No soportaba escuchar la siguiente frase una y otra vez: “Viajar cambiará tu vida”. Me harté de mirar artículos aparecer constantemente en mi feed de noticias y de tropezar con fotografías de individuos felices con los brazos abiertos en otros países. Pensé que no necesitaba más, que mis pies pertenecían al suelo en el que nací y que todos los lugares son similares –sólo depende el encanto que le imprime cada persona–. Sin embargo, mi mente renovó sus pensamientos, modificó los ideales en los que siempre creyó y finalmente tomó la decisión de partir al primer destino que consideró perfecto.
¿Por qué sucedió?
Fue simple. No tenía mucho que me atara a mi ciudad. Ella se había ido y el resto de mis amigos tenía mejores asuntos en qué enfocarse. Finalmente caí en el juego y me atreví a retar al destino. Si viajar cambia vidas tenía que verlo con mis propios ojos… y lo hizo. Logró mostrarme que existe felicidad en las experiencias, que sólo necesitaba extender mis brazos como el cliché de la fotografía y dejarme llevar por el mundo. Me odié por no darme cuenta y no considerar hacerlo antes.
Estas fueron las razones por las que decidí comprar el boleto de avión y partir hacia el lugar de mis sueños:
Me harté de lamentarme en mi hogar
Traté de disfrutar todos los rincones que podía ofrecerme mi ciudad y no lo logré. Todo parecía repetirse. Los hogares eran réplicas que aparecían una y otra vez como en las caricaturas antiguas. También pensaba que en cualquier momento aparecería alguien conocido acompañado de alguien mejor que yo. Odiaba encontrarme con ella, detestaba que me mirara sonriente sabiendo que aún frecuentáramos los mismos lugares. Quise escapar de otras formas y no pude. Decidí que tenía que detenerse ese ciclo asqueroso, debía hacer algo.
Acepté que nada saldrá como lo planee
Mi miedo principal era que nada saliera de acuerdo con el plan. En cualquier momento alguien me mataría o nada de lo que aparece en las fotografías sería realidad. Tenía pánico hasta que recordé que nada en mi vida había sucedido justo como lo imaginaba en mi mente. El destino estaba en mi contra la mayoría de las veces, así que al menos no podía empeorar demasiado. Admití que parte de las experiencias viene de los accidentes y los obstáculos, así que era momento de deshacerme de ese miedo y continuar con mi vida.
Descubrí que no todo lo puedo encontrar en el lugar donde nací
El mundo no es un pañuelo, como afirma el dicho, o al menos eso es lo que pensé cuando decidí irme. Me convencí de que –aunque parecía tener todo en mi espacio y zona de confort- debía explorar y conocer más de mi persona, descubrirme en otro lugar. Cuando finalmente lo hice me di cuenta de lo cierto que era. A los pocos días de mi viaje supe que lo que me rodeaba no lo podía encontrar en donde pasé más de veinte años de mi vida.
Necesitaba conocer a otras personas
Claro, era posible hacerlo cerca de mi hogar si lo intentaba, sin embargo, la experiencia de hacerlo viajando fue mucho más natural y furtiva de lo normal. Existe cierto aspecto en conocer a alguien fuera de tu tierra, que permite liberarse y reinventarse a la vez. Encontrarse con otros viajeros también resultó como lo imaginé. Todos tenían historias similares a la mía y pude comprender la manera de pensar de los veteranos que nunca miran hacia el pasado.
Tenía que dejar atrás mis fantasmas
Era necesario. Pensé que rendirme ante la tentación y pisar otro país finalmente haría desaparecer el recuerdo de las personas que se fueron. Al hacerlo, lentamente sus voces fueron silenciándose y nuevos recuerdos los reemplazaron. La paz que ofrece no tener que preocuparse por encontrarse con alguien o comenzar nuevas costumbres hace que eventualmente el dolor se desvanezca. Pensé en nunca regresar.
No podía morir sin mirar el cielo y las estrellas desde otro país
Pensé que el cielo de mi ciudad rara vez me deja ver más de cinco estrellas; e imaginar que eran las únicas que vería por el resto de mi vida si no escapaba pronto era aterrador. Soñaba con mirar los cielos de Islandia y sus mágicos colores. Lloré más de lo que pensé y supe que había tomado la mejor decisión. Nadie merece ver cielos llenos de smog durante toda su vida, existe demasiada belleza en el mundo como para nunca mirarla.
No quise desperdiciar mi juventud
Pasaría los 20 y 30 caminando por la misma ciudad en repetidas ocasiones hasta cansarme y convertirme en un alma vagabunda. Me rehusé a aceptar ese destino causado por mi inactividad y supe que no sería lo mismo viajar después de los 40, así que era necesario salir lo antes posible y recorrer aún más lugares.
Quería desaparecer
Es la razón más importante. Estaba desesperado, necesitaba escapar, correr y desaparecer para todos. De cualquier forma ya no les importaba. Quería tener una muerte metafórica y renacer. Nada me importaba y a pocos les preocuparía. Jamás pensé que lo haría viajando. Me alegro de haberlo hecho, y aún más, de no volver. Lo haré cuando sea necesario.
Viajar cambió mi vida. Ahora soy parte del cliché, extendí los brazos, respiré con toda mi fuerza, grité cuanto fue necesario, reí con individuos de acentos extraños y pasé por rituales extraños. Miré cielos multicolor y supe que ya no era el mismo. Todo había quedado atrás y sólo quedaba el mundo frente a mí.
Me alegré de estar vivo.