¿Cómo callar al vagonero, al niño que llora inconsolable o a la señora gorda que ríe a carcajadas mientras su comadre le cuenta el chisme de la cuadra? Viajar en el metro en hora pico puede convertirse en una de las actividades más tormentosas del día. Ahí dentro se concentran todos los males de la vorágine urbana al parecer sólo para atormentar a los buenos ciudadanos cuyo único pecado es no tener un auto o vivir tan lejos que pensar en un viaje en bicicleta resulta ridículo.
En 1966, antes de que los aparatos con audífonos llegaran a salvar nuestras vidas, Oliverio Girondo publicó un libro perfecto para realizar un viaje en el tranvía de su natal Argentina titulado, sin más vueltas, “Veinte poemas para leer en el tranvía”. En este poemario el autor retomó estampas de la ciudad y las convirtió en poemas breves que bien pueden leerse durante un viaje corto.
Pensar que algo así pueda existir en la Ciudad de México, es prácticamente imposible, quizá el metrobús podría ofrecer esas estampas que necesitamos para escapar de la monotonía, pero con el metro es otra cosa, el recorrido bajo tierra sólo nos recuerda la mugre en la que estamos hundidos, tanto así que nos prohíbe componerle un poema; no obstante, mientras nos transportamos en uno de estos lúgubres vagones podemos recurrir a otro tipo de versos que, si bien no sacan lo mejor de la ciudad, pueden sacar las mejores estampas de nuestro interior, mismas que sólo las voces de poetas mexicanos podrían despertar.
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“Pienso, también…”
Sandro Cohen
Pienso, también, que nunca entenderían
lo que quise decir con mi ausencia,
cuál fue mi grito, cuáles esperanzas
manaban de ese pecho en exilio.
Y ¿cuál exilio? Pienso todavía.
Si por esa ciudad no hubiera sido,
quién sabe en qué leguaje mis palabras
purgaran su reposo más terrible.
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“Dramatis Personae”
Pura López Colomé
Mi voz se fue amoldando a sus tejidos.
Se detuvo. Creyó no poder más
y continuó.
Conoció así un cauce
nunca antes descrito,
un lugar del que era parte sin saberlo.
Al que volvió después.
Abrió sus puertas,
dio principio a los oídos.
Caracol de oleajes vigorosos,
saciaba todas las esperas
penetrando el cuerpo en rojo intenso.
Luego tu voz ventizca,
desde las copas
de bosques invernales,
de huertos de la tundra,
desde el encino, el cedro,
y desde el tamarindo,
atravesaba los despiertos
que caminan
saboreando
la melodiosa sequedad
del trueno.
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“Mar”
Víctor Manuel Mendiola
Tú estás allá,
en la otra silla.
Vives el mundo aparte
del lado opuesto de la mesa.
Tus miradas están allá,
tus voces son
pájaros que retoman
del mar de allá,
tus manos juegan
sobre la mesa
como incansables nómadas
en la extensión azul.
Yo escribo en Morse,
lanzo señales de humo,
pongo a la orilla de ese mar
una botella,
mando mis huestes
a conquistar
las santas tierras de allá,
prendo las brasas
del mismo sueño.
Pero tú sigues allá
en la otra silla.
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“País llamado infancia”
Vicente Quirarte
Tiempo donde la memoria nos alcanza.
De la piel tersa y dura,
del aliento de vidrio
y el animal intacto.
País llamado infancia.
Compás que dura poco pero marca
con hierro indeleble a su creatura.
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“Otoño”
José Javier Villarreal
Este día el otoño es una piedra azul,
un jalar del gatillo en la noche;
sólo un rumor: la caricia que abre las alas.
El otoño es una gran herida, un fuego violento,
el cervatillo que no deja rastro alguno,
la sombra en el ámbito más claro de tu risa.
A veces parece estar muerto sobre el césped
pero tan solo aguarda un descuido para caer de lleno,
para tender sus redes amarillas en torno a tu cuerpo.
El otoño asemeja ser una fiera desconocida,
una serpiente marina soñada por los navegantes del siglo XV,
la pesadilla donde descansa la razón de la joven amante.
El otoño, con su pesadez de años,
abriendo las puertas de los jardines vedados.
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“El ruido del árbol”
Cosme Álvarez
Como negra cascada se derrama
toda la luz del día sobre el árbol primitivo.
Sumergido en el tronco hay un nadie
que inunda la vasija de la tarde
con sonidos que anticipan el vacío
en las hojas que van a moverse,
en el ruido de las ramas oscuras de infinito.
Ahí,
donde el viento es el follaje más risueño,
los sonidos de Dios se levantan como un balbuceo.
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“Pretensiones”
Ernestina Yépiz
Después de a bella tormenta
Llega la predecible calma
Me pongo los zapatos
Salgo a la calle
Sacudo las ramas de los árboles
Sedienta bebo las últimas gotas de la lluvia
Quiero creer que puedo provocar un huracán.
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“Punto de fuga”
Armando Alanís Pulido
Hoy quiero saber
Cómo serán los hijos que no tendré contigo.
Quiero saber
dónde viviré los días que me faltan
y si existe el amor a primera vista.
Tantas cosas dejarán de atribuirme
al terminar de darle el trago a la cerveza.
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“El que busca el canto…”
Rogelio Guedea
el que busca el canto,
el deseoso, acaba por cantar/
el que la purísima mujer
encuentra, morido de su
ausencia va, renacido
en fuego tierno,
por la piedra de dios resucitado/
no muere el canto del que ama,
muere el que calla
su cantar.
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“Geología”
Claudia Santa- Ana
Poco sé de la niña que salta
de charco en charco
y levanta la lluvia sin romper su imagen.
Su luz como un grano de sal
en la tierra oscurecida queda.
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Tras leer cada uno de estos versos, la posibilidad de callar las voces que nos atormentan en el recorrido a casa crece exponencialmente. Al ser cortos, estos poemas nos ofrecen la posibilidad de encontrar un sentimiento nuevo en cada estación desde que inicia el viaje hasta llegar a nuestro destino, contentos, debido a la esperanza poética que dentro de nosotros ha crecido gracias a la poesía.
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Bibliografía
Domingo Argüelles, Juan (Comp.). Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual de la segunda mitad del siglo XX a nuestros días. Océano. México. 2014.
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Fuente
La izquierda