¿Se le puede poner un precio al arte? las obras más caras del mundo

¿Se le puede poner un precio al arte? las obras más caras del mundo

¿Se le puede poner un precio al arte? las obras más caras del mundo

Corre el debate, incluso en la actualidad, de si las obras de arte pueden tasarse en términos de las leyes de mercado. Sin embargo, es cierto que las dinámicas del capitalismo han subsumido también este ámbito del quehacer humano, convirtiéndolo en un nicho de oportunidad para generar riqueza. A pesar de que, en principio, el arte es invaluable en términos económicos —esto es, que no se le puede poner precio—, lo cierto es que a lo largo de la Historia se ha hecho un esfuerzo incisivo por darle a las obras un valor que se pueda expresar en dólares. Así de robusto es el sistema económico, así de absorbente.

En la misma línea, es complicado hablar de las obras de arte más importantes en la Historia del Arte. Particularmente porque este juicio está sesgado hacia las obras más bien plásticas, que se enfocan, asimismo, casi exclusivamente en la pintura. Se deja de lado, por ejemplo, todo el ámbito del performance, o incluso —si de artes visuales se trata— a la fotografía misma. Sin embargo, siempre está este afán fetichista de hacer una lista rígida y categórica de las que podrían considerarse universalmente como las mejores, las más valiosas, sin hacer una revisión crítica de bajo qué parámetros es que esta selección se hizo. Quizá una obra no tenga nada que ver temporal ni contextualmente con la otra. Puede, incluso, que poco tenga que ver un canon estético con el otro, pero la lista existe.

Más aún, los artistas cuyas obras hoy se tasan a precios exorbitantes en este mercado tan reducido poco pudieron aprovechar o ver los frutos de esas ganancias —o más bien, en la gran mayoría de los casos, nada. Varios de ellos murieron en el olvido, y los que no, tuvieron escaso contacto con las instituciones que llevan a cabo estas subastas multimillonarias. Es en este esfuerzo capitalista que existen las 10 obras más caras del Mercado: ésas que sobrepasaron todos los récords de lo que las instituciones y las personas han estado dispuestas a pagar por apropiarse de una obra de arte. Las mencionamos a continuación:

Salvator Mundi (1490-1519), de Leonardo da Vinci

A pesar de que no se tiene certeza de que el autor sea efectivamente da Vinci, se le atribuye por las características tan similares que tiene la ejecución de la obra al estilo del artista italiano. Aunque la autoría aún es sujeto de debate entre los académicos del arte, lo cierto es que la obra rompió cualquier registro que se tuviera antes en términos de valor económico: fue vendida en 450.3 millones de dólares a un comprador cuyo nombre no fue divulgado. 

Interchange (1955), de Wilhem de Kooning

Kooning es bien conocido por ser uno de los exponentes del expresionismo abstracto alemán. Es por esto que llama la atención que esta obra ni siquiera pertenece a su producción más madura. Por el contrario, se trata de uno de los primeros paisajes que realizó con esta técnica. En septiembre de 2015 batió récords tras ser vendida a Kenneth C. Griffith por 300 millones de dólares. Hoy forma parte, como un préstamo, de la colección del Art Institute of Chicago.

 

Les Joueurs des Cartes (1892-1893), de Paul Cézanne

Este cuadro forma parte de una serie de cinco pinturas que Cézanne realizó entre 1890 y 1895, y que siguen una misma temática: las partidas de cartas. Pertenece al periodo más maduro de su producción artística, en las que los personajes —aunque en actividades más bien cotidianas, en escenarios y situaciones de clase media baja— se caracterizan por una dignidad con la que parecen enfrascarse el juego. En 2011 fue vendida por 250 millones de dólares a la Familia Real de Qatar. Es la última de todas las piezas de Cézanne que sigue en posesión de particulares. 

Nafé faà ipoipo? (Quand te maries-tu?) (1892), de Paul Gaugin

Gaugin es fácilmente reconocible por sus escenas tropicales, de mujeres indígenas que parecen llamar al espectador con la mirada. Incluso en el título está implícita esa invitación seductora: ¿Cuándo te casas?, traducido al español. El autor, sin embargo, optó por nombrar a la obra con la frase original en tahitiano, durante la primera de varias visitas a las islas. De ellas rescata la calidez en los colores, la suavidad de la brisa en el trazo y el atrevimiento de las protagonistas que devuelven un gesto enigmático. En 2015 se tasó por 210 millones en una compra privada.

Wasserschlangen II (1904), de Gustav Klimt

Si algo caracteriza a Gustav Klimt es su capacidad de apelar a la experiencia femenina desde el erotismo y la sensualidad del cuerpo. Incluso desde sus obras más jóvenes es evidente esa preocupación insistente por la piel y su relación con el trazo, de patrones progresivamente más dorados. La colección del Klimt Museum de Viena, localizado en el antiguo palacio Belvedere, clasifica a Wasserschlangen II como el clímax de toda la producción del artista, pues es el ejemplo perfecto de cómo no temía a la censura, sino que jugaba con sus límites para poder desarrollar su propuesta estética. En 2013 se vendió por 187 millones de dólares a Dimitri Rybolovlev.

No. 6 (Violet, Green and Red) (1951), de Mark Rothko

El No. 6 de Rothko sigue la línea constante de grandes expansiones de color que contrastan entre sí, bajo la premisa de permitir que el color impacte directamente en el espectador, sin pretensión figurativa. La abstracción de este artista mira más allá de la representación fiel de la realidad: es el juego del color y el contraste, nada más. No hay mucho que pueda decirse realmente de la obra de Rothko en general, porque las palabras de poco sirven. Su propuesta artística apunta más bien a la experiencia, muy a manera del acontecimiento como lo entendía Foucault: eso que no puede decirse porque no se puede expresar, sino que se siente porque sucede. En 2014 se vendió en 186 millones en una subasta, nuevamente —y qué raro—, privada.

Les femmes d’Alger (1917-1918), de Pablo Picasso

Es bien sabido que hubo una época en la producción artística de Picasso en la que estuvo profundamente obsesionado con Las meninas (1596), de Velázquez. En términos de perspectiva, esta última es una de las obras más estudiadas en la Historia del Arte porque no se sabe cuáles eran realmente las pretensiones del artista barroco: ¿a quién mira el pintor?, ¿quiénes son, realmente, los protagonistas en la escena?, y más aún: ¿desde qué punto de vista está planteada la composición? Estos fueron los mismos cuestionamientos que Picasso se hizo durante la segunda década del siglo XX, y de estas meditaciones, surgió Les femmes d’Alger. En 2015, Christie’s la vendió a un comprador saudí por 179.4 millones de dólares.

Nu couché (1962), de Amedeo Modigliani

Modigliani destaca por la rareza de los cuerpos representados en sus composiciones. Largos, esbeltos, de miradas perdidas, todos parecen responder a la misma intención sensitiva: ésa de alargar las formas anatómicas para jugar con el espacio hasta los límites de lo grotesco. Hay algo ciertamente cadavérico en sus personajes, y quizá sea por eso que en noviembre de 2015, Christie’s la haya vendido por un poco más de 170 millones de dólares. En esa insistencia tétrica por estirar el cuerpo hasta deformarlo hay algo que atrae, y que se inyecta en la mirada del espectador, como un mal necesario.

La Rêve (1932), de Pablo Picasso

La mujer representada que yace en un sillón con las manos sobre el regazo es Marie-Thérèse Walter, una de las múltiples musas y amantes de Picasso. Es éste uno de los cuadros más controversiales del artista, pues la modelo tenía 15 años mientras estuvieron juntos… él tenía 46. Sin embargo, la sensualidad de la obra es indiscutible, así como el dominio del periodo cubista: el gesto de las manos, la suavidad del gesto en el rostro. Es casi una escena auto-erótica. En 2006 fue comprada por 155 millones de dólares, pero la transacción se canceló pues el dueño, Steve Wynn, dañó la obra sin querer. Sin embargo, sigue formando parte de una colección particular de una familia en Las Vegas.

 

Masterpiece (1962), de Roy Lichtenstein

Es interesante la meta-observación artística que Roy Lichtenstein logra con Masterpiece. Además de que el título tiene una doble referencia —en tanto que habla del cuadro representado en la pieza y, al mismo tiempo, de la obra como tal—, parece vaticinar también el éxito que ésta tendría en el mercado artístico. Sin embargo, lo que es realmente interesante es el juego dado en las miradas: del espectador, quien aprecia la obra desde fuera, y de los personajes, quienes miran asimismo una obra maestra. A pesar de que el contenido del lienzo que observan ellos está oculto para el espectador, este carácter invisible de la obra admirada parece reflejar a Masterpiece como tal. En otras palabras, se trata de una obra de arte que admira una obra de arte, que parece admirarse a sí misma. El año pasado, Steven Cohen la compró por 165 millones de dólares.

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