La lógica indica que con el paso de los años, la tecnología y los distintos procedimientos que intervienen en el proceso de fabricación de los aparatos eléctricos que utilizamos día con día no sólo los hace más eficientes, sino que también suma en sus prestaciones utilitarias y físicas, como mejores materiales que les permiten ser más durables, alargando su vida más allá de lo estimado.
Sin embargo, frente a este razonamiento lógico se levanta un pensamiento que parte de la sospecha para dudar de la intención real de los principales fabricantes de electrónica de consumo: ¿Será que mi smartphone, el automóvil y otros productos están hechos a propósito con materiales de baja calidad para descomponerse pronto?
Las dudas están lejos de ser infundadas. Partiendo de un sistema económico donde la ganancia es la principal motivación para ofrecer productos o servicios y en un punto de la historia en que el progreso técnico se supera a sí mismo día con día a pasos agigantados, no parece descabellado creer que los objetos tienen una fecha de caducidad menor a la que podrían ostentar. Esta estrategia planificada se conoce como obsolescencia programada.
En el papel, cualquiera estaría dispuesto a gastar un poco más por hacerse de un teléfono celular, una televisión o un automóvil con materiales de alta calidad que aseguraran su vida útil por más tiempo. La durabilidad es una característica preciada para el consumidor, pues es sinónimo de una buena inversión que perdura a través del tiempo.
Televisiones, lavadoras y otros electrodomésticos de hace décadas que se mantienen completamente operativos son ejemplos utilizados comúnmente por personas mayores para poner de manifiesto el nivel de obsolescencia programada en la actualidad; sin embargo, la durabilidad no está en la lista de prioridades de estas industrias por razones evidentes: no es lo mismo vender un smartphone destinado a durar 5 años que ofrecer una nueva versión anual que renueva sus prestaciones en capacidad de memoria y sistema operativo cada medio año.
El argumento tecnológico para esta rápida transición es evidente. La velocidad a la que evoluciona la industria de consumibles electrónicos es vertiginosa: en menos de un año, una actualización importante de software puede ralentizar el teléfono celular que doce meses atrás era considerado el más avanzado de su clase; mientras que en el plano económico, mantener la ocupación y un alto nivel de ventas son las principales defensas de quienes aseguran, la obsolescencia programada no existe o bien, existe en menor medida y es necesaria para mantener el ritmo de vida de la actualidad.
¿Qué tan probable es que esta noción popular ampliamente difundida esté en lo correcto? ¿En realidad tu smartphone y otros dispositivos están hechos para caducar rápidamente?
La obsolescencia programada no sólo puede ser un mecanismo para vaciar los bolsillos de los consumidores periódicamente, también significa millones de toneladas anuales de chatarra que meses antes parecía una valiosa inversión. En un mundo peligrosamente guiado por las ganancias, aun el argumento ecológico es poco para tratar de cambiar las reglas y trabajar en productos sostenibles, durables y amigables con el ambiente.
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