Al realizar un viaje se desea conocer los lugares impresionantes que las guías turísticas nos recomiendan, pero sólo los verdaderos viajeros se atreverían a visitar un cementerio, pues estos lugares son muy silenciosos, sitios tristes que reposan bajo un cielo azul oscuro o un sol intenso. Y menos si se trata de hacerlo en la bulliciosa y caribeña capital cubana: la Habana.
En el centro de la ciudad, en el barrio del Vedado, existe un cementerio-museo al que se debe asistir para descubrir las maravillas del arte, los secretos de la sinfonía de los objetos, sitios, imágenes e historias desconocidas que nos transmite. En la Necrópolis de Colón, como se le conoce, viven muchas leyendas y relatos que el tiempo, la muerte y las distancias insalvables se esconden bajo el mármol de las lápidas y esperan ser contadas, pues este cementerio es uno de los más grandes e importantes del mundo.
Las primeras piedras
En la segunda mitad del siglo XIX comenzó a construirse el nuevo camposanto de la Villa en San Cristóbal de la Habana, bajo las órdenes del arquitecto español Calixto Aureliano de Loira Cardoso, quien por situaciones extrañas de la vida fue el primer cadáver enterrado en el cementerio, en 1872.
Según el proyecto de su creador, esta obra rectangular está dividida en cuatro secciones por dos anchas avenidas que, si se ve desde las alturas, forman una cruz y en el centro se halla la Capilla —donde se llevan a cabo las ceremonias para los difuntos—, como era característico de la época la distribución urbanística del lugar se realizó acorde al poder económico de las personas.
Las leyendas tras los mármoles y las esculturas
La entrada principal del cementerio de Colón se realiza a través de la avenida Zapata y la calle 12, denominada de manera arquitectónica como Puerta de Triunfo, el monumento escultórico en mármol que se erige en la parte superior de la puerta se le conoce como las tres virtudes teologales que representan la Fe, Esperanza y Caridad; su inscripción en latín es una bienvenida quizá irónica para muchos: Janua sum pacis (“soy la puerta de la paz”).
Un acto frecuente en aquella época era enterrar en las puertas principales de los cementerios los cadáveres de las personas que colaboraron en su construcción. Se asegura que en el arco de entrada del cementerio de la Habana, en una urna muy pequeña, están los restos de uno de los obreros cuya identidad aún es un misterio. Este conjunto arquitectónico de figuras que saludan a los visitantes, es una obra del cubano José Vilalta Saavedra, el mismo artista que creó la famosa estatua de La Milagrosa; tumba donde se encuentra enterrada Amelia Goyri, la más visitada del cementerio, pues tras las piedras de mármol se esconde una triste y bella historia de amor, convertida en mito gracias a los visitantes.
Amelia, de familia adinerada, se enamoró desde temprana edad de José Vicente Adot, un chico de condición social inferior, por lo que tuvo que esperar a la muerte de su padre para casarse con el amor de su vida; en el primer año de matrimonio quedó embarazada y durante el parto murió junto con su hija y fueron sepultadas en el mismo féretro.
La leyenda popular cuenta que una década después, cuando se exhumaron los restos, se descubrió que los cuerpos estaban abrazados; a partir de esto comenzaron a llamarla “La Milagrosa”, protectora de las madres e hijos a quien concede milagros; desde entonces los lugareños llena de flores y ofrendas su tumba como un altar.
En ese recinto silencioso, blanco por el mármol, hay millones de seres que cuentan su tránsito, en síntesis, mediante la expresión artística de las esculturas de sus tumbas. Se encuentra la ficha del Rey blanco que custodia la bóveda del campeón del mundo de ajedrez, el cubano José Raúl Capablanca; o la de Juana Martín, apasionada jugadora de dominó, quien murió tras un infarto al no poder utilizar la ficha del doble tres en el juego, la cual le rinde tributo en su cripta; o la tumba que posee distintos nombres: de la fidelidad, la dama del perrito o simplemente la perrita. Cuentan que al morir la norteamericana Jeannette Ford Ryder su perro Rinti permaneció a los pies de su tumba hasta morir.
La ciudad mármol
Muchas curiosidades y anécdotas guarda el camposanto habanero. Seres que supieron de fidelidades, rupturas, caprichos, amores imposibles; artistas célebres, hombres y mujeres sin fama, todos en la comunión por el descanso, la paz del silencio.
Quizá la Necrópolis de Colón sea el espacio perfecto para comprender la cubanidad, la mezcla de diversos estilos arquitectónicos que inundan la isla, los personajes, mitos y tradiciones que se integran como parte de lo “real maravilloso” que nombrara Alejo Carpentier, escritor cubano que también descansa en la ciudad de mármol.
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