Un virus extraño con alta capacidad de mutación que provoca una pandemia que pone en jaque a la humanidad. Un hechizo vudú con el poder de levantar a los muertos y convertirlos en muertos vivientes, o un arma biológica que provoca un escenario apocalíptico: en el imaginario popular, distintos caminos conducen a la amenaza zombie, alimentada por la ciencia ficción contemporánea.
Series de televisión, videojuegos, películas y novelas de horror han sido protagonizadas por estas criaturas, que en realidad forman parte de una representación común en la historia de la humanidad: la vida después de la muerte es un tema presente en un sinfín de civilizaciones antiguas, con variaciones que se alejan o son afines al zombie tal y como lo conocemos en la actualidad, según el horizonte cultural de cada pueblo.
Los zombies también tomaron influencia decisiva de algunas enfermedades y otros estados provocados por la ingestión de tóxicos y sustancias psicoactivas, culpables de un comportamiento errático acompañado de un estado alterado de conciencia. Afecciones como la rabia, el zika o el síndrome de Cotard se acercan a la descripción clásica sobre los muertos vivientes, pero ¿en realidad podríamos experimentar algo parecido a un estado zombie? ¿Qué tiene que decir la ciencia al respecto? Aquí algunos puntos importantes a repasar antes de creer en la posibilidad real de una invasión zombie:
El cerebro controla al cuerpo
Todo el mundo sabe que el sistema nervioso central es el encargado de transmitir las señales eléctricas que dan vida y movilidad a cada parte del cuerpo. Entre los órganos necesarios para sobrevivir el cerebro es el más importante. Sin él, ninguna otra función podría llevarse a cabo. Los zombies con mutilaciones en la cabeza o con un cráneo vacío son un despropósito aludiendo a este principio.
Morder no tiene futuro
La naturaleza se ha encargado de crear mecanismos tan efectivos como sorprendentes para replicar la vida en cada una de sus formas. Hoy sabemos que los virus, bacterias, hongos y otras formas de vida microscópicas son las culpables de distintas enfermedades que se transmiten por diferentes vías (aérea, fecal, a través de mucosas o vectores biológicos) según su capacidad de adaptación y tiempo de vida fuera de un organismo huésped. Los zombies suelen transmitir su condición a través de mordidas, un mecanismo engorroso que requiere de distintas condiciones para cumplirse (alcanzar a la víctima, acercarse a ella, morderla), dificultando una epidemia zombie.
Las heridas abiertas no son la mejor idea
Las heridas de los zombies y su piel putrefacta dan cuenta de un problema mayúsculo para su subsistencia: carecen de un sistema inmunológico robusto y como tal, no son el organismo mejor adaptado para la vida. En una persona sana, la respuesta inmune trabaja combatiendo a los agentes extraños que encuentra a su paso. En el caso de heridas abiertas, la coagulación se encarga de regenerar el tejido y con la higiene correcta, éste sana rápidamente. Con enormes heridas expuestas, los zombies corren un enorme riesgo de comprometer su salud infectando su cuerpo mientras andan por ahí buscando a su próxima víctima.
Las temperaturas extremas
La humedad y el calor son los peores enemigos de cualquier trozo de carne en proceso de descomposición. Es cuestión de horas para comprobar cómo un alimento sufre de las inclemencias de la intemperie. El cuerpo de un zombie es terreno fértil para miles de hongos y bacterias que encontrarían al huésped perfecto para proliferar en él.
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