Basta una búsqueda básica en Google para encontrar un sinfín de poemas románticos que puedes utilizar para conquistar a tu crush o simplemente decirle lo que sientes a tu pareja; sin embargo, podrás notar que la diversidad de poetas y poemas a veces puede parecer nimia: Sabines, Neruda o Benedetti son clásicos, pero también se han convertido en un lugar común.
Si bien esto no es nada malo, en ocasiones la originalidad —incluso cuando necesitamos de las palabras de alguien más— puede tener mejores resultados y sorprender al destinatario de los versos.
Para evitar caer en el cliché, te presentamos una lista de 10 poemas mexicanos de la segunda mitad del siglo XX. A pesar de no ser best sellers en regla, fueron escritos por algunos de los poetas más destacados de nuestro país y pueden ser un pequeño parteaguas para que conozcas el resto de su producción literaria:
Coral Bracho, “Sus brillos graves y apacibles”
Vivo junto al hombre que amo;
en el lugar cambiante;
en el recinto que colman los siete vientos. A la orilla del mar.
Y su pasión rebasa en espesor a las olas.
Y su ternura vuelve diáfanos y entrañables los días.
Alimento
de dioses son sus labios; y sus billos graves
Y apacibles.
Eduardo Casar, “Conjuro y contigo”
Hoy me toca ser viento. Ten cuidado.
Refuerza tus ventanas con maderas y con golpes firmes.
Con las maderas dibuja la inicial de mi nombre.
Dicen que si lo haces arrojarás hacia la paz,
lejos del estremecimiento,
al portador del nombre que dibujas
con maderas apuntalando tus ventanas.
Dicen que no hay más eficaz conjuro
que enfrentar consigo mismo a quien ataca.
Dicen que es eficaz, pero no sirve.
Sabré encontrar resquicios
para llegar hasta tu pecho.
Y mañana me tocará ser agua.
Ten cuidado.
Porque mañana es muy probable
que nazca dentro de ti
una sed peligrosa y es verano.
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Eduardo Casar, “Quisiera estar”
Quisiera estar a dos pasos de ti.
Y que uno fuera mío y el otro fuera tuyo.
Sandro Cohen, “Hay amantes que flotan”
Hay amantes que flotan en el aire;
sus pechos líquidos se funden, fluyen
en ríos de caricias desbocados;
hay diáfanos amantes cuyos muslos
transparenten la forma de una lengua
que, todavía lejos, se desquicia
en los dobleces de la ingle oscuros;
hay espaldas tan claras que iluminan
la noche de sus besos incontables;
mas hay besos tan agua que nos vuelven
azules cuando cubren, por completo,
el litoral de nuestra sed saciada;
hay amantes que duermen entre brazos
y, por ellos, el mundo permanece
en sombra, porque el sol, siempre lo esconden
en la calma profunda de su pecho.
Alfredo Espinosa, “Tienes magia…”
Tienes magia, muchacha.
Algo de ti, siniestro, me fascina,
Encarnas el misterio que perturba y vulnera.
Ofreces albedrío, fruto pernicioso al que soy adicto
No es tu culpa: todo es ta inocente.
No te muevas: ¡qué vértigo llegar a ti!
Bogo al arbitrio de oscuras fuerzas.
Llegó mi turno: ya cantan para mí las sirenas.
¿Para que contradecir al destino si a ti me empuja?
Pase lo que pase, yo te absuelvo, muchacha.
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Ethel Krauze, “¿Recuerdas cómo era la lluvia…?”
¿Recuerdas cómo era la lluvia
cuando aún no nos besábamos?
Era julio
y el moribundo cielo
se rasgaba.
Nos miramos tras la reja
muchas veces,
antes de que el fruto
se abriera.
Nos subimos al puente del aroma
para probar el naranjo
en nuestra sed,
y no saciaba.
No saciaban los hielos
en el vaso
ni el cántaro de vino
ni la miel.
Nos bebíamos el filo
de la lluvia
en la ropa,
en el paraguas,
y el clamor no cesaba.
Recorrimos las calles,
los planetas,
buscando el vértice
del agua.
No lo hallamos.
Intentamos la espuma,
la neblina,
el vidrio de la madrugada,
las fibras del rocío,
la escarcha,
la vibración de la nieve…
Nada.
Ni una gota que calmara
la fiebre.
No hubo otro modo:
cerramos los ojos
y dejamos que el beso
nos llamara.
Daniel López Acuña, “La piel y el escorpión”
Era igual que bailáramos cerca,
pegándonos la cara,
juntando nuestros pechos,
ciñendo la presencia de los cuerpos
a una proximidad casi invisible.
No importaba tampoco
respirar aquel aire sofocante
mezclado con el sonido de los discos,
ser fragmentos cautivos de la noche,
huéspedes del silencio,
sórdidos personajes sin destino
en la ciudad de hielo.
La soledad se desnudó,
la lluvia
restableció la claridad perdida.
rocé entonces
la piel curtida de tus antebrazos,
congestiva.
casi como de fuego aprisionado.
De pronto todo fue como una tierra
rota por el calor,
como dos escorpiones enlazados
bajo las piedras secas
celebrando el amor en el desierto.
Sobrevino el relámpago rojo:
Las nubes dieron paso
al surgimiento de la oscuridad.
Nelly Keoseyán, “Canto a la cierva”
I
Cierva
abro en mi sexo el misterio
de los frutos que nacen de las flores
del aroma que emana del mar y las mujeres
de los cuerpos poseídos por la pasión de unirse en otro al universo
de tu carica Cierva
brota el amor brota el deseo
y la noche se extiende interminable a nuestros goce.
III
Cierva
Une la carne a su espíritu
Une a mi alma al corazón del cielo
Escucha el delirio de tus ciervos sedientos.
Danos tu amor agua purísima de tu fuego
Danos la gracia de ver florecer de lo oscuro la belleza:
Tu increada armonía
Tu oculta rosa perfecta
Tu fruto de tu fruto renaciendo
Tu misterio revelado en la flor
que reverdece y muere y reverdece
Tu roja piel de loto en llamas
Tu dulce herida ardiente
El goce que enciendes y te enciende.
VI
Nuestro cuerpo y espíritu
unidos a la música del alma y las esferas
enamorados florecen.
Sueñan. Se sueñan eternos.
Son la música que fue erigiendo en un sueño
la forma de un palacio
Son el oceánico manto del cielo antes del alba
Son la espiral que vierte el eco del tiempo en el corazón del silencio
o el sonido del fuego del alma en movimiento.
Sueñan la eternidad
de las aguas que vuelven a sus cauces.
La huella.
Lo imperecedero.
IX
Aquí, amantísima Cierva del amor y la belleza,
donde tu fuego y mi fuego se unían
y éramos un mismo espíritu y un mismo cuerpo,
un fuego interior, una luz
que brillaba en la noche oscurísima del alma
o un ave fugándose del tiempo hacia el sinfín del horizonte.
Aquí, desde tu estrella,
desde el silencio de tu rosa profunda,
desde la cima del vértigo donde el alma del ciervo
enloquece, cae, se pierde
ciego busca su espíritu un reflejo
busca su tacto un fuego que lo encienda
su boca un arroyo helado que lo extinga
que lo vacíe de sí que lo funda en tu fuego
en tu lumbre divina en tu cetro de espejos.
Aquí, amantísima,
Donde te ocultas donde te invoco
Donde resurge de la carne el verbo.
Benjamín Valdivia, “Otras formas”
Inventará otras formas el amor,
te lo aseguro.
Poco será entonces un canto mineral
que haga mirar tu pelo como lumbre.
Y nadie apreciará
tu cadera de ceibo que invitaba al calor.
Ya nada habrá de ser tu corazón
(tal vez un sabor dulce por mi lengua).
Qué cosas pasarán: seremos viejos
que se han amado como pueden
bajo la fronda de un árbol estelar
o a las orillas del agua de cristal
por la que boga el tiempo sin sentido.
María Rivera, “…Si la lluvia pudiese…”
…Si la lluvia pudiese, si la lluvia. Si la lluvia pudiese escribir este poema, decir todo el amor que soy, que fuera. Si la lluvia, si fuera. Corto de riendas, corto, este amor se me hizo piedra, se me hizo. Como si el hacer fuera este fruto. Corto mis muñecas, me hago grieta y no apareces, no aparece Dios sobre las aguas. Si la lluvia pudiese, sí, la lluvia, sonreírte con mis labios, si pudiese. Acercar mis palabras a tu oído, rescatarme de los voraces agujeros que me tienden. Tender un puente de voz para mi muerte, si la lluvia, si pudiese.
–
Puedes encontrar todos estos poemas y más en la Antología general de la poesía mexicana de la editorial Océano.
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