17 pinturas sobre prostitución y decadencia que no son de Toulouse-Lautrec

17 pinturas sobre prostitución y decadencia que no son de Toulouse-Lautrec

17 pinturas sobre prostitución y decadencia que no son de Toulouse-Lautrec

Pintura.

París.

Prostitutas.

Cuando estas tres palabras llegan a rozarse, ocurre magia. La mente se exalta, el corazón se acelera, partes de nuestra anatomía palpitan, la temperatura sube y los misterios de un curioso hombrecillo francés brincan a la memoria. Pero, ¿qué hubiera sido de nuestra erótica imaginación sin la presencia de Toulouse-Lautrec? el pintor fascinado por la absenta y el sexo por diversión? ¿Nuestra excitación sería la misma al fantasear con un mundo prohibido donde se mezclan arte, lujuria y excesos? No lo sabemos a ciencia cierta, pero hay algo que sí podemos asegurar: no hubiéramos quedado huérfanos.

Hubo, a principios del siglo XX, otro artista que también se encargó de pintar a las coristas de los bares y a las prostitutas del barrio rojo de París. Su nombre: Kees van Dongen. O por lo menos su nominación artística. Cornelius Théodorus Marie van Donge –su nombre de pila– nació en Róterdam durante 1877, inició su formación en la Real Academia de Bellas Artes de su ciudad natal y, justamente por esas mismas fechas (cuando él contaba con apenas 16 años), comenzó a frecuentar los rincones oscuros del puerto para codearse con marineros y prostitutas.


Se instaló en Francia en 1897, donde recibió la influencia de Gauguin y de los simbolistas como primer paso en su carrera artística dentro de la capital creativa por excelencia. Fue allí donde inició su vida como uno de los exponentes más fuertes de la baja vida en Europa, insertado en los inicios de una vanguardia que poco revisamos, pero es esencial para la historia: el fauvismo. Sí, todos recordamos a las prostitutas francesas gracias al art nouveau y al postimpresionismo, pero mucho le debemos de este imaginario y representación plástica a aquella corriente que abogaba por los colores puros, estridentes, la no-sumisión frente a las tradiciones y la no-suavidad de las imágenes.


Van Dongen formó parte en 1905 del primer grupo de fauvistas, con los que expuso en el Salón de Otoño. Fue entonces que sus colores, especialmente intensos, así como sus temas, acercaron el fauvismo al expresionismo alemán y se tuvo una idea más clara de lo que este movimiento proponía.


Poco después, siguiendo los intereses distópicos del genio, las recepciones y fiestas burlescas se convirtieron en los escenarios perfectos para que el artista desempeñara su trabajo; retratos de la vida común y los excesos vividos en Montparnasse se hicieron habituales. Su producción se enriqueció de historias, personajes, vicios y un cálido abrazo entre clases.


No podemos negar las influencias de Toulouse-Lautrec en sus cuadros, pero de la misma manera se pueden rastrear a Rembrandt y a Hals en muchas de sus creaciones. Así que no podemos juzgar a Van Dongen de haber hurtado ni los temas –que eran comunes en aquel entonces– ni las pinceladas de otro gran creador.


Rojos chillones, grandes ojos marcados por maquillaje y referencias de oriente, un misticismo con demasiada carga erótica para su contexto, son algunos de los detalles más evidentes en los lienzos del artista. Elementos que fueron considerados escandalosos por la crítica y ocasionaron una serie de comentarios brutales en su contra, concluyendo con su expulsión del Salón.


Los rasgos más distintivos de sus cuadros son el color antinatural y subjetivo; muestras no de la realidad física sino de la evocación o el sentir que originaron al trazo. Son colores cálidos en su mayoría dotan erotismo y violencia en los sujetos retratados; formas planas que discuten con la herencia formalista hasta entonces, poco interés por los volúmenes, la perspectiva o las proporciones efectivas, y contornos de líneas gruesas que demuestran la fiereza del movimiento.


El punto de vista sensual hacia las mujeres pobres, de prostíbulo, en situación de calle y sujetas a la penosa fiesta de París, fue la inauguración para Van Dongen y el arte moderno de un lenguaje artístico destinado a mundos exóticos y a la vez decadentes; a pesar de que el mismo autor fue también caracterizado en esos años no por una persecución del genio, sino del dinero que le representaba hacer estos retratos.

No todo en la pintura de Kees van Dongen fue underground, también contamos de registros de luz tan bellos como sofisticados, de la elegancia que ostentaban ciertas mujeres en la época y la exquisitez de una élite que bien guardaba las apariencias. Sin embargo, su fama se debe en buena cantidad a ser “el pintor de los burdeles”, en haber capturado la esencia de celebridades eróticas –Josephine Baker y Brigitte Bardot incluso– y haber generado una sexualidad cromática como nunca antes.

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