El narcotraficante mexicano José Rodrigo Aréchiga Gamboa, mejor conocido como el Chino Antrax –uno de líderes del cártel de Sinaloa–, fue capturado por la Interpol en Holanda a partir de las pistas que sus fotografías en redes sociales le dieron a las autoridades.
Como ésa, existen diversas notas en las que se confirma que las cuentas de Instagram de algunos narcotraficantes a nivel mundial han sido el gancho a través del que fueron rastreados hasta su captura. Por esta razón, se deduce que los narcomillennials, a pesar de haber heredado una mina de oro, crimen y muerte, no serán capaces de controlar y mantener el ilícito legado de sus padres. Se puede concluir, incluso precipitadamente, que los requerimientos de nuestra contemporaneidad visual arrastrarán a estos herederos hacia el declive.
De hecho, el narcogram –como se ha nombrado a dicha tendencia estética dentro del despilfarro gráfico de la violencia– es un fenómeno que sólo a la nueva generación de narcos se le pudo haber ocurrido a partir de una práctica poco medida, y que podría marcar el antes y el después del liderazgo de los grupos más influyentes del tráfico de drogas en México y otras partes del mundo.
La problemática principal no gira alrededor del descaro y la irresponsabilidad para publicar este tipo de contenido, sino de la normalización de la violencia que tanto estos usuarios como todos los que conocemos y seguimos sus cuentas promovemos. El conflicto de estas imágenes no radica en la autodenuncia de su negocio, sino en la urgencia que está detrás de sus publicaciones; es decir, la devoción y asombro que los usuarios comunes hemos demostrado ante el peculiar estilo de vida y la necesidad de canonizar sus representaciones exuberantes con Instagram de por medio.
El hecho de scrollear decenas de fotografías en las que aparecen armas, autos de lujo, animales exóticos, relojes de cientos de dólares, fajos de billetes o paquetes de cocaína, nos convierte –en buena medida– no sólo en espectadores del crimen, también en agentes de la creciente y perjudicial interiorización de la narcocultura, de la cotidianidad irreverente que pretendemos en el actuar sin normas.
Las fotografías que acompañan a este texto pertenecen a distintas cuentas que actualmente se encuentran “inactivas” en Instagram, pues la exposición de sus dueños y sus prácticas distópicas se convirtieron en un circo que la misma plataforma decidió retirar de la red, en una política de la representación que tanto el sitio como sus usuarios deberíamos cuestionarnos con respecto a su naturalidad.
De legitimidad dudosa para algunos, los dueños de estas cuentas son supuestamente jóvenes con mucha más preparación académica que sus antecesores y una caja fuerte repleta de dólares, diamantes, lingotes de oro y más tesoros; sin embargo, ninguno de ellos lo suficientemente brillante como para mantener un bajo perfil o asimilar comportamientos que lo pongan en peligro policial.
Bajo las herramientas de comunicación #narcogram, #narcostyle o #narcowomen es posible encontrar aún imágenes de esta naturaleza; capturas que transmiten un sentimiento de vida fácil, usual adrenalina y satisfacciones inmediatas en contextos de un terror tan sistematizado, que devienen aparentemente en felicidad comprada a cualquier coste.
Asimismo, ninguno de los sujetos en estas tomas –presuntos sucesores del Chapo y otros druglords o capos del globo– parece estar listo para convertirse en el próximo jefe del tráfico ilegal de drogas. ¿Por qué? De ser plenamente genuinas estas fotografías, en caso de que cuentas como @narcokomander o @imperio_antrax compartan imágenes reales, en lugar de enfocarse en “el negocio”, estos personajes prefieren postear en sus redes sociales o a sus administradores de cuentas el lujoso y excesivo estilo de vida que llevan; en caso contrario, de no ser más que montajes o simulacros de una vida narco, el conflicto sigue siendo apabullante. El ahogo sigue centrándose en el porqué de una visibilidad tan conflictiva y el cómo de una admiración basada en el crimen.
«La evolución del negocio fue acompañada de la madurez de los principales actores: sus padres, en específico en Sinaloa. Ahora tienen todas estas herramientas tecnológicas de conocimiento, pero no tienen el conocimiento de campo, de la parte rural y son muy pocos los que se han forjado desde abajo», considera Carlos Rodríguez Ulloa, especialista en temas de integración regional, seguridad y defensa; y analista en Infobae.
Su opinión resulta chirriante en un escenario como el que exponen estas imágenes pues, en caso de ser auténticas, se han realizado en el terreno de la desinformación y la desmesura que promueve un mundo cada vez menos interesado por las consecuencias o las vías del éxito; en caso de ser falsas o resultantes de una funesta coincidencia, los espectadores de estos registros en línea debemos preguntarnos hasta dónde llega nuestra sed por emular una victoria exuberante, legitimizar una empresa fuera de la ley o satisfacer las representaciones de lo excesivo.
La prueba de esto se encuentra en las 31 cuentas de Instagram, recopiladas por All That Is Interesting, en las que hombres y mujeres relacionados con el drugdealing (o que por lo menos pretenden sumarse a ese juego de imágenes) postean todo tipo de contenido explícito sobre el lujoso estilo de vida que llevan. Todas estas fotografías pertenecen –en la ficción o en la realidad, en la aspiración o en el culto– a los cárteles mexicanos, sus parejas y a la mafia en general.
Por lo tanto y tal cual lo declaró Carlos Rodríguez Ulloa a Infobae, a partir de un estudio realizado por el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), podemos concluir que:
1) Las cuentas de Instagram a través de las que podemos conocer la vida de lujos y excesos del narco, comprueban que la “nueva generación” de narcojuniors es demasiado impredecible y volátil como para heredar el poder y las responsabilidades de los líderes de esta violenta cadena de tráfico y crimen, y…
2) Que este contenido también demuestra que el narcotráfico y el crimen organizado en general son parte de una realidad que, lamentablemente, los más jóvenes hemos aceptado hasta el punto de no perturbarnos por él. Seguir estas cuentas de Instagram es el reflejo de una sociedad que teme, pero al mismo tiempo admira, un estilo de vida resultado del milenario, ilegal y mortífero narcotráfico.