Si hubiera una visita obligada en Ámsterdam, sin duda sería al Museo Van Gogh, no tanto por la intención generalizada de ver en persona las dos pinturas que se encontraron casi por casualidad en Internet, sino por la experiencia del color en distintos formatos que no pierde la esencia original de movimiento, de un trazo esencial que las caracteriza. La ubicación, la museografía, la disposición de las obras, la propuesta audiovisual: todo se conjuga para generar una experiencia que no discrimina, al contrario, que se abre a una audiencia diversa e inclusiva.
El recinto está pensado para una gama diversa de visiones y acercamientos; se planeó con la intención de poderse apreciar desde una perspectiva más bien general, pero también para ofrecer un entendimiento del artista y de su obra más profundo. La parte biográfica dialoga bien con los trabajos expuestos, que parecen desempolvar los pliegues menos conocidos de la propuesta estética de Vincent Van Gogh. Está diseñada de tal forma que se pueden apreciar los lugares en los que estuvo a través de la muestra, así como las intimidades del trazo con el lienzo, y las tribulaciones discretas y desenfrenadas que él sobrellevó.
Para tener una experiencia más nutrida del Museo de Van Gogh en Amsterdam, es necesario tomar algunas precauciones antes, notar detalles durante, y elementos a considerar después de haber realizado el recorrido. Aquí el instructivo para una visita más completa, más allá del plano turístico y más adentrada en la apreciación del espacio y de la inmersión en el trazo post-impresionista:
1. Comprar los boletos en línea con varios días de anticipación
Es bien sabido que, especialmente durante la temporada alta en verano, el museo se satura. El sistema en línea tiene un calendario con el desglose por día de todos los horarios disponibles dada la gran demanda de boletos que anualmente se reservan, en especial para los meses de vacaciones. Hay descuentos de estudiante y para adultos mayores de 65 años, pero el boleto normal está en 18€, regularmente abre a las 9:15 de la mañana y cierra a las 5:00 de la tarde. Sin duda, en la tarde es cuando la multitud no permite ni siquiera caminar entre los pasillos. Por esta razón, es mejor comprar boletos para los primeros horarios: hay menos gente y las obras pueden apreciarse más libremente, sin la presión de otros quince turistas que quieren pasar frente.
Por lo demás, el espacio considera a las personas con poca movilidad y existe la opción de subir a cada piso por elevador o a pie. Hay visitas guiadas en los idiomas principales de Europa, comentadas según lo que a la gente le interese saber. El espacio dialoga con el espectador y la obra habla por sí misma. El discurso museográfico es sugerente y los recurso accesibles. (Haz clic aquí para ver los precios).
2. Recorrer el museo de arriba hacia abajo
El edificio consta de tres pisos, cada uno pensado para una etapa de la vida del artista. Es por esto que la narrativa del discurso curatorial apunta a mostrar al espectador el desarrollo estético y las distintas búsquedas que Van Gogh persiguió a lo largo de su carrera artística, autodidacta y espontánea. De esta manera, se tiene una experiencia de inmersión profunda a los procesos creativos que tuvo, al igual de los experimentos que llevó a cabo con el color y las formas, y de los distintos personajes que aparecieron a lo largo de los años.
Si se logró reservar para los primeros horarios, lo mejor es hacer el recorrido al revés: del tercer piso hasta el primero, pues habrá menos gente y las salas se podrán visitar en silencio, siguiendo el camino que uno mismo elija y no el que marque el ritmo de las demás personas.
3. No concentrarse en las obras más famosas
Un error común cuando se visita por primera vez el museo es ir directamente a las obras más reconocidas de Van Gogh, que aunque todas son maravillosas no es lo único que hay que ver. Por el contrario, es verdaderamente sorprendente la variedad de obras que el recinto tiene, que van mucho más allá de la concepción generalizada que se ha creado alrededor de la figura del artista. Hay de todos los tamaños imaginables, desde ensayos en lápiz hasta pinturas de gran formato que ocupan casi una pared de piso a techo. Se tienen también varios de sus cuadernos en exposición, con garabatos de cafés provenzales y efigies de mujer sin terminar.
Como es de imaginar, las obras más conocidas son las que más concentración de turistas tienen y en las que menos tiempo se tiene para apreciar. La gente empuja y se mete, sin respetar las filas que los guardias intentan organizar para que todo el mundo tenga oportunidad de verlas. Es mejor apreciar las demás obras de la muestra, que tienen muchas veces mejor calidad técnica y que la gente ignora, como si no existieran, sin darse cuenta del valor estético de los cuadros que están dejando de lado.
4. Hacer uso del material audiovisual
Sin duda, uno de los esfuerzos más grandes que el museo hizo fue el de recabar información para extenderla a otros formatos. Muchas veces es tedioso usar la audio-guía en los museos, pero el recorrido en este caso sí se enriquece. No es una antología de entrevistas ni de datos históricos inconexos, sino que se trata de un recuento fácilmente digerible del desarrollo artístico y biográfico del artista, con una línea narrativa que resulta amena para todo tipo de público.
Tampoco se pueden dejar de lado los pedazos de lienzo que se pueden ver bajo el lente de microscopios, esto con la finalidad de poder apreciar con más profundidad la manera en la que Van Gogh aplicaba el color en el lienzo, así como los otros elementos que utilizaba para generar textura, como arena para las escenas de playa.
Además, el museo cuenta con varias de las cartas que Vincent escribió a mano, y que se pueden ver expuestas como parte de las salas de las distintas etapas de su vida: desde la provincia francesa hasta París, se aprecia el despliegue de sensibilidades que el artista alcanzó durante sus años más productivos, que coinciden con los pasajes que las cartas a su hermano relatan.
5. Aprovechar los servicios alternos
Con el recorrido terminado, visitar la tienda es casi inevitable. Los souvenirs están diseñados con clase y gusto, por lo que no se limitan a lápices y plumas. Por el contrario, la gama es amplia y deja un buen sabor de boca ver los pasillos con calma. La cafetería también considera a los visitantes que llevan poco dinero y ofrece un menú por 5.25€ que incluye un pan y una bebida a elección.
Con todo lo anterior, la experiencia está completa. Bien dirigida, bien curada, bien lograda: deja al espectador con ganas de regresar no una, sino que varias veces. Si te gustó este artículo sobre el Museo de Van Gogh en Ámsterdam, además te gusta escribir y eres seguidor de todas las expresiones artísticas, envía un texto de prueba con un mínimo de 400 palabras a colaboradores@culturacolectiva.com y conviértete en colaborador de nuestra sección de Arte.
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