Que uno de tus primeros recuerdos sea la imagen mental de tu niñera semidesnuda mirándose a un espejo no puede ser una casualidad, o al menos en el caso de Helmut Newton habrá que considerarlo como una premonición, una señal luminosa que el subconsciente le envió para marcar su rumbo. Judío, de familia acomodada, Helmut nació en Alemania; abandonó la capital berlinesa perseguido por el fascismo y llegó a Singapur con dos cámaras fotográficas bajo el brazo. Allí trabajó como fotógrafo para la sección social de uno de los diarios más importantes, pero su estilo y ritmo meticuloso lo pusieron “de patitas en la calle” al poco tiempo: en las fiestas tardaba tanto en encontrar una escena que considerase perfecta, que las cenas llegaban a su fin sin que hiciese una sola fotografía del evento.
De allí se mudó a Australia, donde le fue concedida la nacionalidad después de un breve periodo de servicio militar. En Melbourne abrió un pequeño estudio fotográfico que le permitió conocer a quien sería su esposa: June Newton. Sin embargo, fue tras su estancia en Londres, y durante su periodo en París, cuando Helmut mostró el potencial que llevaba dentro, en su trabajo para revistas como Vogue o Elle, así como para marcas de moda de la talla de Louboutin e Yves Saint Laurent.
Pero, ¿qué tienen sus fotografías para que hasta hoy sean consideradas referentes dignos de veneración? Se podría atribuir su éxito a la exhibición de “tetas” y vello púbico o, más bien, a la forma e implicación que ello tuvo. El trabajo de Newton es un punto de inflexión tanto en las imágenes de desnudos como en la fotografía de moda, debido al tratamiento que el fotógrafo hace del erotismo: eleva la pornografía al estatus de glamour, lo adorna de lujo y provocación, lo saca, lo desnuda, lo viste a la moda, lo normaliza sofisticadamente. Crea imágenes de gran riqueza narrativa que bien pertenecen al “porno chic” de los años 60, cuyas historias sólo pueden ser leídas por aquel que las contempla.
En sus imágenes nada es fruto del azar, todo está concienzudamente estudiado, meditado y ensayado. Los escenarios a las expresiones de sus esculturales modelos son el resultado de un laborioso proceso que bulle, pacientemente, hasta culminar en el clímax: en la foto perfecta perseguida. Su fuerte y personal estilo está marcado por la luminosidad escénica, la perfección compositiva y su particular visión de la figura femenina: una mujer alpha, dominante, dueña de su sensualidad, segura, fuerte, elegante y enigmática.
A esto hay que añadir el elenco de objetos fetiche de los que Helmut se sirve para crear sus eróticas instantáneas; algunas de las cuales nacen de la ironía y el desafío a lo convencional. De ahí que entre dichos elementos se encuentren: monóculos, sillas de montar, prótesis, maniquís, cadenas, tacones de aguja, cigarrillos y medias de rejilla. Por no hablar de las locaciones, donde la lona blanca del estudio es sustituida, salvo alguna excepción, por habitaciones de hotel, balcones o piscinas, huyendo de lo exótico o lo típico, porque, según Newton, “las mujeres no suelen vivir ante una sábana blanca” y en las piscinas siempre pasan cosas interesantes.
Son muchos los famosos que han querido ser inmortalizados por el mago del erotismo fotográfico y otros tantos los aspirantes que siguen la senda erótica-festiva que trazó. Sin duda, resulta difícil sobrepasar a quien decía fotografiar sólo piernas y cuerpos, mientras que los espectadores son capaces de adivinar el alma de sus modelos.
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