El genio o infamia de ser Helen Escobedo en el mundo del arte

El genio o infamia de ser Helen Escobedo en el mundo del arte

El genio o infamia de ser Helen Escobedo en el mundo del arte

El mundo del arte es una burla. No el arte en sí, sino las instituciones y personajes que lo conforman. Esta opinión —falible y subjetiva como todas— está basada en el sentimiento de ser timado. Y es exactamente como uno se siente después de conocer esta extraña anécdota. Se trata de un episodio de la historia del arte mexicano que pocos conocen, pero nos pone a reflexionar profundamente.

 Helen Escobedo –Elena Escobedo Fulda— fue una artista, fotógrafa, escultora y gestora cultural mexicana. Su formación comenzó desde temprana edad. A los 15 años comenzó su preparación en el México City College, una escuela para personas de clase acomodada a mitad del siglo pasado. Además, la amistad que su familia tenía con personajes como Gunther Gerzso, Germán Cueto, Leonora Carrington, Remedios Varo y otras enormes figuras del arte, la hizo entrar, de inmediato en el círculo cultural del momento. Desde siempre fue clara la vena artística que desarrolló durante toda su vida.

 

El camino de la escultura tendría para ella un futuro realmente prometedor; con una búsqueda constante de nuevos materiales y atreviéndose a experimentar con las formas, texturas y tamaños, Helen supo abrirse un camino vasto y fructífero.

Entre otras cosas, sacó el arte de los museos. Logró que la gente interactuara con las piezas, modificando el espacio urbano. De sus piezas más destacadas podemos rescatar: ‘Puertas al viento’, el Espacio Escultórico de CU — que planeó junto con Manuel Felguérez, Mathías Goeritz, Hersúa, Sebastián y Federico Silva—, el ‘Cono invertido’ de Zacatenco, y ‘Coatl’ también en CU. Además, fue directora del Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA) y del Museo de Arte Moderno (MAC), donde se desempeñó exitosamente y obtuvo grandes logros en materia cultural para el país.

En pocas palabras, la actividad artística de México en las últimas décadas sería impensable sin ella.

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El “crimen cultural”

 

Nada podríamos reprocharle a Helen sobre su aportación a la cultura mexicana, salvo un oscuro episodio que habitualmente se oculta a la opinión pública; destruyó la casa de Juan O’Gorman la cual, era calificada por muchos como una joya arquitectónica invaluable.

 Sucedió en 1969, cuando la casa del arquitecto fue puesta a la venta y Helen Escobedo la adquirió. Según algunos, esta venta no fue accidental en lo absoluto; O’ Gorman confiaba plenamente en que, en manos de ella, la casa quedaría protegida o, al menos, aún en pie.

 

«La casa que construí en la Av. San Jerónimo No. 162 era, indiscutiblemente, un ejemplo de arquitectura a tono con la corriente de arte mexicana, nacional y regional y por ese motivo los arquitectos no le conceden valor», confesaba el artista en un texto. Continuaba «con esta destrucción se eliminó la que considero, hasta hoy, la más importante obra arquitectónica de mi vida», el texto se titula, “La venta de mi casa de San Jerónimo No. 162 a la señora Helen Escobedo y la destrucción de la misma por ignorancia”.

 

 

Se trataba de una casa surrealista; por dentro parecía una cueva y por fuera tenía grandes murales de dioses aztecas. El entorno volcánico de la ciudad hacía de ese sitio el lugar perfecto para construir.

Al respecto, recientemente El Universal ha vuelto a poner el dedo en la llaga y publicó una entrevista realizada al arquitecto Carlos González Lobo, quien narró que la comunidad artística luchó por detener la demolición pues se trataba de “una de las obras maestras de la arquitectura moderna”.

 

Todo se vino abajo, lo único que dejó fue la puerta y afirmó que «había una voluntad de destruir la obra, una voluntad y eso es muy feo», dijo el arquitecto.

Hay que tener en consideración que O’Gorman no es cualquier arquitecto; luego de estudiar en la Academia San Carlos, introdujo la arquitectura funcionalista y orgánica en México. Entre otras cosas, diseñó el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, también hizo los murales en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, los murales de Ciudad Universitaria y el Museo Anahuacalli.

Escobedo, toda una autoridad del arte mexicano como lo era, no ignoraba el valor no sólo estético sino histórico de este lugar. ¿Por qué decidió entonces demoler casi en su mayoría la construcción?, ¿es verdad que lo hizo a propósito y con alevosía? , ¿pretendía demostrar algo con esta acción? De ser así, ¿qué? No lo sabemos ahora y probablemente, nunca. Bien podríamos pensar que tuvo fuertes razones para hacerlo y otorgar el beneficio de la duda. Sin embargo, aún quedan algunos enigmas no resueltos.

Estos no corresponden al hecho en sí, sino a la concepción que se tiene sobre el arte y la pretendida autoridad que suponen los llamados artistas.

Bien puede ser que Helen hubiera tenido todo el derecho de hacer las modificaciones que creía pertinentes debido a que se trataba de una propiedad privada; es decir, aunque haya sido diseñada por O’Gorman o por cualquier artista del mundo, era ahora suya y podía haber hecho con ella lo que quisiera pero surge la incómoda cuestión: ¿pudo habernos privado de una de las construcciones más valiosas en materia arquitectónica mexicana?

Por otro lado, no podemos ignorar que Escobedo no era una persona inexperta ni supiera todas las implicaciones que estas radicales modificaciones traerían consigo. Es decir, puede que bajo su preparado criterio, viera en esta construcción una oportunidad para hacer algo mejor. Entonces, ¿tendríamos que juzgarla por tener una opinión distinta sobre el valor de la obra de O’Gorman? , ¿no sería perfectamente legítimo que para ella esta casa careciera de valor?

Más aún, ¿podemos juzgar a una artista con la trayectoria de Helen por esta decisión?, ¿olvidaríamos su trascendencia en la vida cultural de México sólo por esta decisión? Seguramente no.

Todos cometemos errores y este pudo haber sido uno de ellos. Incluso, cabe la posibilidad de que las versiones que han llegado a nosotros no sean del todo objetivas y que fueran otras causas las que obligaron a derrumbar este lugar.

Lo que es verdad es que queda abierta una especie de incertidumbre. Es imposible emitir un juicio entre dos genios del arte. Esto, no es sólo por la dificultad de juzgarlos, sino porque si son los propios artistas quienes aniquilan el arte. ¿Qué nos queda a nosotros los espectadores? ¿Cómo seguir atribuyendo valores universales y sublimes a la actividad artística?

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Referencias

El Universal
La Jornada
Letras Libres

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