Sitúate frente al espejo y pregúntate si de verdad ése ser que está allí eres tú. La sanidad mental que nos demanda la civilización te arrojará a decir «¡Por supuesto!», de lo contrario, caerás en el terreno de la demencia; pero, ¿qué te afirma, qué te da la seguridad para decir que efectivamente es así y no un engaño? A esto podrías contestar que te conoces lo suficiente como para reconocer que ese cuerpo frente a ti corresponde sin duda a ti, mas esto no quiere decir nada, pues en realidad podrías estarte refiriendo a cosas que sabes de ti, pero que no conoces del todo.
Sí. La idea suena loca. Descabellada. Pero supongamos que te comenzaras a preguntar esto justo ahora y en verdad desconfiaras. Pongámoslo en perspectiva; siguiendo a Luis Villoro, en el español existen estos dos verbos –saber y conocer– que en ocasiones se utilizan como sinónimos, pero en realidad no lo son. La confusión se ha propagado gracias al inglés, pero es nuestro deber reconocer que el primero es una cláusula independiente, un verbo incluso en infinitivo que denota nuestras impresiones sobre alguien o algo; en cambio, el segundo es otro verbo, claro, pero se acompaña de un adjetivo sustantivado o un pronombre personal en una suerte de experiencia directa que no deja lugar a la desconfianza.
Para conocer a un objeto o una persona se implica que se sabe algo de estos, pero la inversa no es válida; saber tal o cual cosa de un lugar o de un hombre, por ejemplo, no es una condición suficiente para afirmar que les conocemos. Ni siquiera para aseverar que les podríamos reconocer en una foto o en un sitio compartido. Lo sabemos, suena algo estúpido si lo plateamos como un problema personal de autoconocimiento, pero ¿qué pasaría si al pasar junto a un escaparate esta idea inundara tu cabeza y vacilaras ante tu reflejo? Como si se tratara de una teoría parecida a la de los cerebros en una cubeta o el genio maligno de Descartes, se abriera ante ti la posibilidad de que lo que percibimos y vemos no es en realidad lo que hay o en verdad es.
Justo así funciona el Síndrome de Capgras, es un sentimiento paranoide que invade a algunas personas con la ilusión de que al menos uno o más de sus allegados –pareja, amigos, familia, etcétera– han sido sustituidos o reemplazados por un clon exacto. En casos más extremos, el paciente se ha creído un sustituto de sí mismo, ya sea a totalidad o en alguna parte de su cuerpo o vida. Los individuos que sufren esta afección atraviesan los siguientes puntos.
+ La gente que conocen no es ella realmente, aún cuando sean idénticos en apariencia.
+ Están seguros de que aquellos que les rodean son impostores.
+ No pueden evitar pensar que esta creencia es totalmente real a pesar de declararse como personas saludables en sentido psicológico.
+ Ellos no creen que exista una conspiración en torno a esto, no elucubran razón alguna para tener a tanto “sustituto” alrededor y tampoco hay una razón paranormal en su imaginario al respecto.
Esta percepción errónea de la realidad se llama así justamente por el psiquiatra francés Jean Marie Joseph Capgras, quien descubrió el síndrome en una mujer de 74 años en 1923; la anciana insistía en que unas personas de aspecto idéntico habían tomado el lugar de su familia, con el tiempo su ilusión se extendió a la comunidad en que vivía y tomó un aspecto aún más radical cuando inmiscuyó a su marido en una historia que involucraba a más de 80 esposos falsos según su experiencia.
En otros casos los sujetos diagnosticados han sido capaces de ver objetos duplicados en lugar de personas duplicadas, incluso de no reconocerse al espejo o sentir que alguna parte de su cuerpo fue suplantada y que su reflejo es un ser autónomo. El síndrome se centra siempre en uno de los sentidos del sujeto, el más común –obviamente– es el sentido de la vista, pero casos de personas ciegas han demostrado que esto también puede ocurrir a través del sonido o las texturas.
Los motivos para padecer esta enfermedad son todavía desconocidos, siendo aquellos adjudicados al cerebro los favoritos, por supuesto. Se han prescrito varios medicamentos; sin embargo, los antipsicóticos han sido los de mejor resultado, demostrando que esta confusión sin orígenes aparentes puede conducir a la locura. Y ni siquiera podemos decir que esto será así de no ser tratada de la forma adecuada, porque no sabemos cuál es esa forma en realidad. Para continuar leyendo sobre el tema, puedes averiguar un poco más sobre La Castañeda inglesa, el palacio de la locura del siglo XVII y Qué pintan los esquizofrénicos para calmar su locura.
*
Fuentes
How Stuff Works
PsychCentral
Gizmodo