Donald Trump y el arte de salirse con la suya

Donald Trump y el arte de salirse con la suya

Donald Trump y el arte de salirse con la suya

Lo que comenzó como una broma de mal gusto se ha convertido, con el paso de las semanas y los meses, en una verdadera fuente de preocupación para todo el mundo. Analistas, reporteros, escritores, comediantes, todos minimizaron el anuncio de Donald Trump de que contendería por la nominación del partido republicano para la elección presidencial de Estados Unidos. Hasta hoy, el magnate tiene asegurada la candidatura y poco a poco el pánico comienza a apoderarse no sólo de los votantes sensatos de ese país, sino de ciudadanos y líderes del resto del mundo. Todos nos hacemos la misma pregunta:

¿Qué tal si, a pesar de su profunda ignorancia, su reiterada xenofobia, su narcisismo enfermizo y sus desplantes de misoginia, Donald Trump se convierte en el hombre más poderoso del mundo?

No queda claro si lo que pretendía era simplemente dar un impulso de relaciones públicas a sus desarrollos inmobiliarios y al personaje que ha construido en sus reality shows, o si imaginó desde un principio que se encontraría en esta instancia. Lo cierto es que el tiempo de reír de sus ocurrencias, o simplemente ignorarlas, terminó. Un hombre que representa todo aquello que la sociedad occidental ha trabajado durante décadas para superar –intolerancia, racismo, exclusión, violencia– está cada vez más cerca de hacerse del control de la primera potencia mundial.

Para comprender por qué ha tenido tanto éxito en su apuesta por la nominación republicana y por qué los medios y estrategias tradicionales no bastan para detener su avance, es preciso analizar su campaña desde dos perspectivas fundamentales: su gran capacidad de manipulación y el culto a la personalidad que ha creado.

Una de las características más sorprendentes de su candidatura es que, a diferencia de sus contendientes, Trump puede decir lo que le venga en gana sin sufrir las consecuencias. No es, por supuesto, el primer político que miente abiertamente ni el primero que ofende intencionalmente a otros con sus comentarios. Sin embargo, ningún otro candidato lo había hecho con la frecuencia –y el éxito– con que lo hace Trump. Su aparente inmunidad tiene que ver con la estrategia de comunicación que ha adoptado. Para compensar sus carencias en el terreno intelectual, Trump depende de la improvisación. No hay tema sobre el que no opine ni persona o institución que se salve de sus ataques, el objetivo es emitir tantos comentarios como sea posible sobre cualquier tema que resulte relevante en el momento, sin importar si lo dicho cuenta o no con fundamentos o contradice aquello que ha sido probado científicamente: “Hace frío y está nevando en Nueva York, necesitamos calentamiento global”; “Niño saludable va al doctor, le dan una gran dosis de vacunas, se siente mal y cambia – AUTISMO”. La meta es ser el foco de atención de forma permanente.

Ante este flujo avasallador de frases controversiales, falsedades e insultos, los medios de comunicación, aquellos encargados de filtrar la información y brindarle un orden y un contexto, se han quedado pasmados. Trump ha puesto el juego de cabeza. Solía ser que cuando una figura política mentía, la presión de los medios –y a través de ellos de los lectores y espectadores– era tan grande que al personaje no le quedaba otra opción más que retractarse, ofrecer disculpas o aislarse durante un tiempo. En la era de Trump, es tal la cantidad de mentiras, medias verdades, insultos o incoherencias que a los medios no les queda otra alternativa más que hacer eco de lo que se dice, incapaces, por la inmensidad del reto, de hacer que el candidato responda por algún comentario en particular ya que éste es enterrado de inmediato por una nueva avalancha de expresiones igualmente ofensivas o irresponsables: “La pereza es un rasgo de las personas afroamericanas”; “Debemos detener la máquina de crimen y asesinatos que es la inmigración ilegal. Los problemas sólo empeorarán. ¡Retomemos nuestro país!”.

Trump consiguió librarse del lastre que implica tener que decir la verdad –o pretender hacerlo–, en eso reside su gran fortaleza. En vez de ser oportunidades para que reporteros y periodistas lo obliguen a responder por sus comentarios y responsabilizarse por sus ofensas, las entrevistas o conferencias de prensa son nuevas ocasiones para que el hábil embustero genere aún más controversia y con ello haga crecer su popularidad.

Una muestra clara de que la lógica tradicional de arrinconar al mentiroso no surte efecto en Trump, es un análisis realizado por Politifact, un sitio web ganador del premio Pulitzer que se dedica a verificar la veracidad de lo que dicen los políticos. Tras estudiar sus discursos y declaraciones, los analistas encontraron que 76% de lo que dice es mayormente falso, falso o absolutamente falso. Una estadística como ésta descalificaría de inmediato a cualquier otro personaje, pero Trump, aparentemente impoluto, sigue adelante.

Esto vale para los medios, pero ¿por qué lo sigue tanta gente?

El perfil de aquellos que votan por Trump está bien definido, son personas que, en primer lugar, no cuentan con estudios universitarios. De acuerdo con The Atlantic, por cada punto porcentual de personas mayores de 25 años con un título universitario, la proporción de votos de Trump se reduce en 0.65 puntos. También son personas que creen que su voz y su opinión no cuentan. De acuerdo con una encuesta de RAND, el 86.5 por ciento de estas personas eligen a Trump. Otra característica frecuente entre sus votantes es que viven en partes de Estados Unidos en las que existe un resentimiento racial. De acuerdo con el New York Times, el apoyo de Trump es mayor que el de todos sus adversarios en las regiones en las que son más comunes las expresiones racistas, tomando en cuenta la cantidad de términos de búsqueda ofensivos de parte de los usuarios en Google.

Estas personas ven en el magnate a un hombre fuerte, alguien que no puede ser doblegado por sus adversarios ni por los medios de comunicación, alguien que se atreve a decir lo que otros callan. Aquí se manifiesta el culto a la personalidad del líder fuerte, el redentor que traerá de vuelta aquello que les ha sido arrebatado –real o metafóricamente–, de ahí que su eslogan de campaña: “Make America Great Again” sea tan poderoso.

Pero el atractivo del billonario candidato no se limita a este segmento. Incluso la población general, heterogénea por naturaleza, se siente atraída por su descaro e irreverencia. Esto obedece en primer lugar a un par de factores circunstanciales: la crisis económica de 2008, de la cual apenas comienza a recuperarse plenamente el mundo, y el desencanto generalizado con la política y los políticos. Estos factores dieron lugar a un ambiente de crispación social, idóneo para la aparición de alguien percibido como externo, alguien que no esté “contaminado” por la política. El gran mérito de Trump, en términos electorales, es que consiguió aglutinar el descontento y darle un cauce electoral.

 “Lo siento perdedores y críticos, pero mi IQ es uno de los más elevados, ¡y ustedes lo saben!” Es una afirmación risible, pero debería servir como advertencia. Probablemente se trate del político menos ilustrado de aquel país, pero en términos de estrategia, Trump ha demostrado estar un paso más adelante que el resto del mundo. El tiempo de reír se terminó.

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Referencias:

“Who Are Donald Trump’s Supporters, Really?”, Derek Thompson, The Atlantic, marzo 2016.

“RAND Kicks Off 2016 Presidential Election Panel Survey”, Michael Pollard y Joshua Mendelsohn, RAND.

“Donald Trump’s Strongest Supporters: A Certain Kind of Democrat”, Nate Cohn, New York Times, diciembre 2015.

“Most of What Donald Trump Says is B.S., Fact-Checking Website Says”, Rachel Dicker, US News, diciembre 2015.

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