Poemas eróticos para el hombre cuyos besos eran balas que yo enseñé a volar

Carilda Oliver Labra se convirtió en una de las poetas más importantes de toda Cuba. Nacida en la ciudad de Matanzas en 1922. Se graduó de Derecho en la Universidad de La Habana y, aunque ejerció como abogada, siempre supo compaginar lo jurídico con su pasión por las artes y las letras, también se recibió

Poemas eróticos para el hombre cuyos besos eran balas que yo enseñé a volar

Carilda Oliver Labra se convirtió en una de las poetas más importantes de toda Cuba. Nacida en la ciudad de Matanzas en 1922. Se graduó de Derecho en la Universidad de La Habana y, aunque ejerció como abogada, siempre supo compaginar lo jurídico con su pasión por las artes y las letras, también se recibió como profesora de dibujo, pintura y escultura en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas.

 

En 1943 publicó su primer libro Preludio Lírico, con el que obtuvo el segundo lugar en el Concurso Internacional de Poesía organizado por la National Broadcasting Company en New York; y en 1949 Al sur de mi garganta, le mereció el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación de Cuba en 1950; en esta obra, Oliver ya expresaba la manera en la que la poesía la trascendía, y afirmó que: “Publicar versos es descubrir verdades que ni siquiera sospechábamos adentro, y que de otro modo quedarían inconfesas. Es siempre la profanación de una intimidad inefable. Por ello, dudé de abrir mi poesía. Pero algo extraño y confuso sucedió: las palabras, trémulas, comenzaron a subir sin mi permiso, hacia la garganta, irremediablemente, desde el sur…Tuve que dejarlas en papeles dóciles y moribundos que apenas podían soportar su peso. Allí se borraban… Entonces llegué a comprender la oscuridad de ese destino: ellas —que habían nacido para darse— estaban obligadas al silencio… Quise ser justa. Quise otorgarles su natural derecho a la luz. Aquí están: con sueño aún, perfectamente puras, sin credenciales, sin apoyo de gracia; sin otra presunción que el elemental deseo de vivir”.

 

Durante los años 50 escribió sin descanso y publicó las obras que la catapultaron: Canto a la bandera (1950), Canto a Martí (1953), Canto a Matanzas (1955) y Memoria de la fiebre (1958); pero no la tuvo fácil después de 1959 en la Cuba de Fidel Castro. Aunque siempre se reconoció como revolucionaria, no supeditó su poesía a lo que se ha conocido como “realismo socialista”, pues se sentía cansada de la misma propaganda y la misma información: “todos los días era Vietnam y Vietnam, y en uno de mis versos puse: vietnamitas por favor, jueguen a la pelota. Y claro, se formó un escándalo”; estas críticas, según la autora, fueron las que le costaron el veto del ámbito literario que la mantuvo silenciada durante 17 años.

 

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Aunado a ello, la época no estaba preparada para su poesía erótica, para las críticas a las normas, convenciones y expectativas sociales que pesaban sobre las mujeres; para el cuestionamiento y exposición de esa feminidad insatisfecha, infeliz, frustrada, que no se conforma con una vida de esposa, madre y ama de casa. Desafió el “eterno femenino” no sólo en su obra, también en su vida, le costó ser juzgada y apartada de sus coetáneos, como afirmó Miguel Barnet —presidente de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba— en una entrevista a la BBC Mundo: “Carilda Oliver Labra es una transgresora, una mujer que hizo de su vida lo que le dio la gana. Le dio una patada a la clase media alta a la que pertenecía, se casó con quien quiso, tuvo los amores que quiso y escribió los poemas eróticos más osados”.

 

En 1976, cuando la poeta le dijo a su exesposo, el también abogado y poeta Hugo Ania Mercier, que no volvería a casa porque deseaba viajar, él decidió suicidarse; el matrimonio nunca tuvo hijos y el suicidio se dio porque Hugo siempre conservó la esperanza de volver a unirse a ella.

Carilda tuvo tres matrimonios, el último con alguien 50 años menor que ella, situación que favoreció a la construcción del estereotipo de mujer fatal; sin embargo, aunque se le representara como una sex symbol y como la poeta de los mil y un amantes, Carilda amó sin reservas y así lo demostró al escribir “En vez de lágrima”:

Hugo Ania Mercier: yo te quería.

A tu cuerpo de hombre agonizante

que irradiaba dolor como un diamante,

a tu paso que insiste todavía,

a tu lengua —clavel de la ironía—

que aún esconde callada sed punzante;

a tu mano, nerviosa, azul, de amante

cuya noche del tiempo siempre es mía;

a tu verso que llora aunque me cante,

a tu pila de huesos, insultante,

a tu alma cayéndose de fría.

 

Luego de superar el veto, publicó La ceiba me dijo tú (1979), Tú eres mañana (1979), Desaparece el polvo (1983), Las sílabas y el tiempo (1983), Calzada de Tirry 81 (1987), Los huesos alumbrados (1988), Se me ha perdido un hombre (1993), Discurso de Eva (1997), Libreta de la recién casada (1998), Sonetos (1998), Todos los días. Acta lírica (2012), Una Mujer escribe (2013), entre otros. Carilda, pese a los obstáculos y las críticas, nunca pudo alejarse del papel, la máquina y los versos, como una vez mencionó: “sé que no hubiera querido ser otra cosa más que poeta en esta vida”; por esta razón, te invitamos a conocer la irreverente obra de esta cubana que te conectará con tu feminidad sin importar el género con el que te asumas:

“Vísperas de boda”

Voy perdiendo los días de estar sola conmigo,

los días recién buenos ahora descubiertos,

ahora que se van,

y una tristeza hija de mi tristeza grande

me borra lentamente las ganas de soñar;

y nace como un miedo,

un miedo a ser distinta, un miedo a ser normal,

un miedo a ser como otras: calladas y domésticas,

bondadosas, saludables quizá;

un miedo contra esposos, contra cortinas puestas,

un miedo incontenible de tener un dedal.

No sé de qué me escondo, de qué males escapo

ni qué lágrima extraña me llama desde el mar;

pero es que quiero ahora tener el mundo dentro,

volverme sólo tinta sobre el papel cordial,

caer como centella, parir como una araña

y amar, amar, amar.

Pero es que quiero ahora cubrirme con la noche,

crecer en la ternura, ser astro o animal

pues brama el infinito sobre mi propia carne

y siento como un beso de la inmortalidad.

Cuando tomo la pluma ya estoy acompañada

de alguna estrella absurda que no se va a apagar;

así, llena de gente, de historias increíbles,

de ramos de violetas,

de duendes que no hablan, de nubes y retratos

me reúno conmigo como algo natural.

Todo me deja entonces lejana, distraída,

especialmente tonta,

y a veces en la cama puedo no ser verdad.

Y estoy casi feliz y apenas me sonrío,

bailando como lluvia y amable como el pan…

Por eso en estas vísperas del día de mañana

(adiós, mi libertad)

hago como quien rompe promesas y contratos

y muere de jamás

pues soy una criatura ajena a compromisos

y temo por mis alas que sí saben volar.

 

“Me desordeno, amor, me desordeno”

Me desordeno, amor, me desordeno

cuando voy en tu boca, demorada,

y casi sin por qué, casi por nada,

te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno

y con mi soledad desamparada;

y acaso sin estar enamorada

me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada

arde en tu mano lúbrica y turbada

como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,

cuando voy en tu boca, demorada,

me desordeno, amor, me desordeno.

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“Cuento”

Yo era débil,

rubia, poetisa, bien casada.

Tenía deudas

y una salud de panetela blanca.

Hicimos una casa pobremente,

muchas ventanas:

para enseñar nuestros besos a las nubes,

para que el sol entrara.

La casa era tan bella

que tú nunca dormías.

Ya no eras abogado ni poliomielítico

ni nada.

Nunca dije:

¿cuándo vas a poner esa demanda?

porque yo tampoco

cocinaba.

Fueron días

como no quedan otros en las ramas.

Yo me empeñaba en sembrar algo en el patio:

tus gatos lo orinaban,

pero era tan feliz que no podía

decir malas palabras.

Ay, una tarde…

(Septiembre tomó parte en la desgracia).

Ay, una tarde,

(Dios estaría sacando crucigramas);

ay, una tarde

pusiste tantas piedras en mi saya

que desde entonces

ando inventándome la cara.

El cuchillo

tenía la forma de tu alma;

yo quería ser otra, hablar de las estrellas…

(sobraron noche y cama).

Yo me empeñaba en sembrar algo en tu pecho:

tus gatos lo orinaban,

y era tan infeliz que no podía

decir buenas palabras.

Tarde en otoño.

Miré las sábanas amargas,

el jarro de la leche,

las cortinas,

y el crepúsculo me convirtió en su mancha.

(Yo era un clavel podrido de repente,

un canario botado).

Con empujones que lo gris me daba,

entre temblores,

volví a la falda

de mi madre.

Pasaron tantas cosas

mientras yo me bebía la soledad a cucharadas…

Un viernes

—un viernes en que tu olvido me enterraba—

llegué a la esquina

de la casa.

Estaba allí como una tumba diferente,

se veía otra luz por las ventanas.

Tuve miedo de odiar…

(Ya era hasta mala).

Pasaron tantas cosas;

el tiempo fue cosiendo mi mirada.

Ahora no pueden asustarme con los truenos

porque la luz me alza.

Ahora no pueden confundirme con un libro.

Soy la palabra recobrada.

¡Ríanse,

agujas que en mi carne se desmandan;

ríanse,

arañas que me tejen la mortaja;

ríanse,

que a mí, también, carajo, me da gracia!

 

“Mi madre” (extracto)

Por jugar con nosotros se olvidó de ir a misa;

y ya veis: le ha salido una iglesia en la risa.

“La divorciada”

Se viste bien. Camina como nube.

Tiene el jamás venciendo la mirada

y un aire de paloma maltratada,

de cadáver con vida se le sube.

Es triste si se para junto al mar.

¡Qué silencio tan grave el de su frente!

Esa muchacha, acaso diferente,

escribe versos para no llorar…

En cada mes alumbra una amapola.

Juega al tedio y la sed. Aunque está sola

espera siempre un hijo al azar.

Y cuando pasa con su azul pequeño

—del brazo de algún hombre para el sueño—

todos murmuran que se va a acostar.

 

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“Carilda”

Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.

Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.

Guardo una cinta inútil y un abanico roto.

Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.

Cualquier música sube de pronto a mi garganta.

Soy casi una burguesa con un poco de suerte:

mirando para arriba el sol se me convierte

en una luz redonda y celestial que canta…

Uso la frente recta, color de leche pura,

y una esperanza grande, y un lápiz que me dura;

y tengo un novio triste, lejano como el mar.

En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,

y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;

y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!

“Hombres que me servisteis de verano”

Ése que no dejó de ser mi amante

y al que le debo siempre sepultura,

uno a quien nunca quise lo bastante;

aquel, obra de sueño, conjetura…

Alguien que jugó a nada y tuvo suerte,

otro que no ha venido de la guerra,

éste donde converso con mi muerte

porque me lo disputa hasta la tierra.

¡Salid de la memoria evocadora

con vuestro amor, pues tengo frío ahora!

Sabed todos que os llevo de la mano.

Vuestras sombras estallan como un mito

de vez en cuando aquí. Sois lo bendito,

hombres que me servisteis de verano.

 

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“Una mujer escribe este poema”

Una mujer escribe este poema

donde pueda

a cualquier hora de un día que no importa

en el siglo de la avitaminosis

y la cosmonáutica

tristeza deseo no sabe qué

esperando la bayoneta o el obús

una mujer escribe este poema

sin atributos

a desvergüenza y dentellada

fogosa inalterable arrepentida pudriéndose

caemos por turno frente a las estrellas

todos tenemos que morir

no hay nada más ilustre que la sangre

una mujer escribe este poema

qué estúpida la vida que divide sol de sombra

el crepúsculo pasa

acumulándose al final de las azoteas

supimos de pronto de una trombosis coronaria

existes soledad

sonó una bomba

vean si se han roto los lentes de contacto

una mujer escribe este poema

separa quince pesos para el alquiler

mi amigo viejo

se desprende del mediodía por la próstata

bailamos

sigue la preparación combativa

no pasarán

una mujer escribe este poema

como quien ha perdido el tiempo para siempre

creo en el corazón de Denise Darval

hemos ganado porque morimos muchas veces

parece que tengo un derrame de sinovia

no hay tiempo para la poesía

de veras que los frijoles se han demorado en hervir

te juro que mañana presentaré el divorcio

una mujer escribe este poema

como hay fantasmas a las siete en mi pecho

entablillé una rama a la areca que está triste

mamá, tú no sabes la falta que me haces

si suena la alarma aérea

recojan a los niños que duermen en la cuna

voy a guardar este retrato del Ché

como calló el canario traje un tenor a casa

una mujer escribe este poema

cargada de ultimátums

de pólvora

de rimel

verde contemporánea lela

entre el uranio

y

el cobalto

trébol de la esperanza

convaleciente de amor

tramposa hasta el éxtasis

tonta como balada

neurótica

metiendo sueños en una alcancía

ninfa del trauma

jugando a no perder la luz en el último tute

una mujer escribe este poema.

 

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“Anoche”

Anoche me acosté con un hombre y su sombra.

Las constelaciones nada saben del caso.

Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.

Hubo un paro cardíaco.

El joven

nadaba como las olas.

Era tétrico,

suave,

me dio con un martillito en las articulaciones.

Vivimos ese rato de selva,

esa salud colérica

con que nos mata el hambre de otro cuerpo.

Anoche tuve un náufrago en la cama.

Me profanó el maldito.

Envuelto en dios y en sábana

nunca pidió permiso.

Todavía su rayo láser me traspasa.

Hablábamos del cosmos y de iconografía,

pero todo vino abajo

cuando me dio el santo y seña.

Hoy encontré esa mancha en el lecho,

tan honda

que me puse a pensar gravemente:

la vida cabe en una gota.

 

“Te borraré con una esponja de vinagre…”

Te borraré con una esponja de vinagre,

con un poco de asco.

Te borraré con una lágrima importante

o con un gesto de descaro.

Te borraré leyendo metafísica,

con un telefonazo o los saludos

que doy a la ceniza;

con una tos o un cárdeno minuto.

Te borraré con el vino de los locos,

sacándome estos ojos;

con un varón metido aquí en mi tumba.

Te borraré con juegos inocentes,

con la vida o la muerte;

¡aunque me vuelva monja o me haga puta!

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Si quieres conocer más obras literarias de mujeres, entonces estos poemas para quienes aman la libertad y no les da miedo mostrarse como son te gustarán. Y si estás en el camino para convertirte en escritora y ya has notado las desigualdades que existen en el ámbito, estos poemas te ayudarán a combatir el sexismo.

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Las fotografías que ilustran el artículo pertenecen a Angelika Ejtel

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