El día que Napoleón se enteró de que Dios no existe

El día que Napoleón se enteró de que Dios no existe

El día que Napoleón se enteró de que Dios no existe

Dios nunca aprendió matemáticas. Quizás ése sea el motivo por el que Napoleón Bonaparte no hizo una escena dramática cuando escuchó la frase que contrariaba las creencias de su tiempo. Una época donde tal y como sucede en nuestros días, las ciencias y la religión solían enfrascarse en intensos debates para tratar de entender los límites del creador o su inexistencia.

En todo caso, la culpa es de la Historia que tiene pésima memoria. Esta ciencia jamás recordó el instante en el que Isaac Newton presentó su Ley de gravitación universal en 1687 y todo aquello que no pudo explicar sobre las órbitas planetarias simple y sencillamente se lo dejó a Dios, a quien se refirió como el único ser con la habilidad de corregir dichas anomalías.

Un siglo más tarde, el estratega militar más famoso de todos los tiempos sostuvo una breve conversación con el matemático francés Pierre-Simon LaPlace, quien le aseguró que Dios no existía y Bonaparte se limitó a sonreír mientras reflexionaba las palabras que acababa de escuchar. La creación del Universo se había transformado en una teoría científica.


Napoleón Bonaparte conoció a LaPlace en la Escuela Militar de París, alrededor del año 1779. Reconocido por ser un fanático de las ciencias matemáticas y un hombre hábil en esa materia, Bonaparte y LaPlace se convirtieron en buenos amigos desde el primer acercamiento. Su relación llegó a ser tan estrecha con el paso del tiempo que Bonaparte nombró a LaPlace uno de sus asesores cuando se convirtió en emperador de Francia, en 1804.

En aquel entonces, la Ley de Gravitación Universal, planteada por Newton un siglo antes significaba un gran avance para entender el comportamiento de los cuerpos celestes. Sin embargo, sus investigaciones habían dejado algunos cabos sueltos. Por ejemplo, no contempló las variaciones que presentan las órbitas de los planetas pese a tener una forma elíptica.

Cuando Newton fue interrogado acerca de todas las perturbaciones que había dejado de lado, sólo respondió que, si por algún extraño fenómeno el Sistema Solar se desviaba de su ubicación o trayecto original, Dios podía intervenir para arreglar cualquier desperfecto cósmico. La teoría de Newton fue revolucionaria y elegante, capaz de explicar buena parte de los movimientos celestes con matemáticas sencillas, pero aún presentaba algunas incógnitas.

Un siglo más tarde, Laplace desarrolló estudios sobre los movimientos lunares, así como el comportamiento en los satélites de Júpiter y los problemas en el trayecto elíptico de Marte. Investigaciones para las que se valió de conocimientos que Newton desconocía en su época porque no se habían desarrollado algunos conceptos al respecto.

De esa forma, una serie de fenómenos que parecían incomprensibles a los ojos de Newton le dieron las bases a Simon LaPlace para escribir el “Traité de Méchanique céleste” (1795), una serie de cinco volúmenes que pasarían a formar parte de la anécdota donde Napoleón descubre que Dios no es necesario en este modelo, enunciado con otras palabras por el propio LaPlace:

“—Monsieur LaPlace, Newton habló de Dios en su libro. Recorrí el vuestro y no lo he encontrado mencionado ni una sola vez.—comenzó Bonaparte. –Sire, nunca he necesitado esa hipótesis,–respondió LaPlace, sin inquietarse y prosiguió. –Pero es una bella hipótesis, eso explica muchas cosas.–”

Aunque el episodio fue breve, la conversación pasó forma parte de la posteridad gracias a la ironía de una respuesta inteligente por parte del matemático. Dios había perdido responsabilidad en la creación del Universo y Napoleón Bonaparte lo entendió de inmediato. Al menos esa batalla, la había ganado la ciencia frente a un estratega excepcional.

Bonaparte y Laplace siguieron con su amistad. El también físico y astrónomo llegó a ser Ministro del Interior y recibió diversas condecoraciones de manos del emperador de Francia. No obstante, su lealtad duró tan sólo algunos años, hasta la derrota sufrida por Bonaparte el 18 de junio en Waterloo, batalla que determinó la historia.

Los seres humanos estamos constituidos por partículas, historias y curiosidades. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, le tenía pánico a los gatos. Una singularidad que no suele aparecer en los registros históricos pero ayudaron a convertir la proyección de su personalidad en una leyenda. El día que descubrió que Dios no existe fue tan sólo una muestra de su intelecto. Una inteligencia más allá de la aguda ambición e inteligencia que lo ubicaron como uno de los más grandes genios militares en la historia de la humanidad.

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Referencias:

The Cult

Historias de la Ciencia

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