3 poemas de Abraham Valdelomar, el escritor más excéntrico de Perú

3 poemas de Abraham Valdelomar

3 poemas de Abraham Valdelomar

“Yo soy aldeano. Nací y me crié en la aldea, a orillas del mar, viendo mis infantiles ojos de cerca y perennemente la Naturaleza. No me eduqué con libros, sino con crepúsculos. Mi profesor de Religión fue mi madre y lo fue después el firmamento. Mis maestros de estética fueron el paisaje y el mar; mi libro de Moral fue la aldehuela de San Andrés de los Pescadores, y mi única filosofía la que me enseñara el cementerio de mi pueblo”

Abraham Valdelomar

Perú ha legado a las letras de habla hispana figuras totémicas de la literatura universal. Sólo dos de ellas bastarían para argumentar con base de acero inoxidable el argumento: el poeta César Vallejo, autor de Los heraldos negros (1919), uno de los libros más tristes de la historia; y el sempiterno narrador Julio Ramón Ribeyro, entre los cuentistas latinoamericanos más importantes. Sin embargo, hay otra figura emblemática cuya poética resalta y en la que es preciso detenerse para entender mejor el panorama de la poesía peruana.

A pesar de su breve tránsito por la vida , por la genialidad saturada de añoranza que plasmó en sus poemas, Abraham Valdelomar (1888-1919) es uno de los escritores más notables de Perú. Incluso podría decirse que es uno de los más completos: publicó cuentos, poemas, crónicas, novelas breves, ensayos y obras de teatro. Incursionó, además, en el campo de la política y el periodismo. Sin embargo, lo que más resalta de su estampa como autor y esgrimidor de la palabra es que azuzó la flama innovadora en el pecho de los jóvenes escritores peruanos.

Valdelomar nadó, sobre todo, contra la agitada corriente cultural de la sociedad conservadora de su tiempo. Cerca de 1915 empezó a llamar la atención de la vida pública, a menudo por sus improvisaciones poéticas, que realizaba en salones de té y cafés de sociedad, habitualmente acartonados. Además, se vestía como un dandy extraño, por lo que muchos repudiaron sus extravagancias y lo tildaban de ser sólo una mala copia de Oscar Wilde y del poeta futurista italiano Gabriele D’Annunzio. En general, su irreverencia era interpretada por sus contemporáneos como petulancia, aunque en el fondo el poeta era un auténtico humanista. Como lo indica el escritor Luis Alberto Sánchez: “Fue, de raíz, un niño terrible. Se nos fue terrible y niño y desde su niñez sin ocaso continúa alumbrando hasta ahora la Letras del Perú”.

La muerte le dio alcance a los 31 años de edad: durante una madrugada, en la azotea de una casona en la Provincia de Ayacucho, intentó bajar completamente a oscuras, pero cayó de unos seis metros de altura y se fracturó la espina dorsal. Tres días de intensa agonía después, falleció. Admiradores y difamadores no se reservaron comentarios. Los de estos últimos, en un intento de ridiculizar su figura, derivaron en el inefable rumor de que había caído sobre una pila de excrementos. Lo cierto es que cayó sobre un montículo de grava que estaba cerca de la escalera. ¿El motivo de la caída? Su prisa por bajar a inyectarse una dosis de morfina. En fin, datos mórbidos aparte, su obra merece ser conocida y reconocida. Es por eso que a continuación te presentamos 3 poemas de la pluma eterna y nostálgica del escritor más excéntrico de Perú, Abraham Valdelomar:

“La danza de las horas”

Hoy, que está la mañana fresca, azul y lozana;
hoy, que parece un niño juguetón la mañana,
y el sol parece como que quisiera subir
corriendo por las nubes, en la extensión lejana,
hoy quisiera reír…

Hoy, que la tarde está dorada y encendida;
en que cantan los campos una canción de vida,
bajo el cóncavo cielo que se copia en el mar,
hoy, la muerte parece que estuviera dormida,
hoy quisiera besar…

Hoy, que la Luna tiene un color ceniciento;
hoy, que me dice cosas tan ambiguas el viento,
a cuyo paso eriza su cabellera el mar;
hoy, que las horas tienen un sonido más lento,
hoy quisiera llorar…

Hoy, que la noche tiene una trágica duda,
en que vaga en la sombra una pregunta muda;
en que se siente que algo siniestro va a venir,
que se baña en el pecho la Tristeza desnuda,
hoy quisiera morir…

***

“Tristita”

Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre, una dulce alegría,
y la muerte del sol, una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado, del mar,
y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar.

***

“Corazón, ponte de pie”

¡Corazón, ponte en pie! Cierra tu herida.
Seca tu llanto, alegra tu mansión,
olvida tu dolor, tu pena olvida,
cubre de flores, tu sutil guarida
y hoy que la Primavera te convida,
¡Corazón, ponte en pie, cierra tu herida
toma el tricornio y canta, Corazón!

No invoques a la musa, hoy que te implora
tu propio dueño una sutil canción,
para cantar un cielo que se adora,
para decirle a un pueblo que se llora,
cuando llega esta hora
de la separación,
para triste decir
¡tú eres la única musa, Corazón!

***

La poesía no salva a nadie ni la hace mejor persona. En todo caso, alumbra con luz propia un halo distinto e inimitable, los detalles que hacen que la vida sea la vida. Algunos poetas malditos, por ejemplo, han otorgado sus definiciones del sentimiento más universal.

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