a un plano social. Según Dawkins, un meme es equivalente a un gen pero de información cultural. Entonces, el meme tiene su raíz léxica en la mímesis (imitación) y la mem (memoria). Hábitos, costumbres, estereotipos y patrones que seguimos a diario nos llegan a través de un extraño y extraordinario método: la información acumulada en nuestra memoria, que captamos gracias a la imitación, enseñanza o asimilación, nos da todas las herramientas para comunicarnos con los demás y así, entablar puntos de referencia.
Esta información se traslada de generación en generación para crear el imaginario colectivo. Así como somos capaces de comprender símbolos como la paloma de la paz o relacionar a la esvástica con el partido nazi, los referentes nos hacen capaces de generar ideas conjuntas que con un proceso de semiosis significaremos para después resignificarlo infinitamente.
Así es como ocurre el mantenimiento, cambio, mutación, nacimiento, desaparición de ideas y conceptos. Un meme debe ser contagioso y cautivador, tanto que logre filtrarse en el cerebro de muchas personas. Entonces, el meme se autorreproduce como respuesta a cambios sociales, étnicos, biológicos o ambientales; sin embargo, se autorreproduce con pequeños cambios que se adapten al momento adecuado… ¿cuántas reinterpretaciones has visto del clásico “Keep Calm”?
La primera vez que surgió fue hace unos 70 años. El Ministerio de Información británico diseñó un cartel que dijera “Keep Calm and Carry On”, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo era animar al pueblo para resistir y tener ánimo ante la invasión nazi. Más tarde, en el año 2000, el dueño de una librería llamado Stuart Manley encontró un viejo cartel, lo enmarcó y lo puso en su tienda… muchas de las personas que asistían quedaban fascinadas con dicho eslogan hasta convertirlo en un meme.
Evidentemente, la diferencia entre un meme y un gen es que, mientras el segundo es natural y promueve la evolución; el primero es completamente artificial, con construcción social y refleja una forma de conducta virulenta:
«El meme como patrón de información a veces contagia a agentes que parasitariamente los aceptan, y siguiendo con la metáfora, infecta sus inteligencias alterando sus comportamientos y motivándolos a difundir el patrón. Esto se observa con facilidad en las sectas, en cuyo caso las personas pasan a ser memoides».
En el mundo artificial en el que vivimos, la selección natural no premia a los más aptos, a los más inteligentes o a los millonarios… en realidad, como se menciona en la cita anterior, se los contagia con un parásito que infecta a los más débiles, los más influenciados por los medios de comunicación o a los que crean una conexión más fuerte con el público.
Los memes se convierten en el reflejo de la sociedad. Que se reproduzca o no, está en manos de millones pero esos millones son movidos por los sentimientos más bajos e inmediatos, por la vida: amor, sexo, morbo y muerte. Entonces, los memes llegan a la masa para demostrarnos cómo nos comportamos en sociedad, qué tan narcisistas, misóginos, infieles, celosos , tristes o estúpidos somos.
La conexión que logran con determinado público se reinterpreta hasta ser poco o nada parecida a la original y así, del mismo modo que una tendencia se masifica para convertirse en la moda que todos siguen, los memes son el resultado de la masificación de algún concepto abstracto que se transformó en lo más cercano, vulgar y vacuo.
De hecho, en la era digital el meme nos remite a elementos publicitarios como el insight. Un meme genera lo mismo que una buena campaña publicitaria, esa conexión indescriptible que nos hace compartirlo a toda costa, como si ese meme fuera un reflejo claro de nuestra vida o de lo que nos ocurre. Si no existe ese tipo de conexión, el meme, del mismo modo que un gen recesivo (intentando la comparación que hizo Dawkins) desaparece o se oculta hasta que exista algún otro factor que lo haga resaltar del resto de información cultural (o genética) con la que convivimos.
Aquellos memes que “sobreviven” son los más aptos para el sistema en el que vivimos… la interrogante es, ¿es este el sistema en el que queremos vivir?, ¿la selección artificial que existe, complace a todos o sólo a unos cuantos? Entre más conectados estemos en la era digital, parece que nos desconectamos del mundo real. En cada conversación se hacen referentes al mundo digital y se retoman trozos de información para construir nuestro pensamiento. Sin embargo, ese pensamiento está plagado de ideas como la objetivización, el utilitarismo, ley de oferta-demanda y consumo. Los memes son la mejor muestra de cambios de conducta y patrones pero también reflejan un sistema que sólo funciona para unos cuantos y crea una brecha de información, comunicación e identitaria para los que no están dispuestos o no pueden a seguir a la masa.
Estos compiten por colocarse en nuestra mente, esparcirse y hablar más de nosotros que lo que decimos a simple vista. Compartir o no uno, no sólo implica que tus amigos lo vean sino que dejarás una huella cultural y simbólica de lo que somos individual y colectivamente.
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Referencia
Universidad de Houston