The greatest thing you’ll ever learn is just to love and be loved in return.
Nat King Cole
Seguramente la imagen más cercana que tenemos del Moulin Rouge y la vida bohemia del París underground sea la de la película de Baz Luhrman con Nicole Kidman y un séquito de actores sin igual. Con música propia de la cultura pop y una fotografía explosiva, es un filme que retrata de manera contemporánea un episodio que en efecto fue mágico para los días europeos de creatividad y reestructuración social, pero que no puede servir como un absoluto visual para esa época de excesos y fantasía. Cuando el legendario barrio de Montmartre en Francia se sumó a las calles de la entonces creciente Ciudad de las Luces, dejando atrás los molinos y viñedos que la caracterizaban como una de las regiones más pobres en el mapa, no sólo dio cabida al glamour disruptivo de la época, sino que fue sede privilegiada de la ilegalidad y los delitos.
“En aquellos días, contrario a lo que se vive hoy en París, la prostitución era ilegalmente permitida por donde se le viera”.
A finales del siglo XIX y en los primeros años del glorioso 1900 el vecindario, dado su bajo índice de renta, se llenó de bares, cabarets, salones y cafés que compartían espacio con viviendas económicas ocupadas por la clase obrera. El matiz verdadero, y que a todos fascina, se inauguró cuando dichos centros nocturnos se inundaron de hombres burgueses que recurrían a la zona en busca de placeres y de artistas que caían ante el encanto de la veloz furia que se experimentaba adentro de esos antros magníficos.
“Álbumes y registros fotográficos han surgido a la luz pública para el estudio del París que contaba con un secreto a voces: un delito que era silenciado para apaciguar las aguas de la masculinidad”.
En aquellos días, contrario a lo que se vive hoy en París, la prostitución era ilegalmente permitida por donde se le viera. Actualmente se penaliza sólo a los clientes, considerando víctimas a las mujeres de tal negocio, al contrario de esos días, pues se penalizaba a todo involucrado o se llevaba como una industria común. En los burdeles, especialmente, la utilización del sexo femenino como entretenimiento y escaparate de la sociedad era considerada como un “mal necesario” para calmar las necesidades del hombre apasionado.
Cézanne, Manet, Degas, van Gogh, Kupka, Munch y por supuesto Tolouse-Lautrec se encargaron de plasmar en pintura ese mundo de mujeres que durante el día se dedicaban a trabajos de mayor reputación, pero en las noches protagonizaban un oficio de arrebatos carnales y exotismo bohemio. Con frecuencia, justo ese tenor de actividades mixtas ocasiona que las fronteras de la prostitución y la permisividad del goce sean difíciles de dibujar en el arte.
No obstante, el intento por transmitir la realidad de esas antiguas “casas de tolerancia” y las mujeres que allí servían no se han frenado ante las contradicciones o misterios que se desenvuelven en la vanguardia artística de la Belle Époque. Álbumes y registros fotográficos han surgido a la luz pública para el estudio del París que contaba con un secreto a voces, un delito que era silenciado para apaciguar las aguas de la masculinidad: la mujer al servicio del esparcimiento.
Con disfraces que van de lo pagano a lo fantástico, esas bailarinas de cancán fueron captadas por el arte revolucionario del “nuevo siglo”; a veces demostrando los límites que imponían entre su función como estrellas del espectáculo y los servicios sexuales y a veces obviando sus disposiciones de encuentro.
Los centros más recordados y extraordinarios de aquel entonces se componen por el Moulin Rouge –obviamente–, el Moulin de la Galette, el Cabaret des Quat’z’Arts, el Cabaret des Truands, el Cabaret du Néant, el Chat Noir, la dupla mágica de Le Ciel y L’Enfer, el Cabaret d’Aristide Bruant, el Cabaret du Rat Mort, el Lapin Agile, el Cabaret du Chat Rouge, el Folies Bergere y La Boíte á Fursy, entre otros.
Los nombres más recordados del escenario, de quienes no se tiene registro de otro tipo de actividad, son el Jeanne-Marie Bourgeois “Mistinguett”, Miss Dorothy Dickson, la hindú Mira Devi, las rusas Mademoiselle Melsass y Natacha Nattova, Edmonde Guydens, Jane Avril, y La Goulue.
La Belle Époque era en extremo fluida en cuanto a arte y revolución social se refiere. Existían diferentes movimientos para el exceso, la creatividad y la violencia en una urbe ansiosa de emociones. Fue hasta 14 años después de 1900 que las cosas cambiaron drásticamente; la Primera Guerra Mundial destruyó un poco el ímpetu de dicha comunidad y con ello, la abundancia cultural y la mezcla de estratos sociales se frenó con notoriedad. Se analizaron los conflictos de la trata de mujeres, de la suave regulación social y los bajos estándares de sanidad que gobernaban. Quizá el punto más importante de ese final estricto fue el que se puso sobre las íes de la justicia y la severidad sobre un oficio hiperexplotado en ese arcaico París. Para continuar descubriendo esa historia, dirígete a las cosas que no sabías de Toulouse-Lautrec y Jane Avril, Toulouse Lautrec y el Moulin Rouge.