Dadme una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger -médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón- prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados.
—John B. Watson
El padre del conductismo estaba seguro de que era posible moldear la conducta de un ser humano para conseguir los mismos resultados que cuando se trabaja manualmente con una vasija de cerámica. A partir de refuerzos, recompensas y castigos, el psicólogo sostenía que cualquier individuo podía convertirse en lo que sus mentores desearan, sólo hacía falta imprimir disciplina y prestar especial atención a la relación entre los estímulos y la respuesta del individuo en cuestión.
Con esto en mente y siete años después de escribir los principios que lo llevarían a desarrollar su teoría en La psicología tal como la ve el conductista (1913), Watson decidió corroborar su cuerpo teórico con una prueba tan polémica como inusitada: apoyado de su asistente y amante, Rosalie Rayner, el psicólogo preparó una nueva versión del condicionamiento que Pavlov había definido como clásico; sin embargo, esta vez no se probó en perros como el fisiólogo ruso lo hizo: Watson deseaba ir más lejos y probar tal efecto en seres humanos.
Para cumplir con tal empresa, él “consiguió” a un niño al que llamó Albert B., un pequeño de once meses que, sin saberlo, se sometió a un experimento que habría de pasar a la historia de la psicología con tantas críticas como aplausos.
Los objetivos de Watson al realizar estos experimentos buscaban la respuesta de tres preguntas básicas:
¿Puede condicionarse a un niño para que le tema a un animal que aparece simultáneamente con un ruido fuerte?, ¿se transferirá tal miedo a otros animales u objetos inanimados?, y ¿cuánto persistirá tal miedo?
«No lo sabremos hasta finalizar el experimento con el pequeño Albert», concluyó. La primera fase consistía en descubrir si el menor ya poseía una carga condicionada (miedo previo) frente a alguno de los objetos que posteriormente le fueron presentados y el resultado fue negativo. Entonces inició el verdadero experimento:
A la vez que se le presentaban objetos blancos (empezando por una rata), detrás de él sonaba un ruido estruendoso. La curiosidad natural de Albert le hacía intentar alcanzar al roedor que se movía frente a él, pero cada vez que lo tocaba, Watson martilleaba una lámina de metal, provocando la molestia y el desconcierto del pequeño. Después de repetir en distintas ocasiones la misma conducta, surgieron los primeros resultados. Albert comenzaba a mostrar disgusto cuando veía a la rata y fruncía el ceño.
Días más tarde, el condicionamiento parecía adoptado. Albert lloraba de sólo ver a la rata, objeto que había asociado con el ruido fuerte. La primera respuesta estaba asentada. Más tarde, Watson confirmó su segunda duda luego de que logró transferir el disgusto a objetos igualmente blancos, a los que el niño rechazó de la misma manera, como un perro, un conejo o una máscara de Santa Claus.
Watson filmó distintas etapas del experimento y meses después fue despedido de su puesto en la Universidad John Hopkins entre la polémica de su trabajo y del supuesto romance que mantenía con Rosalie. El proyecto sólo pudo responder a la segunda pregunta y el proceso de descondicionamiento nunca se llevó a cabo. Sin embargo, una pregunta extra motivó a la comunidad científica a descubrir una respuesta que no fue planteada por Watson: ¿qué fue del protagonista del experimento?
El pequeño Albert murió 5 años más tarde a causa de hidrocefalia congénita sin ninguna relación comprobable con el experimento que protagonizó; no obstante, su identidad aún es un misterio. Si el niño elegido realmente se trató de Douglas Merritte (tal y como sugieren las pruebas), la ética de Watson podría ser aun más cruda, pues posiblemente el psicólogo haya tomado en cuenta su padecimiento para utilizarlo como ratón de laboratorio, a sabiendas de que el menor tenía los días contados.
El experimento de Albert es uno de los ejemplos arquetípicos de la psicología y un tema de debate sobre la ética científica aún en nuestros días, a pesar de que demostrara resultados parciales, una pregunta surge: ¿tiene derecho la investigación científica a experimentar con criaturas vivas para su progreso?
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