No basta con ser un gran empresario, un hombre con modales impecables o el sujeto que lleva ropa cara aunque sea para salir en un simple paseo dominical. Para llegar a ese punto del respeto es necesario ser “El Patrón”. En 1999 Fernando Botero reveló su pintura “La muerte de Pablo Escobar”, posteriormente, en 2006, salió a la luz otro cuadro en formato más grande del cadáver de Pablo Escobar en una azotea; sin embargo, el pintor nunca mostró gran apego por el capo, no obstante, al formar parte del contexto de Colombia el mismo pintor pensaba que no incluir a una figura tan icónica en su obra era sin duda un verdadero error.
Siendo el típico niño de barrio pobre que soñaba con volverse rico para resolver sus problemas familiares, Escobar no sólo ayudó a su familia a dar un salto hacia la opulencia. Junto con él viajarían sus compañeros de juegos, la gente de su cuadra y de las colonias aledañas a las que nunca se mantuvo ajeno. La palabra de Pablo era una ley que se tenía que cumplir apenas comenzara a brillar el Sol la mañana, no podía fallare al pueblo igual que los políticos.
Al hablar de Escobar, Colombia se divide en dos: quienes lo consideran una bestia implacable y quienes incluso le veneran como a un santo. Para los primeros la justificación es obvia, pues durante el reinado del Patrón se calcula que murieron al menos 4 mil personas entre enfrentamientos callejeros, ajustes de cuentas y coches bomba. Su lucha en contra del Estado Colombiano lo llevó a ofrecer recompensas por cada policía asesinado, haciendo de la sangre un bien ridículamente barato en comparación con la vida que ésta implica.
Por otro lado, la idolatría que gira alrededor del narco, no sólo en Colombia sino en todo el mundo, se concentra en un solo lugar: Barrio Pablo Escobar, un conjunto de hogares construidos en la ladera oriental de Medellín, donde a pesar de haber sido auspiciado en su mayoría por dinero obtenido a base de sangre y muerte, los vecinos anuncian con orgullo que ahí se respira paz. Incluso es posible comprar playeras y stickers con el rostro de “Pablito” o El Patrón.
«Él fue una buena persona. Nosotros estábamos viviendo muy mal, él nos hizo una visita allá (al basurero) y nos dijo que nos iba a comprar un lote para hacernos unas casas, porque nosotros éramos unas personas que merecíamos lo que merecía un rico».
─ Franquelina Guerra Carvajal, una de las primeras beneficiadas por Escobar
Más allá de su vida privada, que sabemos fue la de un padre y esposo ejemplar, la visión que personas ajenas a ella puede aportar han generado una extensa visión acerca del narcotraficante que se bifurca entre quienes celebran su muerte y los que la lamentan por haber sido él la única persona que vio por ese Medellín subterráneo que sólo existió para quienes lo sufrieron.