Hace algunos meses terminó la exposición fotográfica de “El hombre que vio demasiado” en el Museo Cuatro Caminos. Y aunque el fotógrafo mexicano de 83 años de edad, Enrique Metinides, continúa creando nuevas obras, los 70 años de imágenes publicadas para la Nota Roja, La Prensa, Alarma, Zócalo y otros medios ya han hablado bastante. Como una afición que Metinides desarrolló desde muy pequeño, la fotografía se convirtió en la memoria tangible del artista que decidió coleccionar momentos y detalles de escenarios gráficos y reales.
Todas estas escenas giran en torno a coches chocados, accidentes y crímenes que el fotógrafo tomó con un lente gran angular que capturaba todo el acontecimiento en un solo encuadre. A pesar de la temática sobre la que Metinides trabajó toda su vida, sus fotografías reflejaban el dolor humano y el drama de la cotidianidad mexicana de una forma distinta. Razón por la que se convirtió en un fotógrafo consumado de una composición elegante y mucho menos gráfica que la mayoría de los periodistas amarillistas.
Sin embargo, el morbo, la muerte y la violencia se convirtieron en el negocio redondo de varios fotógrafos internacionales que se valieron de la desensibilización humana para acaparar espectadores y cobertura mediática. Lo lograron a partir de proyectos que exponen, por un lado, la diversidad y por otro, la decadencia del mundo a través del retrato de personas marginadas, travestis glamurosos, gigantes agraciados, niños con malformaciones, cadáveres y otras escenas que se tornaron en el arte más rentable de la época contemporánea.
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Diane Arbus (1923-1971) – Estados Unidos
Arbus le debe su fama a la estética freak de sus fotografías. El artista se dedicó a retratar a personas que, por alguna razón, nacieron con una extraña morfología. Por ello, Arbus se consagró como el fotógrafo de los monstruos. Además de los protagonistas que elegía para sus retratos, Diane tenía una peculiar forma de volver aún más desmesurada la escena, pues utilizaba máscaras o algún otro elemento que le diera otro toque tétrico a su trabajo.
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Joel-Peter Witkin (1939) – Estados Unidos
La obra de Witkin es sumamente transgresora. De hecho, muchas veces no le es posible llevarla a cabo dentro de Estados Unidos, por eso visita México con frecuencia pues así puede trabajar con cadáveres que no han sido reclamados. Sus composiciones están basadas en metáforas sobre la mortalidad, las cuales utiliza como el argumento más poderoso para que sus fotografías sean recordadas por el gran impacto que genera en el espectador.
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Jan Saudek (1935) – Checoslovaquia
Al principio de su carrera, Saudek tuvo que esconderse de la policía comunista dentro de una bodega que adaptó como su estudio fotográfico. Él se enfocó en explotar el simbolismo surrealista, las metáforas políticas y la exacerbación del sexo a través de la fotografía, convirtiéndose en un inquietante exponente del morbo y la denuncia social.
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Andrés Serrano (1950) – Estados Unidos
Serrano mesmeriza al espectador que se siente simultáneamente atraído y disgustado por sus imágenes polémicas y al mismo tiempo espléndidas. Al crear su obra fue acusado de perversión, herejía y vulgaridad, pues acumuló una colección perversa de cadáveres que lo llevó a la cima de lo desconcertante, pero también al éxito como artista contemporáneo.
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Gottfried Hellwein (1948) – Austria
Hellwein se enfocó en transformar a la muerte en una escena divinamente iluminada, de estética teatral que reúne algunos elementos kitsch para sobresaltar al espectador inesperadamente. A pesar de que las fotografías de la artista no son violentas, resulta trágico observar a niñas pequeñas como las protagonistas de estos montajes trágicos.
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La fotografía erótica, violenta, sádica, morbosa, gráfica, sanguinaria o cualquiera que sea el adjetivo que la describa no es más que el reflejo dramatizado de una realidad a la que nos estamos acostumbrando. Es cierto, algunos artistas ganaron fama, éxito y una fortuna a través de proyectos basados en la violencia, el morbo y la muerte. Pero muchos espectadores hemos recibido de forma rutinaria las imágenes que despiertan nuestro interés y sacian nuestra curiosidad. Por lo tanto, el negocio creado a partir de fotografías como éstas no es responsabilidad sólo de un creativo amarillista, sino también de un observador desensibilizado.
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