La poeta Luz Méndez de la Vega nació en Guatemala en 1919. Terminó sus estudios secundarios en el Liceo Francés y obtuvo el título de maestra de educación primaria en 1939; comenzó a estudiar derecho en la Universidad de San Carlos de Guatemala y en 1942 fue contratada como cronista de sociales en el periódico El Liberal Progresista.
En 1944 abandonó los estudios y trabajo para casarse; renunció a su vida profesional e independencia para convertirse —como se esperaba de una mujer en su época— en esposa y madre de tres hijos. Se dedicó al hogar y a trabajar como voluntaria en distintas iniciativas de beneficencia social; esta experiencia de vida sería determinante para la adquisición de una perspectiva reivindicadora del empoderamiento de la mujer que, más tarde, se plasmaría en su obra. Durante la década de los 50 comenzó a publicar algunos de sus poemas bajo el seudónimo de Lina Márquez. En 1954 decidió volver a estudiar, pero esta vez ingresó al Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala. De manera posterior, se mudó a España con su esposo e hijos, para cursar el doctorado en Letras en la Complutense de Madrid.
En 1965 regresó a Guatemala, se divorció y empezó a impartir clases de lengua y literatura en la USAC, lugar donde también fungió como investigadora en el área de literatura colonial; además, fue nombrada miembro de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Pese a que Luz Méndez comenzó a publicar de manera tardía, se convirtió en referencia de la poesía feminista guatemalteca. Publicó su primer poemario: Eva sin dios, en 1979, y al año siguiente, Tríptico, que contiene tres poemarios: Tiempo de amor, Tiempo de llanto y Desamor. Después vendría De las palabras y la sombra, Las voces silenciadas, Helénicas y Toque de queda (Poesía bajo el terror).
También escribió ensayos, entre los que destacan “El Señor Presidente y Tirano Banderas”, “La poesía de Eugenio Montale” y la pieza teatral Tres rostros de mujer en soledad. Fue la primera mujer a la que se le otorgó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en 1994. Méndez murió el 8 de marzo de 2012 —el Día Internacional de la Mujer— a los 93 años.
Así que te invitamos a conocer una selección de sus poemas que te harán cuestionar la sociedad actual para reencontrarte con tu libertad:
"Autorretrato"
Despojada del nombre
de mi sangre,
por el de otra que suplanta
la raíz auténtica
de mis vísceras,
con la voz y el voto nulos
para los grandes designios,
fui sacada de la historia
por las estadísticas.
Metida a la fuerza
en molde inferiorizante,
con los pies doblados
para evitar la fuga
y las manos atadas
frente a la justicia,
así nací, así crecí,
y así
puedo morir,
por el miedo tremendo
a echarme a nadar
en contra
de la feroz corriente.
"La huella"
Mañana
olvidaremos
nuestros nombres
y nuestros rostros.
Olvidaremos
el tremendo
ancestral deseo
que ha hecho arder
y resplandecer
nuestros cuerpos
como soles febriles
en la sombra.
Olvidaremos
esta historia
de dulces días
y tibios atardeceres
en los que ha sido
sutil atadura
hasta el silencio.
Ineludiblemente
se perderán nuestras fechas
entre ajenos calendarios.
El recuerdo de paisajes
y recodos íntimos
se confundirá
entre nuevas geografías
de rostros y de nombres
nunca antes pronunciados.
Mañana,
amaremos otras veces y otras.
Mis manos repetirán
sobre otras cabezas
el mismo gesto tierno
con que hoy
acaricio tus cabellos.
Tu boca repetirá
en otros labios
el inédito beso
que puso en los míos
el poderoso olvido
borrará,
y borrará implacablemente.
Hasta el recuerdo se perderá
náufrago sin rescate
en el fondo del tiempo.
Y, sin embargo
cada otra vez,
que tú y yo
amemos
esa pequeña
inexplicable tristeza
de algo que falta
será la invisible huella
de estos días intensos.
"Virtud suprema"
Si yo fuera hombre,
se codearían riendo,
al verme
como un viejo alce
doblada la frente por el peso
y la ramazón
de la cornamenta que
—aunque invisible—
todos miran, puesta por ti,
en mi cabeza.
Pero como soy mujer,
precisamente,
la misma ven y loan
unánimes,
en admirativo coro,
como diadema esplendorosa
o aureola de santa.
Virtud suprema, pues,
que lleva al cielo
a la mujer,
aquello mismo que,
al hombre,
sume en infiernos
de burlas y vergüenzas.
"Biología es destino"
Porque mi cerebro pesa
unos gramos menos
y mis músculos no alcanzan
la potencia
de los récords masculinos
dicen:
que biología es destino
(destino al servicio)
porque mis glándulas
me condenan
a desangrarme cada luna
y el olor y el color
de mi sangre recuerdan
mi poca angélica naturaleza
dice:
que biología es destino
(destino inferiorizante)
porque me falta
un protuberante sexo
entre las piernas,
que me libere del compromiso
de pasos lentos
y abultado vientre
tras un fugaz orgasmo,
dicen:
que biología es destino
(destino a pañal, escoba y cocina).
Porque la historia registra
miles de nombres masculinos
y muy pocos de mujeres
que vencieran las flamígeras espadas
de los arcángeles misóginos
de la fama,
dicen:
que biología es destino
(destino a la ignorancia)
y con tantas evidencias,
deberemos enorgullecernos
cuando nos elogian magnánimos
en los discursos oficiales
diciendo:
detrás de cada gran hombre
hay siempre una gran mujer
y se olviden
—astutos y olímpicos—
de añadir
el calificativo justo
de: frustrada.
"La duda"
Este herir y ser herida
este crear en zarza desmesurada,
este afilar las uñas en la sombra,
este clavar los dientes en los otros,
este encender venenos en las voces,
este enlodar los días claros,
y corromper las sombras,
este enturbiar el aire con blasfemias
y desgarrar la música con gritos,
este vivir y desvivirse,
este amar y desamar constante,
este odiar sin descanso y sin motivo,
esto, dime, ¿será estar vivos?
"Safo a cleis"
Me amo en ti,
y
en tu figura,
me miro,
transformada
con la forma de mi sueño.
Al acariciarte
es mi reflejo
el que acaricio
narciso
en el espejo de tu cuerpo.
Me miro, así,
toda yo
vuelta carne tuya,
belleza que amo,
seda que acaricio
en tus mejillas.
Sabor de tu piel
en la blanca corola
de tus senos
y en la oscura y dulce fruta
de tu sexo.
Lenta y deleitosa
te recorro
con mis dedos
más sabios en formas
que los de Fidias,
y vuelvo
un cinturón de oro
mis brazos en torno
a tu cintura,
mientras
ávidas
mis piernas
—como lianas—
se enredan en las tuyas
al tiempo que no hay límite
entre tu boca y la mía.
¿Tú o yo?
¿Cuál soy?
¿O cuál tú eres?
Fundidas en el placer
todo se borra,
y sobre el lecho, entre
los deshojados jacintos
de las rotas guirnaldas
—con que nos adornamos
para el íntimo festejo—
sólo sé
que soy llama
encendida en tu aliento.
Enajenada en ti
sin tiempo
y sin fronteras.
Perdido el borde
de mi cuerpo,
en las oscuras aguas
del orgasmo,
me entrego hasta morir
en tu belleza.
"Ser o tener"
Pienso.
Respiro.
Me muevo.
Como.
Y duermo.
Hago el amor
(Léase fornico).
Insulto.
Sonrío.
A veces lloro
O doy un suspiro.
Conduzco mi automóvil.
Subo y bajo
el ascensor de mi piso.
Trabajo.
El cartero me trae
correspondencia
con mi nombre y apellidos.
Firmo cheques.
Me compro un pantalón
O un vestido.
Voy al cine o al teatro.
Bailo y río.
Doy conferencias.
Escribo.
De cuando en cuando
Sale mi retrato
en las hojas de los diarios.
Hablo y me responden.
Me insultan.
¡Hasta me tratan con respeto!
Y me adjetivan
un título universitario
o artístico.
Pero… yo,
¿Soy yo?
O tengo simplemente cosas
como este nombre y apellidos
y este cuerpo
que día a día
hago saltar de la cama
—a las ocho en punto—
lavo,
perfumo,
visto
y
le doy cuerda…
"Cabellos largos (Carta a Schopenhauer)"
Querido mío, Schopenhauer:
ya no importa nada
el candente sello
con que nos marcaste el anca,
porque, hoy, las mujeres
tenemos los cabellos
largos o cortos
y las ideas, quizá,
más largas que las tuyas.
Sin duda, yo comparto,
mi querido, Schopenhauer,
mucho de lo que tú, sabio,
acuñaste como verdades dogmáticas,
y lo que es más, las uso
—con maestría de ti aprendida—
para demostrar lo contrario,
o sea: que animales de cabellos
cortos han tenido, también,
cortas las ideas,
que pontifican irónicos
contra nosotras las mujeres.
Porque, ahora,
maestro insigne Schopenhauer,
si pudieras enterarte,
te sorprendería saber
que a nuestros largos cabellos
—al perfumarlos— anudamos
ingeniosas frases contra ti
y los jerarcas del sexo que
valoran más su corto pene
que todas las ideas,
—cortas o largas—
que les crecen
en sus calvas cabezas.
"Suma"
Amo en ti
a todos los amantes que pasaron
—rostros en la sombra
del negado sueño a los recuerdos—
viento fugaz y sin huellas
sobre mi territorio intacto.
En ti, amo
también,
a los que conmigo ardieron
y se quemaron sobre mi piel
hasta volverse ceniza.
Polvo de recuerdo
desmenuzado.
Y... amo en ti
a los que amé, y he odiado,
a los que de mí hicieron lacería
triturando mis sueños y mi carne
hasta dejarla rota
esclava sumisa
de las lágrimas.
Por eso en ti, amo
a todos los amantes:
al amor claro
y al amor oscuro.
Amor total,
ancho, largo y hondo
como la muerte.
"Beatus ille"
Dichoso aquel
que en otro tiempo
encontraba:
la casa limpia,
la ropa planchada,
la mesa puesta,
los niños durmiendo,
y la mujer
a sus órdenes.
Así dirán,
mañana,
los hombres de hoy
cuando recuerden
estos días
de oficio sin sexo
que por siglos
eludieron,
calificándolos, astutos,
de 'femeninos'.
Y... es muy natural
que así se lamenten
como añoran hoy
quienes evocan
los felices tiempos
de un ayer de esclavos
sin sindicatos ni leyes
y sin derechos humanos.
Tiempos iguales
a los que hoy corren
tras las cerradas puertas
de nuestra intimidad,
como trabajadoras
de doble jornada
sin descanso y sin salario;
desterradas sexuales
de los altos sillones
del poder y la fama.
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Sólo tú puedes decidir experimentar una vida libre de ataduras y normas sociales; las decisiones que tomes sólo a ti te pertenecen; por eso, estos poemas te ayudarán a reconocer tu identidad y combatir el sexismo.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Rebeca Cygnus