Ciudad Juárez se ha convertido en una de las ciudades más violentas y peligrosas del mundo. Tan sólo en 2010 hubo tres mil 622 asesinatos en la ciudad fronteriza. Al otro lado de la frontera – en El Paso, Texas-, la seguridad alcanzó un nivel que le otorgó a la ciudad el primer lugar (sólo hubo cinco asesinatos) como la más segura de todo Estados Unidos.
En 2006 el gobierno del presidente Felipe Calderón declaró una guerra directa contra el narcotráfico que abarcó la mayor parte del territorio nacional. Los ojos de todo el mundo voltearon a ver a México -país al cual recomendaban las embajadas, como la de E.U., no visitar por los altos niveles de violencia-; con discursos vacíos y un bombardeo mediático, se nos repetía que las cifras y muertes siempre tenían que ver con accidentes “colaterales”. Las víctimas estaban relacionadas directamente con el narcotráfico. La ola de violencia empezó a cubrir gran parte de la agenda pública, en los medios constantemente salían fotos con cuerpos descuartizados, colgados o convertidos en “rompecabezas humanos”.
Bajo este contexto llega Narco cultura (2013). En este documental, el fotógrafo de guerra Shaul Schwarz analiza la penetración del narcotráfico en la cultura popular tanto en México como en Estados Unidos, y la manera en cómo esta actividad delictiva marca las vidas de dos personajes: un compositor y cantante de narcocorridos de los Angeles quien sueña con la fama, y un investigador criminal de Ciudad Juárez inmerso en la lucha contra el crimen organizado en México.
Shaul Schwarz, nacido en 1974, comenzó su carrera fotográfica en la Fuerza Aérea Israelí; después de terminar su servicio se dedicó a cubrir las noticias de Israel y de Jordania, antes de trasladarse a Nueva York en 1999, donde trabaja como fotógrafo para importantes periódicos. En 2008 comenzó un registro fotográfico de Ciudad Juárez que se convertiría en un constante encuentro con la muerte, y terminaría por definir el proyecto cinematográfico.
Para un gran número de mexicanos, los narcotraficantes se han convertido en un modelo a seguir; ejemplifican un “Robin Hood” moderno. Los narcos representan una manera de escapar de la pobreza y cuando llegan a obtener lo que siempre quisieron crean el nuevo sueño americano. Parece que al tener dinero cualquier cosa se puede obtener, y más en un país donde la impunidad ayuda a glorificar a estos sujetos, quienes se convierten en el ejemplo de “respeto” que tanto anhelan tener sus seguidores.
Somos partícipes en el documental de una tocada del “Rey del corrido”, El Komander:
“Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca
volando cabeza al que se atraviesa,
somos sanguinarios locos bien ondeados,
nos gusta matar…”
Corridos como este son coreados frenéticamente por el público “pocho” y el mexicano. Lo mismo los estudiantes y los niños de apenas tres años tienen como máximos ídolos a estas figuras completas, que lo mismo hacen corridos como actúan en películas.
El cantante Edgar Quintero, quien forma parte del grupo de banda “Buknas de Culiacán”, comenta que por presentación cobra 45 mil dólares en Los Angeles. Cuando llega a los conciertos, el público lo recibe como la estrella que ha logrado ser. Con armas y letras de narcocorridos llenas de pasajes violentos, él y otros cantantes del género construyen una identidad cultural que ha traspasado las fronteras férreas entre dos naciones. Una que sufre el consumo acelerado de drogas y el tráfico de armas, la otra que sirve de consumidor en potencia.
En tanto, el perito Richi Soto narra el peligro que corre por realizar sus investigaciones. Nació en Ciudad Juárez, una ciudad que le resulta bonita, en la que dice puede encontrar gente buena, pero que sabe viven escondidos ante el miedo colectivo. Su trabajo es uno de los más requeridos en México, y al mismo tiempo no es reconocido por lo que hace, la mayoría de las investigaciones quedan truncas o almacenadas en bodegas donde se apilan cajas y más cajas. Vive con el constante miedo; la muerte acecha tras las calles desiertas de Ciudad Juárez. Muchos de sus compañeros renuncian ante las amenazas de muerte y los que se quedan viven con un reloj fatal o mueren en emboscadas por el narcotráfico.
Shaul Schwarz realiza un documental inquietante, y no inquietante en lo visual -como podríamos encontrar en películas del género naciente o en periódicos que claman por el morbo-, sino de una forma aterradora al ver a las madres quienes han perdido a sus hijos inocentes y niños que se encuentran en cada esquina con cuerpos humanos en los que el nivel de sadismo hace irreconocibles sus identidades. Es de igual forma un vistazo diferente dentro del tema. Aquí entramos a la vida de dos personajes: el primero (Edgar Quintero) saborea las mieles del triunfo, se codea con los embajadores de la muerte quienes visten ropa de marca y viajan en camionetas más equipadas que un vehículo militar; el segundo (Richi Soto) regresa del trabajo a casa, no sale a ningún otro lado y la idea de formar una familia en una ciudad tan violenta lo preocupa.
El documental recorrió festivales internacionales como el de Sundance y Berlín, causando asombro e impacto. A México lo trajo Ambulante en su sección “Reflector”.
En un país donde la libre expresión sufre de igual forma la guerra del narcotráfico, este documental supone un proceso arriesgado y muestra una naciente identidad, la cual ve desmoronarse en una nación sin el menor sentimiento de culpa. Ante tales circunstancias nos vemos inmersos en una realidad desconcertante, de la que esperemos, haya una salida.