Pareciera ser que la única ocasión en que somos conscientes del paso del tiempo, es cuando nos miramos en una fotografía tomada tiempo atrás. Entonces notamos que esa imagen congelada en el tiempo, no corresponde del todo con el presente; sin embargo, a cada segundo que transcurre, nuestro cuerpo cambia; transformaciones aparentemente imperceptibles salvo para ojos como los de Alberto Giacometti.
Nació en 1901 en Stampa, un pueblo de la Suiza italiana, Giacometti fue un artista que se dedicó a la escultura y el dibujo. Él vivía el arte de manera singular, no buscaba expresarse por medio de ella, su ambición siempre fue captar la realidad de su entorno, deseo que terminó por angustiarlo y atormentarlo ante la imposibilidad de poder plasmar algo en constante transformación, como pasa en la vida.
Sus esculturas, de estilo surrealista, reflejan el ansia del artista por tomar y plasmar la siempre huidiza realidad. Son rostros macilentos, surcados por líneas toscas que dan a sus esculturas un aire derruido: representan el tiempo transfigurado en el estique que el artista usa para poder modelar sus esculturas. Pero el tiempo no se detiene y lo que el artista vio un instante atrás ha cambiado, por eso siempre confeso quedar insatisfecho con el resultado final.
De educación existencialista, las obras de Alberto Giacometti reflejan su visión del hombre: un ser destruido, preso en el absurdo de vivir, con sus pequeñas ilusiones y miserias y que al final de todo, sin importar si pertenece a un grupo social, está atrapado en una terrible soledad.