13 fotografías de cómo se vive en una cárcel infantil tomadas por menores de edad

13 fotografías de cómo se vive en una cárcel infantil tomadas por menores de edad

13 fotografías de cómo se vive en una cárcel infantil tomadas por menores de edad

No importa que los delincuentes sean prácticamente unos niños; quienes más prejuicios guardan en su mente deciden simplemente continuar con la idea de que, después de haber fallado ante la sociedad, estas personas no pueden volver a ser consideradas seres humanos. A través de su mirada, un joven criminal revela que a pesar de sus faltas y de todo lo que ha visto dentro de la prisión, sigue siendo un hombre con una visión única del mundo. Sin embargo, poco hace la sociedad por reconocer esa inocencia.


Confinados en las prisiones, ellos —los olvidados— comienzan a crear una realidad desde sus propias circunstancias. Sus puestas de sol están formadas por líneas anaranjadas y oscuras determinadas por los barrotes de sus celdas. Ahora tienen que crear una nueva sociedad que no se parezca a la que decidió ignorarles; si se quiere ver de esta manera, son un mundo nuevo que apenas comienza a descubrirse a sí mismo no sólo porque apenas se está formando, sino porque sus miembros son niños y adolescentes que, por una sola falla, fueron arrojados a la marginalidad de una correccional.


Si les diéramos una cámara para retratar sus días, seguramente los resultados serían escalofriantes pero esperanzadores. Por un lado veríamos sombras y una profunda sensación de abandono que, a pesar de no ser ni siquiera cercanos a ella, nos carcome hasta las entrañas. Pero también tendrían una cara amable, oculta, pero no por eso más débil que la anterior. Desde esta perspectiva los presos no sólo tendrían un viaje introspectivo, sino que aprenderían a ver a sus compañeros no como un número o una celda más, sino como un ser humano; lo cual es muy importante después de que incluso les fue arrebatada su propia identidad.


En este caso, la pregunta obligada es quién de todos los que estamos afuera estaría dispuesto a otorgarle a estos niños las herramientas necesarias para que esta mirada hacia sí mismos sea posible. Al menos para los internos del Instituto de Tratamiento y de Aplicación de Medidas para Adolescentes del Estado de Sonora (ITAMA) esa pregunta recibió dos respuestas: Alonso Castillo y Carlos Sánchez. Ambos, fotógrafo y escritor respectivamente, impartieron un taller de fotografía durante el mes de octubre de 2013 dedicado a despertar, por medio de la fotografía, la curiosidad por identificar en su entorno todo lo que como humanos los daña y al mismo tiempo ellos mismos podrían mejorar.


Los resultados, al menos para Alonso, fueron una especie de buena noticia que definitivamente no esperaba. De los diez jóvenes que participaron en el taller, la mayoría mostró un genuino interés por retratar esta terrible realidad; desde los espacios comunes hasta sus propias celdas, los ahora fotógrafos se dieron cuenta de que su encierro no es sólo físico, sino cultural.


«Las prisiones funcionan como un reflejo del comportamiento humano en el que la administración de justicia a menudo se confunde con la venganza».

— Alonso Castillo


Los internos vieron en la fotografía un a herramienta eficaz para comunicarle al mundo su propia identidad forjada detrás de unos barrotes que los han convertido, bajo la mirada de quienes los juzgaron, en algo menos que bestias sin nombre o apellido que debido a sus faltas tenían que ser olvidados. Sin embargo, la fuerza en estas imágenes dice otra cosa completamente distinta: sus voces se han vuelto más fuertes, sus sentimientos más nobles y su estilo de vida por fin ha sido revelado.

Gracias a la fotografía estos niños que a una edad muy temprana se convirtieron en los sin-rostro de la sociedad, hoy pueden mostrarle al mundo esa otra cara de la moneda que nadie, ni siquiera de reojo, se atreve a mirar para percatarse de que quizás el daño que les hemos hecho a todas estas personas es nada comparado con algunos de los delitos por los que ellos están pagando una condena por de más absurda.

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