Llegué aquí un 1 de febrero, con el abrigo puesto en un día soleado con 35º C. Llegué con cara de perdida, pero muy emocionada, pues comenzaba mi intercambio escolar. La idea principal era estudiar un par de materias que me revalidarían el siguiente año en mi país de origen, y qué ilusa fui al creer que sólo eso aprendería. Llegué aquí con esa idea, con mi abrigo y mi maleta de 23 kg. Ahora me voy con más que eso; me voy de Sydney con lecciones que aprendí fuera del par de materias por las que llegué.
Aprendí a ser yo; ya no soy aquella de la cara perdida, soy la misma pero con actualizaciones en el sistema operativo. Aquí aprendí a valerme por mí misma, a tomar decisiones. Aprendí a cocinar… Aprendí que una taza de frijoles rinde más de una semana y que el queso en bloque te rinde el doble.
Aprendí a administrarme.
Valoré más a mi familia y a mis verdaderos amigos. Porque si estás lejos físicamente, comenzarás a valorar lo que realmente importa.
Aprendí a confiar en mí misma, a tener seguridad porque, a pesar de que puedes ser la persona mejor calificada, si tú no lo crees, no lo creerá nadie.
Aprendí a seguir las reglas y a llegar temprano. Aprendí que el mundo es muy pequeño pero también enorme. Aprendí de geografía, de teología, de idiomas y hasta gastronomía.
Aprendí muchas variaciones del español y que eso, en común, nos convirtió en una familia.
Aprendí a divertirme, a rumbear y a bailar sin importarme nada.
Aprendí a leer las etiquetas de la ropa y que un vestido puede convertirse en una linda blusa.
Aprendí el valor del trabajo, aprendí lo que es el sacrificio. Aprendí a cargar tres platos, a servir vinos y a poner la mesa para tres tiempos… por 14 horas continuas, siempre con una sonrisa.
Valoré a los empleados, pues ahora entiendo el esfuerzo de levantarte temprano y llegar al trabajo todos los días, siempre con la mejor actitud.
Valoré a mi papá y todo lo que hace por nosotros. No me imagino, si apenas puedo conmigo, ¿cómo le hace él para mantener a cinco?
Valoré a mis hermanos porque, aunque cuando estamos juntos nos peleamos, cuando estamos lejos no podrían estar más cerca.
Aprendí a no dar nada por hecho y a trabajar para que las cosas sucedan. Aprendí a usar bloqueador y a siempre traer un suéter en la bolsa.
Aprendí que lo barato sale caro, pero también aprendí a encontrar buenas ofertas.
Conocí lugares nuevos y exóticos, y aprendí que llevar un botiquín siempre es buena idea.
Estuve en cielo, mar y tierra. Aprendí que volar a 15 mil pies de altura es increíble y que no puedo sumergirme más de 30 cm con un traje de buzo porque me dan ataques de pánico. Por eso aprendí a usar el snorkel.
Me di cuenta que las amistades que valen la pena no conocen las religiones, idiomas o distancias.
Aprendí más que sólo seis materias; aprendí la lección más importante: vivir la vida.
Porque, a pesar de que suene a cliché, sólo se vive una vez. Sólo hay una vida.
No hay repuestos, ni vuelta atrás, es tuya y de nadie más. Lo que hagas o no hagas tendrá consecuencias y hay que saber sobrellevarlas.
Aquí aprendí, crecí, cambié y me voy de aquí con el mismo abrigo, la misma maleta de 23 kg; pero me voy con otra mirada, otra perspectiva y con más ganas de seguir esta aventura de vivir la vida.
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Si aún no te convences de pedir ese intercambio, te compartimos las Razones por las que estudiar en otro país será la mejor experiencia de tu vida; no temas, tienes toda una vida para vivir, comienza a hacerlo sin miedo ya.