“Yo solo quería ser uno de The Strokes, y mira el desastre que me hiciste hacer”. Con esa frase, la banda inglesa Arctic Monkeys, comandada por Alex Turner y Matt Helder, abría su último material de estudio, Tranquility Base, Hotel + Casino, estrenado en mayo del 2018, recordándonos con esa línea la razón por la que muchos de nosotros quisimos formar una banda de rock alguna vez. Y precisamente el último concierto de Arctic Monkeys en el Foro Sol nos recordó que, a pesar de las apariencias, el rock aún tiene mucho que ofrecer.
Con este disco, la base de fans que ha seguido a los Arctic Monkeys desde sus inicios manifestó, a través de las redes sociales, opiniones encontradas por el sonido tan introspectivo del mismo. Acostumbrados al sonido post-punk de los primeros discos, que estaban llenos de los riffs desalineados de Turner y Cook, la batería inalcanzable de Helder y la firmeza del bajo de O´Malley, y aún recuperándose del éxito comercial que implicó AM con su fusión de rítmicas suaves, falsetes y baterías hiphoperas, muchos afirmamos que el rock había perdido a su último defensor.
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Para ser honestos, no es que el rock esté muerto; es decir, que ya nadie escuche o toque rock. Pero es definitivo que el rock está teniendo dificultades para mantenerse en la corriente principal de la industria musical. Desde la popularidad del indie como movimiento revitalizador del rock a principios de los 2000, el género no ha tenido un nuevo impulso, no se ha forjado una nueva generación de bandas que permitan que el rock se mantenga como una opción vigente en los hábitos de consumo musical de las nuevas generaciones. Sabemos que en estos momentos hay bandas ensayando en alguna habitación de la casa de sus padres, y existen muchas bandas en el underground que aportan oxígeno al género; y tal vez otras que hoy se erigen en la fama como sus contados representantes, Alabama Shakes o Greeta Van Fleet, por mencionar algunos.
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Sin embargo, la fuerza del rock siempre ha sido la fuerza de la juventud, el corazón rebelde de quienes se identifican con el género. Ellos lo usan, lo revitalizan y lo evolucionan. Lamentablemente, por el momento esa fuerza no dirige sus oídos hacia el rock, está secuestrada por la mercadotecnia de los sellos discográficos que fabrican hits que invaden las listas de popularidad. De ahí la importancia de los Arctic Monkeys.
Los Arctic Monkeys son los últimos sobrevivientes de esa generación que nos llevó a las alturas, con bandas como The Strokes, The White Stripes, Bloc Party, Interpol, The Vines, The Hives, The Libertines y muchísimas otras. Ya no hay bandas nuevas que llenen auditorios para 60 mil personas, como lo hicieron los Monkeys en el Foro Sol el pasado 24 de marzo. Los grandes festivales del mundo que antes eran un foro obligado para difundir el género, en sus ediciones más recientes no cuentan con grandes bandas de rock como headliners, y las que hay comparten escenarios con artistas de hip-hop, pop o reggeaton.
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Es por eso que las palabras de Alex Turner al recibir el premio a Mejor Álbum del Año en los Brit Awards de 2014 adquieren particular importancia ahora. Ese año los Monkeys competían en esa y otras categorías contra One Direction, David Bowie, Disclosure y Bastille, entre otros. Con todo el sarcasmo de haber ganado el máximo reconocimiento de la música británica con un álbum que no representó mayor esfuerzo creativo para ellos, como lo han declarado en ocasiones anteriores, Alex usó el espacio para afirmar que el rock no estaba muerto, que se encuentra hibernando, agazapado en el pantano de donde salió, esperando a la vuelta de la esquina, adaptándose a las nuevas reglas para regresar y romper esas reglas luciendo mejor que nunca.
Los que asistimos al Foro Sol el pasado domingo somos verdaderos creyentes de esa promesa. Esperamos pacientemente desde el Corona Capital de 2013 a que los Arctic Monkeys regresaran, esta vez solos, sin distractores, para darles toda la energía que el público mexicano es experto en dar con las bandas que atesora; siempre con la melancolía canalizada en boletos de conciertos para recordar tiempos mejores. A pesar de la falta de interacción de los Arctic Monkeys con su público, y del aire de reencuentro indie que tuvo la noche, entre todas esas personas claramente contemporáneas de generación, había rostros jóvenes recién convertidos tal vez. Algunos iban con sus papás, otros solos. Pero al observarlos, recordamos nuestros primeros conciertos, y esa energía que te invade cuando sabes que las puertas de todo un nuevo mundo se están abriendo ante ti.
Sí, los Arctic Monkeys dieron un gran concierto, nos hicieron cantar, bailar y recordar. Nos admiramos de su energía, de la calidad de su ejecución, de los grandes músicos que son. Pero sangre nueva es necesaria, debemos dejar de hablar de las mismas bandas de siempre, pues nuevas energías deben ser estimuladas. La última gran banda de rock aún tiene mucho que contar, y su más grande aportación puede ser que en estos momentos, en algún lugar, algún adolescente en su habitación con su guitarra en las manos aún pueda decir, “yo solo quiero ser uno de los Arctic Monkeys”.
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