Cuentos navideños para antes de ir a dormir

Cuentos navideños para antes de ir a dormir

Cuentos navideños para antes de ir a dormir

YAFYTA5TG5HMJICCUAYWGAMEHA - Cuentos navideños para antes de ir a dormir

Llegado el mes de diciembre no hay nada mejor que compartir un momento en familia y dejarnos llevar por el espíritu navideño. Con estos cuentos navideños para antes de ir a dormir, podrás ayudar a tus hijos a que comprendan mejor el significado de la Navidad, además de ayudarlos a tener mejores sueños. 

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El perrito

Había una vez un perrito abandonado que vivía muy triste y solito porque nadie le quería. Era el más feo de sus hermanos y ningún niño le había querido adoptar.
Comía lo que encontraba por la calle y siempre tenía miedo porque a veces los niños le tiraban piedras.
Un día vio a unos señores con unos trajes muy bonitos y como parecían que tenían bastante comida y tenían cara de ser buenos, se puso a seguirles.
Pasaron montañas y ríos, desiertos y bosques. El perrito estaba ya cansado y se preguntaba cuándo llegarían a su casa aquellos señores. Algunas veces pensaba que se debían haber perdido porque no sabían seguir, hasta que veían una estrella en el cielo y se ponían a seguirla.
Una noche, llegaron hasta un pueblo pequeño, y al final, llegaron hasta una casa un poco rota. La estrella estaba brillando encima de la casa. Dentro estaba una señora muy guapa y un señor con barba y, en una cunita de paja había un niño pequeño que no paraba de llorar.
Había mucha gente que entraba y dejaba alguna cosa en el suelo: un pan, unas frutas, una manta… y el niño seguía llorando. Los tres señores sacaron tres cajitas y se las dieron también, pero el niño no dejaba de llorar.
Sus papás parecían preocupados. Entonces se acercó el perrito con mucho cuidado hasta la cunita y le puso el hocico encima, moviendo la cola. José, que así se llamaba el señor de la barba le iba a echar de allí, pero entonces el niño miró los ojitos del perrito, dejó de llorar y luego se puso a reír, reír y a reír…
El perrito sintió que por fin tenía una familia de verdad y el niño sintió que aquél era su mejor regalo.

El cuento del hombre de jengibre

Érase una vez, una mujer viejecita que vivía en una casita vieja en la cima de una colina, rodeada de huertas doradas, bosques y arroyos. A la vieja le encantaba hornear, y un día de Navidad decidió hacer un hombre de jengibre. Formó la cabeza y el cuerpo, los brazos y las piernas. Agregó pasas jugosas para los ojos y la boca, y una fila enfrente para los botones en su chaqueta. Luego puso un caramelo para la nariz. Al fin, lo puso en el horno.
La cocina se llenó del olor dulce de especias, y cuando el hombre de jengibre estaba crujiente, la vieja abrió la puerta del horno. El hombre de jengibre saltó del horno, y salió corriendo, cantando
– ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jengibre!

La vieja corrió, pero el hombre de jengibre corrió más rápido. El hombre de jengibre se encontró con un pato que dijo:
– ¡Cua, cua! ¡Hueles delicioso! ¡Quiero comerte!

Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El pato lo persiguió balanceándose, pero el hombre de jengibre corrió más rápido. Cuando el hombre de jengibre corrió por las huertas doradas, se encontró con un cerdo que cortaba paja. El cerdo dijo:
– ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cerdo lo persiguió brincando, pero el hombre de jengibre corrió más rápido. En la sombra fresca del bosque, un cordero estaba picando hojas. Cuando vio al hombre de jengibre, dijo:
– ¡Bee, bee! ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cordero lo persiguió saltando, pero el hombre de jengibre corrió más rápido. Más allá, el hombre de jengibre podía ver un río ondulante. Miró hacia atrás sobre el hombro y vio a todos los que estaban persiguiéndole.
– ¡Paa! ¡Paa! exclamó la vieja.
– ¡Cua, cua! graznó el pato.
– ¡Oink! ¡Oink! gruñó el cerdo.
– ¡Bee! ¡bee! – baló el cordero
Pero el hombre de jengibre se rió y continuó hacia el río. Al lado del río, vio a un zorro. Le dijo al zorro:
– He huido de la vieja y el pato y el cerdo y el cordero. ¡Puedo huir de ti también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jengibre!
Pero el zorro astuto sonrió y dijo:
– Espera, hombre de jengibre. ¡Soy tu amigo! Te ayudaré a cruzar el río. ¡Échate encima de la cola!
El hombre de jengibre echó un vistazo hacia atrás y vio a la vieja, al pato, al cerdo y al cordero acercándose. Se echó encima de la cola sedosa del zorro, y el zorro salió nadando en el río. A mitad de camino, el zorro le pidió que se echara sobre su espalda para que no se mojara. Y así lo hizo. Después de unas brazadas más, el zorro dijo:
– Hombre de jengibre, el agua es aún más profunda. ¡Échate encima de la cabeza!
– ¡Ja, Ja! Nunca me alcanzarán ahora rió el hombre de jengibre.
– ¡Tienes la razón! chilló el zorro.
El zorro echó atrás la cabeza, tiró al hombre de jengibre en el aire, y lo dejó caer en la boca. Con un crujido fuerte, el zorro comió al hombre de jengibre.
La vieja regresó a casa y decidió hornear un pastel de jengibre en su lugar.

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El conejito burlón

Vivía en el bosque verde un conejito dulce, tierno y esponjoso. Siempre que veía algún animal del bosque se burlaba de él. Un día, estaba sentado a la sombra de un árbol, cuando se le acercó una ardilla: Hola señor conejo. El conejo no respondió.
Le miró, le sacó la lengua y salió corriendo. ¡Qué maleducado!, pensó la ardilla. De camino a su madriguera, se encontró con un cervatillo, que también quiso saludarle: Buenos días señor conejo. De nuevo el conejo sacó su lengua al cervatillo y se fue corriendo. Así una y otra vez a todos los animales del bosque que se iba encontrando en su camino.

Un día todos los animales decidieron darle un buena lección y se pusieron de acuerdo para que cuando alguno de ellos viera al conejo no le saludara. Harían cómo si no le vieran.
Y así ocurrió. En los días siguientes todo el mundo ignoró al conejo. Nadie hablaba con él ni le saludaba. Un día, organizando una fiesta todos los animales del bosque, el conejo pudo escuchar el lugar donde se iba a celebrar y pensó en ir, aunque no le hubiesen invitado.
Aquella tarde cuando todos los animales se divertían, apareció el conejo en medio de la fiesta. Todos hicieron como si no le vieran. El conejo, abrumado ante la falta de atención de sus compañeros, decidió marcharse con las orejas bajas.

Los animales, dándoles pena del pobre conejo, decidieron irle a buscar a su madriguera e invitarle a la fiesta. No sin antes hacerle prometer que nunca más haría burla a ninguno de los animales del bosque.
El conejo, muy contento, prometió no burlarse nunca más de sus amigos del bosque, y todos se divirtieron mucho en la fiesta y vivieron muy felices para siempre.

El zapatero y los duendes

Había una vez un zapatero muy pobre, muy pobre, que trabajaba día y noche para sacar adelante su hogar. Su mujer no tenía trabajo y no tenían hijos. El zapatero cada vez vendía menos zapatos. Era Navidad, y hacía frío, y se quedó sin dinero para comprar un poco de cuero y seguir trabajando.
– ‘Este es mi último par de tiras de piel – le dijo apenado a su mujer- Mañana terminaré mi último par de zapatos. Si no los vendo bien, no tendré dinero para comprar más cuero’.
El zapatero se fue a dormir. Pero esa noche ocurrió algo increíble. En cuanto el reloj marcó las 12 campanadas, dos pequeños duendes aparecieron como por arte de magia en la casa del zapatero. Estaban desnudos, y tenía frío. Vieron las tiras de piel sobre la mesa, pero en vez de usarlas para abrigarse, comenzaron a coser unos zapatos para el zapatero. Sus manos eran pequeñas y las puntadas muy finas. Consiguieron terminar los zapatos más perfectos que jamás había hecho nadie.

Cuando el zapatero se despertó, vio el par de zapatos sobre la mesa. No podía creer lo que veía. Llamó a su mujer y le mostró el milagro. Eran los zapatos más perfectos y elegantes que había visto nunca. Nada más ponerlos en el escaparate, entró un hombre y los compró por muy buen precio. Gracias a ese dinero, el zapatero pudo comprar más cuero para hacer más zapatos. Y esa noche, se repitió la historia. Los duendes aparecieron a las 12 en punto y volvieron a coser, en este caso, dos pares de zapatos.
Y así pasó un día, y otro y otro más. Sus zapatos eran los mejores, y el zapatero se hizo muy pronto con un grupo de clientes ricos y agradecidos que admiraban su trabajo.
Pero el zapatero quería saber qué pasaba cada noche. Su curiosidad le hizo esperar un día escondido tras un sillón. Entonces, lo vio todo. A las 12, una vez más, aparecieron los duendes, desnudos y muertos de frío. El zapatero les miró con asombro y se entristeció. Al día siguiente, se lo contó a su mujer y entre los dos decidieron preparar ropa y unos zapatos diminutos para ellos. Era Nochebuena. Los dejaron sobre la mesa y se fueron a dormir.
Los duendecillos aparecieron a las 12 como cada noche, y descubrieron emocionados la sopa y los zapatos.
– ¡Será para nosotros!- dijeron.
Se pusieron con rapidez la ropa. Se calzaron los zapatos y se alejaron muy felices y agradecidos cantando: – ‘por fin somos duendecillos elegantes’.
El zapatero y su mujer se alegraron mucho al ver que los duendes se habían llevado su regalo. No volvieron a verles, pero el zapatero continuó trabajando y jamás le faltó un cliente.

El muñeco de nieve

Era noche de Navidad, y los niños que siempre acompañaban al muñeco de nieve, estaba en sus casas. El muñeco de nieve se sentía solo y triste… 

Cerca, había una casa, y él decidió acercarse para ver qué pasaba dentro. Al hacerlo, vio el calor de un hogar, una mesa llena de comida, y un lugar acogedor en donde no hacía frío, porque no caía nieve…
El muñeco de nieve quiso entrar, pero no pudo, porque no encontró forma de hacerlo… Pero de pronto vio caer una escarcha del cielo, que lo miró y sonrió. Le dijo:

– ¡Pídeme un deseo, en esta noche especial’.
El muñeco contestó:
– Yo quiero sentir el calor de un hogar, como el de esta familia…
– Pide tu deseo entonces – Insistió la escarcha.
– Quiero entrar en esta casa y pasar la Navidad con esta familia..
– Pero, si entras ahí, te convertirás en un charco de agua – le dijo la escarcha.
– Entonces quiero que ellos salgan y pasen la Navidad conmigo.
– No puedo hacer eso, porque si ellos salen, se morirán de frío.
– Entonces, ¿qué puedo hacer?
– Es verdad, muñeco de nieve…- pensó la escarcha – lo que tú necesitas es otro muñeco de nieve con quien compartir la Navidad…
La escarcha fue creando otro muñeco de nieve. Cuando ya terminó, el niño se asomó por la ventana..
– ¡Mira, papá! ¡Otro muñeco de nieve! ¡No tiene bufanda! ¿Puedo ponerle una?
– ¡Sí!… – le contestó el padre.
Así que el niño salió y le puso la bufanda de su madre al muñeco de nieve recién creado… Y así fue cómo el muñeco de nieve jamás volvió a estar solo en Navidad.

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