¿Te has preguntado alguna vez por qué en Estados Unidos son cristianos y en México católicos? Las diferencias ideológicas entre ellos y nosotros son abundantes a pesar de la cultura pop, moda o cualquier franquicia que haya llegado a nuestro país, sólo basta echar una mirada al pasado:
Los europeos descubrieron este nuevo mundo y lo conquistaron. Ansiaban su riqueza y el futuro que ésta podría traer a sus naciones. España e Inglaterra inmediatamente se instauraron en distintas regiones; ingleses se quedaron en el norte y españoles con los territorios centrales del continente.
Hoy una de las diferencias más fáciles de identificar entre México y Estados Unidos es el idioma, pero más allá de la lingüística existe un elemento poderoso y muy cambiante: la Iglesia.
A finales del siglo XVI Europa se transformaba y las ideas de la Iglesia eran cuestionadas por una figura que cambiaría para siempre al clero: Martín Lutero y sus 95 tesis. Éstas, entre otras cosas, criticaban la indulgencia; para Lutero el perdón de los pecados no debía tener un intermediario nocivo e hipócrita como el dinero o la limosna, pues en ese entonces si tú pagabas cierta cantidad, te ganabas el derecho a ser salvado por Dios. Lutero sabía que esto era ridículo y durante gran parte de su vida luchó para que tal ley se disolviera.
Las 95 tesis de Lutero fueron el estandarte de la Reforma Protestante e iban en contra de ciertas normas esenciales para la Iglesia Católica. A partir de ese momento se originó un efecto dominó. En 1531, Enrique VIII separó al Reino Unido del Vaticano para formar la Iglesia Anglicana; gracias a esto, grupos más extremistas que los luteranos, como los calvinistas, tomaron fuerza por toda Europa. El mundo había cambiado y el poder de la religión, su doctrina y práctica ya no serían lo mismo.
De hecho, el efecto alcanzó al continente americano. Los territorios del norte –dominados por Inglaterra– fueron adiestrados bajo los dogmas del protestantismo. Por eso hoy no somos iguales a Estados Unidos ideológicamente, nuestras creencias religiosas –aunque apunten hacia un mismo fin– han sido manejadas de distinta manera: nosotros tenemos aquella herencia española-católica que nunca llegó a ser protestante.
El embate estaba puesto en marcha y la Iglesia católica no podía quedarse atrás observando cómo su reino de fe se extinguía poco a poco. El Papa Paulo III se puso en marcha y llamó al Concilio de Trento, una reunión presidida por él en la que se pactó crear la contrarreforma, una especie de plan para derribar las ideas calvinistas, luteranas, anglicanas y, en general, cualquier dogma que no compaginará con lo que ellos inculcaban. Su misión era única e inquebrantable: recuperar fieles y propagar su ideología en todo el mundo, difundirla a través del terror, la censura y el arte.
¿Cómo entre tanto conflicto de interés se asoma el arte? Hay que tomar en cuenta que en ese tiempo –siglo XVI– no existían los medios de comunicación como tal, las ideas y dogmas se transmitían a través de pinturas, esculturas, monumentos o representaciones teatrales y rituales. Era más fácil hacer famosa una obra artística, por eso la Iglesia de Santa María de la Scala de Roma encargó a Michelangelo Merisi da Caravaggio “La muerte de la Virgen”, un cuadro que pretendía transmitir la belleza y el magno significado de la madre de Jesús.
El cuadro de Caravaggio reflejó la muerte de la virgen María. Está acompañada de algunos apóstoles y el ambiente refleja una penumbra nunca antes vista. El problema era que el mundo jamás había experimentado ese momento como algo real, pues anteriormente la Iglesia Católica había tratado esta tragedia como algo simbólico y más espiritual; pacífico e incluso secreto, de hecho ese era el propósito de la obra, pero Caravaggio no lo retrató así.
El cuadro es hasta cierto punto maniqueísta, es decir, muestra lo bueno y lo malo de una situación tan desgarradora como la muerte. Caravaggio pintó a la Vírgen con las piernas hinchadas, apelando a su estilo realista, un signo que terminaría por dispersar un rumor por toda Roma: Caravaggio se había inspirado en una prostituta que apareció muerta una mañana cualquiera en el agua del río Tiber.
La modelo era una prostituta que se presumía se había suicidado, pero su muerte sirvió para retratar los últimos momentos de la madre de Jesús. Por supuesto, la Iglesia calificó la obra como herética, fue prohibida y odiada por los dogmas católicos.
Hay que recordar que Caravaggio fue el creador del tenebrismo, una corriente pictórica que pretende ignorar los paisajes internos y concentrarse en la naturaleza muerta. Aquella fue la realidad que quiso contar, ese momento donde todo trasciende o simplemente muere. Quizás en ese momento nadie estaba preparado para apreciar la obra en su plenitud y tal vez el contexto no era el indicado; sin embargo, demuestra y demostrará en cualquier época que ésta era una visión muy adelantada; alejada de los vicios y las luchas entre dogmas y doctrinas que reinaban y avasallaban al mundo.
Caravaggio fue un perfeccionista de su técnica y transmitió el significado de la divinidad hacia algo más terrenal, así como las pinturas de traición y venganza que muestran el lado más despreciable de la humanidad y aquellos artistas que fueron más allá y convirtieron sus traumas en grandes obras.
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