Por qué los sacerdotes católicos no pueden casarse ni tener hijos

Por qué los sacerdotes católicos no pueden casarse ni tener hijos

Por qué los sacerdotes católicos no pueden casarse ni tener hijos

En el Tibet y algunos lugares de la India, las órdenes monásticas tienen por decreto de Buda prohibido tener relaciones sexuales, es decir, el celibato se trata de una cuestión espiritual. No obstante, en la Iglesia Católica la soltería no es parte de la doctrina católica o el dogma de fe, sino una norma instaurada por la institución.

[Ábside de San Clemente de Tahull.]

El celibato sacerdotal ha sido cuestionado a lo largo de los años y recientemente las dudas al respecto han incrementado conforme más y más reportes de abusos sexuales a menores por parte de padre católicos han salido a la luz. Tan sólo en 2018 en Alemania, los redactores del Spiegel se preguntaban si tal vez parte de la solución estiba en retirar el celibato, puesto que en otras religiones en las que los pastores son capaces de casarse y formar familias, la tasa de abusos a menores es dramáticamente inferior.

¿Puede cambiarse el celibato?

Para la Iglesia, aquellos sacerdotes que han cometido abusos y violaciones a menores son personas que no tienen una verdadera vocación. Aunque eso no descarta por completo que el celibato cese de existir, el propio Papa Francisco ha declarado que es una norma que podría modificarse de ser necesario, pero que la demanda debe provenir de las conferencias episcopales nacionales.

He ahí uno de los grandes problemas: la Iglesia se ha caracterizado por su conservadurismo y sus reglas estrictas, al tiempo que otros Papas se han declarado a favor del celibato, incluso afirmando que no se trata de una regla clerical, como Juan Pablo II en 1979:

«Fruto del equívoco -si no de mala fe- es la opinión, con frecuencia difundida, de que el celibato sacerdotal en la Iglesia católica es sólo una institución impuesta por ley a aquellos que reciben el sacramento de la Orden. Todos sabemos que no es así».

El origen del celibato

Entonces, ¿dónde se origina el celibato, si no se encuentra en la Biblia, ni en los Mandamientos? Su origen puede rastrearse hasta el siglo XI —aunque se sabe que desde el III y IV algunos grupos clericales abogaban por el celibato—, cuando en los concilios de Letrán fue decretado que los curas no podían casarse o relacionarse con concubinas. Otros Papas que han defendido el celibato son Pío XII, Pablo VI y Benedicto XVI, todos del siglo XX.

[Fresco de Giotto di Bodone, representando a San Francisco de Asis en la Confirmación de la regla de la Orden por el Papa Inocencio III.]

El celibato ha sido una medida impulsada por la Iglesia bajo la creencia que esto prevendrá que personas sin vocación accedan a la institución y se formen como sacerdotes, a pesar de que la evidencia demuestra que se trata de una medida poco efectiva. También se cree que la soltería ayuda a contar con personas disponibles para moverse a las comunidades que necesiten párrocos con libertad, a diferencia de alguien casado y con hijos, que supondría tener más complicaciones para ir de un lugar a otro.

Del mismo modo, el celibato se vincula con una idea de virginidad y compromiso, además de una devoción al grado de dedicar toda la vida con Dios. Por eso resulta tan recurrente escuchar que las monjas suelen estar casadas con Dios. De acuerdo con Ribeiro Neto, sociólogo de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo:

«El celibato sacerdotal es una dedicación total de la persona al servicio de Dios y de la comunidad. Se vincula a la vocación virginal, pero no es exactamente lo mismo. Religiosos que no ejercen la función sacerdotal también pueden mantener la vocación virginal. Las personas casadas, que por lo tanto no pueden ser célibes, pueden asumir en un cierto momento de la vida un voto virginal, manteniéndose unidos pero sin tener más relaciones sexuales».

Todo apunta a que el celibato seguirá como una norma de la Iglesia Católica, en especial cuando se pone en consideración que algunos de sus representantes máximos interpretan esta regla como una cuestión dogmática y necesaria para mantener los valores morales de sus integrantes; incluso cuando existe una fuerte demanda de sacerdotes y pocas personas que ocupen esos espacios.

Será que la crisis en las órdenes sacerdotales, así como la inminente decepción de muchos de los creyentes, que han decidido realizar su proceso de apostasía —renunciar a la Iglesia—, lleve a que en algún momento a que El Vaticano reconsidere sus reglas, así como su postura ante los recientes escándalos y tal vez, sólo tal vez, veamos una nueva generación de sacerdotes que puedan ser libres de llevar una vida en matrimonio y con hijos.

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