Desde que el personaje de Ringo Kid realizó su entrada triunfal con un plano americano en “La diligencia” (1939), los héroes se convirtieron en el arquetipo más fuerte y trascendente en las narrativas fílmicas. Durante más de 20 años el público los idealizó e imitó. A partir de los década de los 60 las cosas cambiaron, pues el mal comenzó a superarse a sí mismo y a su antagónico. El villano tomó ventaja al atacar de manera inteligente desde las sombras.
Esta evolución (o desevolución) surge de las tres etapas del cine hollywoodense que propone el teórico Jesús González Requena, aunque claro, él la desarrolla de una manera extenuante y con asombrosos cruces teóricos. Yo tomaré sólo unos puntos de su inmenso conocimiento para sustentar la tesis sobre que los villanos se volvieron más atractivos para el público.
“Hannibal Lecter es un erudito asesino, definido por algunos teóricos como un psiquiatra sociópata, genio desequilibrado que combina su gusto gastronómico con el canibalismo”.
Todo inicia como se dijo en el primer párrafo, con el cine western, la época clásica de las narraciones cinematográficas. Aquí el héroe enfrenta a los villanos, los vence y se alza como la figura máxima de autoridad y justicia. La segunda etapa la nombró Requena como manierista. Su característica principal es el planteamiento de un escenario y una tarea siniestra. Ahora la figura del mal ataca desde un ángulo ambiguo lo que imposibilita un contraataque directo. El último momento es el del cine postclásico, cuya característica principal es la inversión del relato.
Para conocer a detalle estas tres etapas puedes leer el artículo: “Sólo necesitas 3 películas para conocer la evolución del cine”.
Los villanos más atractivos habitan en el cine postclásico, ¿cuál es la característica de esta etapa? Las películas invierten de manera siniestra la estructura del relato clásico; además, apuntan a una identificación total con el fin de conseguir una descarga emocional lo más intensa posible. Según el teórico, son máquinas espectaculares destinadas a conducir la pulsión visual de sus espectadores hasta su paroxismo. El relato se disipa poco a poco. Los roles de los personajes se hacen confusos, las tomas tiene un distanciamiento brechtiano y el horror se presentan sin velo alguno.
Para entender este fenómeno es necesario trabajar con la cinta “The Silence of the Lambs” (1991), concentrarnos en las miradas y su extrema contemplación del horror. ¿Quién es el héroe en la película? Clarice Starling es una joven agente del FBI que se encarga de realizar perfiles psicológicos de asesinos en serie. Ella, una chica con una coraza de acero por fuera pero lastimada desde adentro por un pasado agresivo, ¿tendrá la fuerza para representar la ley?
Su primer caso es el de Buffalo Bill, un asesino implacable para el FBI. Como la institución de la justicia no tiene las herramientas ni el conocimiento para capturarle. El líder de la división, Jack Crawford, le encomienda a Clarice la tarea de visitar al Hannibal Lecter y pedirle apoyo.
Hasta el momento no se sabe con certeza quién encarna la figura del héroe. Tanto Clarice como Jack, la supuesta cabeza del FBI, carecen de la fuerza para capturar a sus antagónicos. Pero con la presentación del Dr. Hannibal Lecter queda claro quién es la persona con mayor poder y trascendencia entre los personajes. Él es un erudito asesino, definido por algunos teórico como un psiquiatra sociópata, genio desequilibrado que combina su gusto gastronómico con el canibalismo.
Hannibal se convierte en el destinador siniestro del relato. Sobrepasa a
Jack Crawford, quien se suponía era el mentor de Clarice. La diferencia al cine clásico es que el Dr. Lecter no encarna la justicia, al contrario, está en el bando opuesto. Incluso me atrevo a decir que está por encima de la ley. Éstos son los roles confusos que dijo Jesús González Requena. Por si fuera poco, el perfil poco atractivo de la agente del FBI hacen que la atención del espectador recaiga en el mal.
“Ella, una chica con una coraza de acero por fuera pero lastimada desde adentro por un pasado agresivo, ¿tendrá la fuerza para representar la ley?”.
A la insípida figura del bien se le suma el acercamiento casi pornográfico entre texto y público mediante al uso de tomas subjetivas. Ahora quien observa se hace partícipe de la historia y, en este caso, es el que recibe la tarea de Hannibal, a diferencia del relato clásico y el proceso catártico del desenlace. Cuando el mal dirige los pasos del protagonista –o el de nosotros– nos conducirá a escenarios horrorosos que provocarán tensión.
Cuando llega la resolución del drama, la intensa montaña de angustia se libera provocando un efecto de extremo placer, de un paroxismo incomparable. Todo gracias al villano. El héroe, en cambio, sólo se queda como la figura que lo intentó pero no lo logró por falta de ingenio u herramientas. Por eso ya nada quiere ser el bueno de la historia, porque nadie quiere ser el perdedor, el individuo débil que mejor se hizo a un lado para dejar trabajar a quienes conocen el nuevo mundo que no puede ser controlado por la ley.
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Otros ejemplos discursos postclásicos son “Seven” (David Fincher, 1995), “No Country for Old Men” (Ethan y Joel Coen, 2007), “Lost Highway” (David Lynch, 1997). Aquí los enemigos son más poderosos que los héroes, al grado que los manipulan hasta su muerte.
Ellos se convertirán en los mejores villanos del cine que terminarás amando