Desperté agitada a la mitad de la noche, casi podía sentir las sábanas húmedas por el sudor que me había provocado una pesadilla… todo era parte del gran hueco en el estómago que se me hacía al saber que tenía que tomar un avión horas después.Fue muy extraño, después de una serie de cosas que habían volcado mi insignificante vida, lo único que necesitaba era dejar de sentirme dentro de ese círculo que me estaba asfixiando y al mismo tiempo, lo último que quería era sentirme en otro lugar que no fuera en casa. Pero después de la patética escena en la que le aseguré a mi exnovio que siempre iba a poder contar conmigo, justo un poco antes de decirle que era un pendejo, además del divorcio de mis padres, el cual ellos se habían propuesto desde hace 10 años y sin olvidar la enorme desilusión que mi familia completa sufrió, hasta los 13 tíos maternos que no he visto años, después de enterarse de mi decisión sobre convertirme en escritora, podría decirse que la elección más inteligente de mi parte era volar hacia el otro lado del mundo.Tal vez, como en las películas, al regresar todo sería igual que antes. Él y yo juntos planeando nuestros 80 años de vida restantes, mamá y papá aún en la misma casa haciendo el esfuerzo por no pelear y mi familia ilusionada por la gran profesionista en la que me imaginaban convertida. O tal vez no, realmente no me importaba mucho, sólo quería dejar de sentir que estaba saltando a un hoyo sin fondo totalmente oscuro al haber comprado un boleto de avión.
Y es que viajar no tiene nada de malo, pero hacerlo solo es definitivamente la peor idea que a alguien se le puede ocurrir. Hacer amigos es bastante complicado a esta edad, las hormonas hacen que nos traicionemos unos a otros, y el amor, que confundamos todo. Ya una vez superada esa etapa llega la complicidad con la que comienzas a sentir que al nacer fuiste separado de tu verdadero hermano o hermana. De hecho, con esa persona debí haber planeado este viaje, no sola.Encontrarme en el camino a alguien que entienda que no estoy escapando, sino buscándome, conocer a personas diferentes que dejen de recordarme a quienes quiero olvidar, entablar relaciones verdaderas que me hagan creer de nuevo en las palabras de los demás y crear una amistad leal no me sonaba posible con algunas divisas en mi mochila, varios cambios de ropa interior, mi libro favorito y dos baterías para cargar mi teléfono.
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Sorprendentemente y esta vez para nada a mi pesar, me había equivocado completamente. Llegué al aeropuerto de Rumania (15) aproximadamente a las 11 de la mañana, las escalas previas me sirvieron para mandar mis últimos mensajes a mi mejor amiga y eso me había tranquilizado un poco.
Podría contarles todo sobre la geografía, gastronomía, costos y actividades de entretenimiento que conocí en éste y cada uno de mis destinos, pero eso sería muy de una guía turística y yo no lo soy; lo único que soy es una persona con la suerte más grande del mundo por haberme encontrado con personas como las que conocí en el jardín de los Cárpatos. Un espacio icónico de Rumania, estrechamente relacionado con el mito de Drácula, donde conocí a una pareja que trabajaba en un área rural muy cerca de Transilvania, sin saber nada sobre mí se ofrecieron a darme un tour por el increíble paisaje de montañas y ciudades medievales del lugar.
Pasé casi toda mi estadía con ellos, sintiéndome parte de su círculo de amigos y hasta conocí a la familia de uno de ellos; increíblemente, me costó mucho trabajo despedirme de todos, pero partí a mi nuevo destino con la esperanza de encontrarme nuevamente con mis nuevos amigos.
Cruce el Mar Mediterráneo para llegar a España (12), ahí conocí a un grupo de madrileños que me acogieron desde el primer momento en que les pregunté por la ruta más acertada para conocer los lugares imperdibles de la ciudad. Sin pensarlo decidieron acompañarme a la Plaza Mayor para tomarnos algunas fotografías graciosas, después visitamos el Palacio Real, en donde uno de ellos me contó sobre la majestuosa residencia de los monarcas españoles, recorrimos el Paseo del Arte y más tarde compramos unas butifarras para comerlas de camino a la Puerta de Alcalá.
La mañana siguiente nos dedicamos a probar todo lo que cualquier turista no debe perderse cuando visita España y durante algunas pláticas uno de mis nuevos amigos mencionó que pronto visitaría Portugal (10). Cuando le pregunté qué tan caro era viajar allá, me respondió que lo único que importaba era que ahora yo estaba realmente cerca de ese país y que por lo tanto no podía desperdiciar la oportunidad de conocerlo. Así que decidí irme a mi habitación temprano ese día para tomar el tren nocturno de Trenhotel Internacional, el cual me llevaba directo a Portugal y hoy puedo decir que nunca me arrepentiré de haberlo hecho.
Me presenté con los amigos de uno de los chicos que había conocido en Madrid y no fue necesario explicarles nada, ellos simplemente me preguntaron qué quería hacer al día siguiente y desde entonces las risas, las aventuras y algunas historias interesantes sobre la cultura europea no se detuvieron durante todos los días que pasé ahí, por lo que cada vez me era más difícil pensar en volver a empacar. Pero no me detuve, me despedí de todos y me dirigí hacia el sur para encontrarme con otro mundo. La idea de conocer Uganda (2) surgió de un viaje que mi papá había hecho en su juventud, él conocía todo África Oriental como la palma de su mano y creyó que esa era una buena oportunidad para armarme todo un recorrido por Kampala, la capital de Uganda. No podía creer lo sencillo que había sido adentrarme, tan sólo unas horas después de mi llegada, a la Región de los Grandes Lagos, un espacio característico de este lugar. Sentía como si todo ese tiempo me hubieran estado esperando, todos fueron amables y condescendientes conmigo.
Pasé días conociendo lugares que jamás pensé que existían, siempre alguien se ofrecía a explicarme cómo podía llegar a cualquiera de mis otros destinos y jamás me sentí sola. Al visitar el Parque Nacional Kidepo, uno de los más aislados y vírgenes de Uganda, me hipnotizó la diversidad de flora y fauna que podía ver desde el camión que atravesaba el bello paisaje y mientras, los nuevos amigos que había hecho me tomaban fotografías saludando con una sonrisa que hace mucho no tenía.
Conocer a toda esa gente me hacía sentirme muy distinta, estaba a kilómetros de mi país y aún así me sentía más cerca de ellos. Los comenzaba a extrañar, pero se me presentó una oportunidad única, una de las chicas que conocí durante uno de los tours por los parques tradicionales de Uganda iba a viajar al extremo oriente de Asia para encontrarse con su hermano, quien estaba estudiando una maestría en Taiwán (1). Aún me sobraba dinero, pues gracias a la hospitalidad de todos había ahorrado muchísimo durante el largo viaje. Pensé por un momento que se trataba de la idea más descabellada de todas, después recordé que al principio de mi gran viaje por el mundo también me parecía ridículo alejarme de casa en un momento tan difícil como el que estaba pasando, pero al final tomar ese avión fue lo único que me alivió de verdad.
Antes de que tuviera mucho tiempo para pensarlo ya estaba comprando un boleto de avión a la República de China. Al llegar a nuestro destino mi compañera de viaje me explicó que no tendría mucho tiempo para conocer la isla de Formosa conmigo, pues quería pasar algunos días con su hermano. Así que nuevamente me encontraba en un lugar nuevo y completamente distinto a lo que conocía para darme la oportunidad de hacer más grande mi lista de amigos alrededor del mundo.
No tardé mucho en encontrar el camping Ruishui que ya había revisado en Internet una noche antes, me instalé y me dispuse a buscar algún sitio para comer. Como todos en ese lugar, renté una bicicleta para moverme de un lado a otro y sin sorprenderme mucho, esta vez terminé uniéndome a un grupo de jóvenes pescadores que se dirigían a sus trabajos en bicicleta, mismos que entre señas y algunas palabras en inglés me llevaron a un local donde puedes comer por 20 pesos (una vez que haces la conversión a nuestra moneda), un platillo típico llamado “biandang” hecho de arroz blanco con vegetales, carne y pescado, el cual me dejó más que satisfecha.
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En Taiwán vi lo que en ningún otro lugar, pues no importó si se trataba de hombres o mujeres, jóvenes o adultos, muchos de los que vivían en medio de las zonas rurales abrían las puertas de sus casas para invitarte a tomar el té y probar la comida típica de la zona a pesar de ser un completo desconocido, además de ofrecer varias visitas por los mercados nocturnos sin cobrar un solo centavo, por lo que es difícil no encariñarse con todos los que conoces ahí. Con un grupo de 4 jóvenes taiwaneses, tres chicas y un chico, visité las ciudades de Tainan, Hsinchu y Kaohsiung, pues ellos me explicaron que al quedarme en Taipei, la capital de Taiwán, se me acabarían mis últimos ahorros en un día.
Durante esos días conocí a otras dos mujeres, una vietnamita y una filipina que me contaban cómo en su país es completamente normal entablar una conversación con alguien desconocido, ofrecerle ayuda si es que la necesita y simplemente confiar en la personas. En verdad no podía creer lo que me estaba pasando, pasé tantos días sintiéndome sola en el mundo para en menos de un mes darme cuenta de que lo que había conocido no era ni la mitad de todas las maravillas que me faltaban por recorrer. Mis nuevas acompañantes me llevaron a la Montaña Elefante para que pudiera apreciar la ciudad con una vista panorámica, que dejaría atónito a cualquiera, y mientras llegábamos a la cima me contaron cómo Vietnam (9), Filipinas (7) y Omán (6) son otras de las ciudades en las que no importa de dónde vengas, siempre serás bien recibido.
Y es verdad, es increíble que en algunos lugares del mundo predominen las buena intenciones y no los intereses egoístas. En cada uno de los países que visité, muchas personas me ofrecieron su mano sin pedirme absolutamente nada a cambio. En los viajes descubrí las respuestas a todas las preguntas que me robaban la paz y comprendí que nada es tan complicado, las desiciones se toman y ya, sin importar cuáles sean siempre habrá algo bueno en ellas. Las personas son simplemente eso, seres humanos con virtudes extraordinarias, pero también con errores que el tiempo, y en este caso la distancia, nos ayudan a perdonar.
Estoy convencida de que no existe mejor medicina para un corazón desilusionado que viajar sin rumbo fijo con una maleta pequeña, mucha seguridad de encontrarte con la mejor experiencia de tu vida y toda la intención de darte la oportunidad de hacer nuevas e invaluables amistades. Por ahora y después de mi gran viaje sólo sé una cosa: ahorraré lo suficiente para conocer otros de los destinos más cálidos del mundo. Pues todos mis nuevos amigos, mismos que al igual que yo se han convertido en viajeros imparables, me han hablado maravillas de lugares como Canadá (14) y Nueva Zelanda (8). O quizás esta vez elija recorrer Sudamérica para conocer Brasil (11), visitar Ecuador (13), pasar por Colombia (5) y regresar a Costa Rica (3), encontrándome con más personas que al igual que todos los que conocí me regalen un poquito de lo que son para que ellos se queden con algo de mí. Entonces, más ligera y sin vacíos, cada uno de mis viajes sumarán más razones para ser feliz.
Todos estos lugares fueron catalogados este año como los mejores países para viajar si estás buscando una experiencia en la que estés rodeado de nuevos amigos, aventuras grupales y compañeros de viaje incondicionales. La lista de 15 países colocó a México en el número 4, pues nuestro país es de los lugares más amigables de todo el planeta, así que no hay razón alguna para pensar que no hay nadie con quién contar en un mundo tan grande y menos para dudar en si tu próximo viaje a cualquiera de estos destinos será una buen oportunidad para conocer a la personas que te acompañarán en una de tus más inolvidables aventuras.
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Referencia:
Indy100
