Hemos crecido creyendo en la idea de que la belleza cuesta. Es cierto que nadie nace siendo perfecto, pensar en ello como una posibilidad implica caer en uno de los errores más grandes que un ser humano podría cometer; porque, si naciéramos perfectos ¿Qué objeto tendría buscar la belleza? Si apareciéramos en este mundo como seres completos, no sería necesario buscar formas para lucir como seres únicos entre quienes nos rodean. La posibilidad de agregar algo más a nuestra persona, más que un acto de vanidad, sería el asunto más absurdo del mundo.
Asumiendo la belleza como algo prácticamente divino, damos por hecho que tenemos que sacrificar algunas cosas para rozar al menos esa calidad de dioses que promete otorgarnos una imagen estilizada. Sólo quien se ha arriesgado a perderlo todo por probar las mieles de la perfección estética es capaz de contarnos el dolor de esos sacrificios; revelarnos por fin el secreto de los dioses y cómo llegar a ellos o, por otro lado, convencernos de no hacerlo para evitar el dolor de saberse solo siendo perfecto en un mundo que se mueve todos los días por los inciertos caminos de la asimetría.
Después de haber colaborado por mucho tiempo con los grandes íconos de la moda, la fotógrafa Donna Trope nos muestra a través de sus polaroids que la belleza está lejos de ser ese lugar idílico que todos pensamos. Cada una de las fotos que conforman su colección es el párrafo de un discurso que detalla punto por punto las desventajas a las que se enfrenta una mujer al vivir en un mundo en que se le exige eliminar de su cuerpo todo rastro de imperfección para mostrarse frente a los demás como una diosa digna de ser admirada, incluso temida.
Más allá de las personas, las modelos en las fotografías de Trope mantienen contacto constantemente con inyecciones y máquinas para tonificar sus cuerpos a modo de alcanzar la perfección que necesitan para triunfar. Es entonces cuando nos damos cuenta de la pasión que estas mujeres ponen en verse sensuales todo el tiempo; se privan incluso del contacto humano con el fin de mostrarse inalcanzables ante una multitud que anhela llegar a un punto similar a ellas y poder susurrarles al oído un “te amo”, mismo que han escuchado tantas veces que ya no tiene ningún significado.
Rodeando sus muslos con trozos de tocino o proyectando sobre sus cuerpos anuncios publicitarios, estas modelos nos dan una idea de cómo esa belleza y sensualidad a la que todo mundo aspira podría convertirnos en productos de la mercadotecnia sin que nos demos cuenta. De modo que cuando alguien alcanza esa perfección su calidad de ser humano es reducida inevitablemente, pues a comparación de sus “semejantes”, ya no puede aspirar a mejorar.
A través de sus imágenes, la fotógrafa nos invita a reflexionar a partir de nuestra propia experiencia física, qué tanto estamos dispuestos a sacrificar por alcanzar esa belleza que, si no sabemos controlar, incluso podría llevarnos a perder nuestra calidad de seres humanos. Estas tomas que en principio fueron simples pruebas de estudio, comprenden la otra cara del trabajo de Donna Trope; aquella en la que se percata de que la única forma que tenemos de salvarnos del mundo es no caer en su juego de caretas y así impedir que éste se lleve una buena parte de nosotros.
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Fuente
Another Mag
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