Ni oral ni trío, tampoco doggystyle; la gran fantasía de toda persona —sea hombre o mujer— es encontrar el punto G en su pareja. Como si fuera el Santo Grial, desde que nos enteramos de su existencia no hemos hecho otra cosa que recorrer con manos y lengua todas las zonas erógenas del cuerpo intentando encontrar justo eso, del cual sólo tenemos una referencia abstracta y poco o nada definida. Lo único que tenemos de él es la esperanza de que algún día, tal y como aprendimos a manejar el fuego, logremos estimularlo –valga la redundancia– a placer.
Aunque en los años 40, el ginecólogo alemán Ernst Gräfenberg —por cuya inicial ‘el punto’ fue nombrado de esa manera— presumió haber encontrado la fuente del placer femenino, no existen las pruebas suficientes para asegurar que esta piedra filosofal de los casanovas tenga una ubicación y un aspecto exactos. Por otro lado, los investigadores del departamento de Biología de la Universidad de Florencia, Vincenzo y Giulia Puppo, tienen las pruebas suficientes para asegurarnos que el punto G no es más que un mito.
Los Puppo han declarado la inexistencia del orgasmo femenino provocado por la estimulación del punto G en función de que, al contrario del masculino, éste no tendría una función biológica aparente. Al tener un orgasmo, un hombre libera el semen que contiene los espermas con los que se espera fecundar a una mujer. Sin embargo, suponiendo que éste exista, el orgasmo en las mujeres no da pie a la ovulación por lo que, al menos biológicamente, no tendría razón de existir.
«En todas las mujeres, el orgasmo es siempre posible si los órganos eréctiles femeninos son debidamente estimulados durante la masturbación, el cunnilingus, la masturbación por parte de la pareja o durante los coitos vaginal o anal, si el clítoris es estimulado al mismo tiempo con un simple dedo».
— Vincenzo y Giulia Puppo
Para llegar a la conclusión, los Puppo se basaron en las teorías de Kinsey, quien en 1953 entrevistó a la nada sencilla cantidad de 11 mil mujeres sólo para llegar a la conclusión de que algo como “el orgasmo femenino” no existía. Es por ello que Master y Johnson añadieron que, al tratarse de una estimulación profunda, una mujer es capaz de tener múltiples “orgasmos” sin que su pareja toque en algún momento un área como ese tal “punto G”.
El estudio publicado en la revista Clinical Anatomy marca una gran esperanza para la mayoría de la población que, engañados por algunos postulados freudianos, creían que a este punto del placer sólo llegaban todos los hombres que podían considerarse sementales humanos y, por otro lado, las mujeres “sexualmente maduras”. De modo que todos aquellos que vivían angustiados por obtener de su pareja ese gemido dorado, pueden comenzar a olvidarse de revistas, vibradores y demás afiches que han hecho que algunas empresas se enriquezcan con este mito.