Romper con los muros impuestos por un pene o una vagina es de las cosas más difíciles que hay en nuestra sociedad. Definiéndonos todavía por medio de un genital; la ropa, el comportamiento e incluso el habla se regulan mediante la anatomía de una entrepierna, imposibilitando cualquier opinión o libre dirección con respecto a lo que esperamos en nuestra vida. Oscilando entre los terrenos de la política y la estética, los seres humanos –afortunadamente– no nos hemos detenido en ese camino que intenta labrar otras rutas de la personalidad; desde la historia antigua, realmente, pero prestando mayor atención en la década de los 70 y 80, hemos sido testigos de cómo la sexualidad de un hombre o una mujer no está del todo peleada con el género, con la posición social de la gente. Que haya modificaciones absurdas o tabúes impuestos a esto son asuntos muy diferentes; la verdadera cuestión aquí es no permitir que lo masculino y lo femenino tomen formas inamovibles de la aparición.
“Quien no se haya sentido un poco turbado por la historia o ligeramente excitado por el vínculo homosexual entre dos seres perfectos, no leyó bien “Demian””.
En un juego de representaciones que pueden quebrar con el género binario, con una sola y exclusiva manera de encontrar el amor, además de crear conciencia sobre el cuerpo como un agente diferenciado de los sentimientos, el ejercicio de las artes siempre se ha caracterizado por abrir los canales de aceptación y escándalo entre las comunidades con respecto a los inusitados movimientos del deseo, el cariño, la fraternidad, el afecto y la piel.
A lo largo de los años podemos ubicar siete libros que fueron clave para hacer frente y no sucumbir a las predisposiciones vacías de una sociedad moralina. Un poco –o quizá bastante– del cambio social que siempre ha urgido entre nuestras costumbres amatorias, se debe justamente a ese grano de arena que determinados autores aportaron. Sin ellos no podríamos sentar las bases de nuestro imaginario erótico, nuestra lucha igualitaria y nuestros propósitos humanos.
“La ironía que debemos rescatar de esa creación literaria es la que acidula a la endogamia, el travestismo, el matrimonio y la homosexualidad en una época que debe destruir a los valores burdamente patriarcales”.
–
“Confesiones de una máscara” (1949), Yukio Mishima
Con un joven narrador que también funge como protagonista, Koo-Chan es el alma atormentada que, por una sensibilidad turbadora que va creciendo con el estigma de saberse diferente a los demás, se muestra siempre de aspecto débil y enfermizo, solitario y taciturno. De extracción menos favorecida que sus compañeros, descubre sus inclinaciones homosexuales cuando se siente atraído por Omi, un chico de fuerte constitución. El problema: en el Japón de los años 30 y 40, el protagonista debe ocultarse tras una máscara de corrección, convirtiendo su vida en un escenario, en una representación en la que confluyen la realidad con las apariencias. Uno de los primeros textos de Oriente que novelizó la perspectiva de quién debe ocultar sus verdaderas orientaciones.
–
“Yo te quise más” (2015), Tom Spanbauer
Ben fue un iluso al creer que podría amar a un hombre y luego a una mujer; dos personas extraordinarias, dos formas únicas de amar, de décadas diferentes, en extremos opuestos del continente; pensar que saldría sin ningún raspón fue su delito. Hank y Ben establecieron una profunda amistad en el Nueva York de los años 80 mientras aprendían a convertirse en escritores; Hank era heterosexual, Ben, a pesar de haber estado con mujeres, un homosexual declarado. En los años noventa, Ben, ya sin Hank y enfermo de sida, se enamoró de Ruth, una de sus estudiantes de escritura creativa en Portland. El día que Hank apareció de nuevo en escena, nada pudo evitar que se cumpliera aquella famosa regla del tres, según la cual a un trío siempre se le acaba sumando un cuarto o restándosele uno… Las dificultades de un sentimiento sincero que a veces escapa de las leyes establecidas, muestran en este relato la poca certeza con que los términos de homosexualidad y bisexualidad son llevados.
–
“Demian” (1919), Hermann Hesse
Quien no se haya sentido un poco turbado por la historia o ligeramente excitado por el vínculo homosexual entre dos seres perfectos, no leyó bien este libro. Bajo la influencia de las teorías de Carl Jung, de su propia experiencia psicoanalítica y más tarde, con un profundo conocimiento del pensamiento oriental, Hesse desarrolla un extraordinario trabajo como poeta y novelista en este relato de extraños acercamientos. En “Demian” surge la eterna contradicción entre el deseo, el ensueño y la vida real; elementos que orillan al protagonista hacia una cornisa de encantos y desesperaciones por otro joven fantástico. El encanto por una mente maestra, por una visión propia y desafiante, son capaces de borrar todo estigma sobre el sexo al mostrar a Sinclair seducido por el intelecto de Demian.
–
“El cordero carnívoro” (1975), Agustín Gómez Arcos
Esta narración, de un modo intenso y provocativo, da cuenta de la vida de un muchacho hasta que cumple los 25 años; partiendo de la extraña relación entre el protagonista y los seres que lo rodean, se develan descarnadamente los traumas causados por la guerra civil en una familia de la burguesía andaluza y la corrección europea. Profundas reflexiones sobre las relaciones humanas, la muerte, la homosexualidad, la libertad, la dictadura y la religión conforman esta novela de amor y odio, magistralmente escrita pero políticamente incorrecta.
–
“Antes que anochezca” (1992), Reinaldo Arenas
Dos años después de ese fatídico diciembre de 1990 en que el escritor cubano Reinaldo Arenas, en fase terminal del sida, se suicidaba en Nueva York, dejando este estremecedor testimonio personal y político, terminó de editarse dicho relato para su publicación mundial. Arenas, en efecto, reunía las tres condiciones más idóneas para convertirse en uno de los muchos parias engendrados por el infierno inquisitivo y carcelario de la Cuba castrista: ser escritor, homosexual y disidente. La mezcla entre revolución política y sexual adquiere un sentido totalmente guerrero en la autobiografía de Arenas.
–
“De Profundis” (1905), Oscar Wilde
Más gay y estilizado que Oscar Wilde a principios del siglo XX, nadie. En esta larga carta que dirigió desde la cárcel de Reading a su amante Lord Alfred Douglas (ese traidor), se revela la parte más sincera no sólo de su clara inteligencia, sino también de su compleja e intensa personalidad humana. “De Profundis” marca el punto culminante de la vida y filosofía personal de su autor y evidencia cómo todas las experiencias adquirían para él significado artístico, emocional y pasional.
Wilde, que había luchado por huir tanto del dolor como de la degeneración del espíritu y la belleza, que había perseguido siempre el placer estético y logrado el máxima socialité, tuvo que vivir en los últimos años de su vida el escándalo, la vergüenza de un terrible proceso que lo envió a la cárcel y el desprecio y las burlas de sus múltiples enemigos o deplorables conocidos. Así, descubrió por vez primera el significado del dolor; un mundo hasta entonces desconocido para él.
–
“Ernesto” (1975), Umberto Saba
Escrita en 1953, pero publicada hasta la fecha de muerte del autor, esta novela narra las primeras experiencias eróticas y amorosas de un muchacho en el terreno del tabú. Ernesto, de manera natural, es inmune a ciertos tabúes responsables de transformar las realidades de la naturaleza en monstruos absurdos y delictivos; mientras que para algunos, contaminados por los prejuicios, semejante experiencia podría transformarse en una determinación irreal, para él, dicha vivencia se queda en lo que verdaderamente es: un simple encuentro humano.
Llevado por su inocente sensualidad y por una espontánea curiosidad por la vida, Ernesto experimenta tanto al sexo masculino como femenino, no impidiéndole tener una esposa amada y otras experiencias humanas. Esta narración se basa en esa posibilidad de no enamorarse, de disfrutar sin importar los genitales involucrados.
–
Incluso en la literatura que ha intentado una apertura real en cuanto a la diversidad de géneros, es difícil hallar alguno que se centre en el carácter de la mujer y sus posibilidades sexuales en el mundo; “El almanaque de las mujeres” (1928), de Djuna Barnes, podría ser un buen ejemplo de esas obras que se alzan en medio de la mirada paradójicamente masculina de la exploración erótica. Sobre todo, la ironía que debemos rescatar de esa creación literaria es la que acidula a la endogamia, el travestismo, el matrimonio y la homosexualidad en una época que debe destruir a los valores burdamente patriarcales. Para continuar con el estudio sobre otras formas de representación y hallazgo humano, ve a La tendencia de moda que pondrá en duda tu sexualidad y 8 cortometrajes que demuestran que la sexualidad es libre.
