La prohibición del alcohol en los Estados Unidos en los años 20 rápidamente se convirtió en una especie de batalla entre químicos; aquellos a cargo de las industrias legales de alcohol de uso industrial que bajo el mandato gubernamental envenenaban el alcohol y por otro lado, los que hacían todo lo posible por procesar dicho alcohol para eliminar las sustancias nocivas y entonces poder producir bebidas etílicas.
Sin embargo, a pesar de toda la química involucrada en esta labor algo seguía siendo claro: no había forma de hacer el alcohol menos tóxico y las muertes no iban a parar.
Foto: Cyprus Beer Magazine.
Envenenar el alcohol que ahora utilizamos para desinfectar o hacer perfumes, por ejemplo, fue una técnica aplicada a principios de la década de los 20, cuando el gobierno de los Estados Unidos fundamentó su decisión creyendo que la gente lo dejaría de utilizar para hacer licores ilegales y que también dejaría de consumir precisamente aquello que podía matarlos. A la fecha se estima que 10 mil personas murieron a causa de envenenamiento después de tomar licores realizados con alcohol altamente tóxico.
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La prohibición de alcohol comenzó cuando el congreso estadounidense aprobó la Decimoctava Enmienda a su constitución entre 1917 y 1919, hasta que en 1933 fue ratificada y anulada. Esta ley seca provocaba que estuviera prohibido vender, fabricar e importar bebidas alcohólicas hacia los Estados Unidos; sin embargo, a pesar de ello el consumo de alcohol no se detuvo. Rápidamente crecieron todo tipo de fabricantes ilegales de alcohol, así como sus traficantes y por supuesto, la mafia americana que encontró en el tráfico de licor un gran negocio.
Ejemplo de las recetas médicas oficiales para prescribir alcohol. Si bien era un método legal para obtener alcohol, resultaba sumamente costoso.
Estos fabricantes tomaban el alcohol industrial, lo destilaban nuevamente y entonces resultaba apto para beber, por lo que las autoridades de la prohibición se encargaron de que cada distribuidor desnaturalizara su alcohol añadiendo metanol, que lo convertía en altamente tóxico y por lo tanto, ponía en riesgo a todo consumidor.
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La gente comenzó a morir más pronto de lo que se esperaba y el alcohol envenenado se convirtió en un problema de estratos sociales.
Aquellos con poco poder económico eran más susceptibles a comprar o beber licor tóxico, asistir a los famosos speakeasy —los bares ilegales— también representaba un riesgo, pues difícilmente se podía conocer el origen del alcohol que vendían. Por otro lado, el metanol no era la única sustancia que se utilizó —aunque sí la más venenosa—, en su lugar también se utilizó mercurio, bencina, cloroformo o keroseno de forma indiscriminada y a pesar de que no existían indicadores de que esta medida provocara un descenso generalizado en su consumo.
Foto: Wikimedia Commons.
La producción del alcohol ilegal llegó a su punto más álgido cuando dos hombres de Boston, Harry Gross y Max Reisman, crearon algo llamado “Ginger Jake”, una bebida que suponía estar basada en un remedio con alcohol, pero que estaba mezclada con triortocresilfosfato, es decir, un plastificante que se utiliza para suavizar productos industriales.
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El ginger jake era vendido como un remedio para resfriados a bajo precio, lo que le convertía en la bebida idónea para aquellos con pocos ingresos. Sin embargo, lo que todos desconocían es que el uso del triortocresilfosfato era altamente tóxico y afectaba seriamente el sistema nervioso y en particular las neuronas, provocando parálisis de la cintura hacia abajo.
Las causas de la parálisis del ginger jake fueron descubiertas hasta 1978, aunque para 1930 ya existía cierta certeza que lo que había causado tal parálisis era este licor adulterado. No obstante, al gobierno aún dejó pasar tres años más para sucumbir ante la presión social y admitir que la prohibición había sido fallida y en su intento por evitar el consumo de alcohol, habían provocado la muerte de miles de ciudadanos y la parálisis de muchos otros.
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