La tendencia popular de comercializar el arte no es mas que un intercambio de sexo por motivos económicos: esa fue la premisa de Cheng Li una mañana de marzo antes de ser arrestado por causar disturbios públicos.
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Cheng Li realizó su performance más polémico en el Museo en el Museo de Arte Contemporáneo en Beijing. El artista de 51 años, junto con una mujer, se desnudó y colocó una manta con la leyenda “Art Whore”. Acto seguido, comenzó a tener sexo con su compañera en una especie de colchoneta dispuesta para el acto. Posteriormente, caminaron hacia un balcón y ahí Li penetró por segunda vez a la mujer, en esta ocasión parados en la cornisa. El performance surtió el primer efecto: inmediatamente, decenas de curiosos se arremolinaron para ver el acto y decenas más para enterarse de la razón de los primeros. Fotografías, videos, caras de asombro y buenas conciencias escandalizadas por el momento convergieron en el centro de una ciudad que ha perdido su identidad de cara a la modernidad.
¿Qué mensaje intentó dar Li con la escena de sexo? ¿El performance funcionó como una reivindicación al carácter social del arte en contraposición con el mercantil en que está envuelto en el contexto actual?
Para Bataille, una acción soberana es un acto ritual que rompe con todas las normas de la sociedad capitalista, especialmente con la noción de utilidad. Una acción de tal naturaleza posee un significado incomprensible y subversivo para la acumulación, un acto que escapa a la lógica de la productividad de mercancías y de la propia existencia material; sin embargo, el performance de Cheng Li, pensado en contraposición a la prostitución y comercialización del arte, no adquiere trascendencia alguna, ni siquiera a través del cuerpo o el acto sexual.
La mayor transgresión que supone el tener sexo en público con un cartel de por medio es la disonancia normativa capaz de romper el orden por un sólo segundo, tiempo suficiente en la posmodernidad para observar algo impensado y olvidarlo con la avidez de una experiencia inmediata y superior. La producción adquiere un papel central en el tono de la protesta, que toma por fuerza un sentido político y económico miope, que se realiza y termina siendo acaso una crítica moralina: la prostitución, malentendida por Li como la producción y el consumo de la mercancía “placer”, es análoga a la comercialización del arte, por cuanto el acto sexual consumado con un fin comercial lleva intrínseca la posibilidad de reproducir el sistema a través de la concepción y la búsqueda del placer inmediato.
Entonces, la comparación ascética entre mercado y sexo termina siendo tan revolucionaria como la observación de la Iglesia Católica en el siglo XVI, cuando determinaron que los indígenas también tenían alma y tan grotesca como la castración del ejercicio de poder a través del cuerpo y su utilización cosificada como una máquina más, especializada en producir fuerza de trabajo.
Mientras la performatividad de género esté relacionada con la voluntad individual, el espacio colectivo estará ausente y abre un sinfín de posibilidades de terminar en la misma lógica de consumo y comercialización que el mismo Cheng Li critica. La protesta culminó con el arresto del artista y una sentencia de un año en un campo de trabajo, hecho que independientemente de la sustancia de cualquier manifestación, es a todas luces autoritario.
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Fuente:
Nerve