Existe un extraño diálogo místico que une a las ciudades con las personas que las habitan, se trata de una fuerte relación de codependencia que les une sin la posibilidad de despegarse en ningún momento la una de la otra. Por un lado, las ciudades necesitan de los seres humanos para poder ser, sin ellos transitando por sus avenidas principales o escondiéndose en los rincones más oscuros de los bares nublados por el humo del tabaco, no serían otra cosa más que inmensas torres de hormigón propensas a derrumbarse en algún punto de su frágil existencia.
Con las personas pasa algo similar, al estar lejos de las ciudades se convierten en algo menos que parias buscando un lugar dónde establecerse; es decir, que regresan a sus estados primitivos en los que ser nómada era lo único que podía hacer alguien para seguir viviendo y es que, si lo pensamos detenidamente, incluso el vagabundo andrajoso —típico en las grandes urbes— tiene un lugar en el que puede pasar la noche, ya sea un esquina o debajo de una escalera, todo mundo es capaz de encontrar un lugar dentro de las ciudades.
Vivir alejado del glamur y el bullicio, yendo a un punto exagerado de la situación, es prácticamente estar flotando en un limbo insoportable donde no existe absolutamente nada más allá del silencio. El desarrollo nos ha privado incluso de esa horrible sensación de no escuchar absolutamente nada, ahora nuestro “silencio” es definido por el incesante vibrar del refrigerador.
Artistas como el fotógrafo Liam Wong, a través de su propuesta artística, nos da una idea de lo que la convivencia entre el hombre y su entorno pueden lograr. Si bien el objetivo principal de la lente de este artista es la ciudad de Tokio, las tomas fácilmente podrían pertenecer a cualquier sitio si consideramos aquélla idea que Ítalo Calvino propuso con “Las ciudades invisibles”: sin importar su ubicación, cada urbe es una copia de otra que ya hemos visitado con anterioridad.
De modo que lo especial en las tomas de Wong no radica en rescatar los diferentes puntos de la capital nipona, sino en darles esa vida que, incluso durante la noche, son capaces de transmitir a través de luces de neón y anuncios espectaculares que invaden nuestro campo visual haciéndonos creer que el ambiente nocturno no es otra cosa que una versión cyberpunk del día.
Los tonos magentas, amarillos, verdes y azules eléctricos con los que Liam trata sus imágenes dan fe de cómo el hombre ha adoptado a la tecnología como una parte esencial en su estilo de vida, tanto así que, gracias a esta dependencia generada por las máquinas, ha sido necesario crear a su alrededor un discurso estético con el fin de que Tokio no sea una ciudad como cualquiera sino una obra de arte única que ha nacido de los sueños neón de un fotógrafo intrigado por su entorno.
Gracias al juego de luces y a los diferentes puntos de focalización en sus imágenes, Wong desafía nuestra mente hasta llegar al punto en el que el Tokio que vemos en las fotografías no parece otra cosa más que un cuadro rescatado de un cómic japonés recién impreso, capturado justo en el punto exacto en que la tinta sigue ofreciendo el brillo de su frescura.
En estas fotografías además de luces y confusión, nos podemos dar cuenta de la belleza que le hemos otorgado al hormigón y al asfalto con el único fin de que absolutamente nadie se resista al encanto de una entidad que, si bien nunca ha respirado por su propia cuenta, vive a través de cada persona que posa sus plantas sobres sus calles para encontrarse con el destino que cada escenario tiene para ofrecerle.
*
Referencia
Xataka Foto